La Revista Musical Chilena ha identificado como sus principales áreas de interés, la cultura musical de Chile, considerando tanto los aspectos musicales propiamente tales, como el marco histórico y sociocultural, desde la perspectiva de la musicología y de otras disciplinas relacionadas. Incorpora contenidos vinculados a compositores, ejecutantes e instrumentos de la música de arte, folclórica, popular urbana e indígena, al igual que artículos atinentes a manuscritos, investigadores, aspectos teóricos y modelos musicológicos, además de nuevos enfoques de la musicología como disciplina, tanto en Chile como en América Latina.
Historia del Himno Nacional de Chile
Durante la Patria Vieja no hubo Canción Nacional. De los símbolos patrios tales como la bandera y el escudo, el himno nacional fue el que más tardó en cristalizar. Por sus caracteres políticos y por su tono marcial, no obstante, pueden considerarse como su primer antecedente el airoso HIMNO DE YERBAS BUENAS (texto de Bernardo de Vera y Pintado) y el encendido HIMNO DEL INSTITUTO NACIONAL (texto de Fray Camilo Henríquez), verdaderas reliquias, por fortuna conservadas. Aunque no se tienen pruebas estrictas, la música de ambos himnos es atribuida al entonces maestro de capilla de la Catedral de Santiago, José Antonio González, por Eugenio Pereira Salas.
Con la solemnidad y el regocijo que es fácil suponer, el 2 de mayo de 1813 se cantó por primera vez el HIMNO A LA VICTORIA DE YERBAS BUENAS, que en su coro decía:
amable, encantadora,
el corazón te adora
como a su gran deidad.
El manuscrito de este himno se encuentra en la Biblioteca de la Catedral de Santiago.
El HIMNO DEL INSTITUTO NACIONAL se estrenó el 10 de agosto de 1813, en la solemne inauguración del primer plantel educacional de la República. Se conocen dos variantes de este himno. Una se encuentra en la Biblioteca de la Catedral; otra entre los papeles de José Zapiola, en poder de Eugenio Pereira Salas.
Ambos himnos han sido reducidos a partituras por el compositor Jorge Urrutia Blondel. José Antonio González fue discípulo de José Campderrós, a quien sucedió en 1802 como maestro de capilla de la Iglesia Catedral. En 1817 fue acusado de antipatriota y confinado a Mendoza. Su brillante defensa le permitió ser restablecido en su puesto, que conservó hasta el año 1833.
2. EL HIMNO NACIONAL ARGENTINO
Superada la equívoca etapa de la Reconquista, aún caliente la tierra con el recuerdo de las grandes batallas, florecieron en la Patria Nueva las canciones e himnos patrióticos, pero ninguno de ellos mereció todavía la sanción de canción nacional. En parte porque, impactada simpáticamente la ciudadanía por las bandas militares argentinas, reconocida también a la obra de sus armas que la habían liberado de una opresión mortificante, y no definida aún esa valla que separa como hoy las nacionalidades, en una opinión pública que se consideraba primordialmente americana y envuelta en una empresa continental, el HIMNO NACIONAL ARGENTINO, ejecutado como era natural en multitud de ocasiones, captó con su eufonía los sentidos y cobró vida nacional como expresión de nuestra libertad.
El HIMNO NACIONAL ARGENTINO, con letra de Vicente López y música de Blas Parera, que llegó con el Ejército de los Andes, era el que se escuchaba, luego de Chacabuco y Maipo, en las grandes solemnidades. San Martín gustaba cantarlo en los saraos, con su bien timbrada voz de bajo. Este mismo Himno se entonó en la solemne celebración del primer 18 de septembre libre, en 1817, en el baile ofrecido en el palacio presidencial de Santiago. También se cantó en las fiestas del mismo aniversario en Talca, cuando se enarboló por primera vez el nuevo pabellón chileno.
En septiembre de 1817, en la recepción que ofreció el enviado argentino y que fue el acto de mayor relevancia de esas fiestas patrias, "a la entrada del General San Martín rompió la Marcha Nacional (argentina), que entonó todo el concurso". En Talca, nos refiere una relación, lo propio hicieron los niños de las escuelas "al rayar el sol" de ese día 18, encabezados por el gobernador "y demás concurrentes". Se cantó otra vez en la tarde; pero en la noche, en la Gobernación, "las señoras cantaron distintos himnos patriotas".
Pero en 1818, cobijados ya los chilenos bajo una enseña que habría de ser la definitiva y empezados a tomar conciencia de su condición de pueblo soberano, ese Himno hubo de dar paso a manifestaciones de espíritu y contenido nacionalistas.
Luego, en febrero de 1818, en el bando que instruyó sobre los detalles de la ceremonia con que se proclamaría la Independencia, ya no se menciona la "marcha nacional" o "canción de la Patria". Dispuso ese bando, que regló también los actos de la jura en otras ciudades y villas, que, al aparecer el sol, se enarbolara la bandera nacional (la actual) en la plaza mayor: "habrá un saludo general y uniforme del pueblo y tropa; se hará una salva triple en la fortaleza (del Santa Lucía) y repicarán todas las campanas de la ciudad. Seguirán después por su orden todos los alumnos de las escuelas públicas presididos de sus maestros a cantar al pie de la bandera los himnos patrióticos y alusivos al objeto que tendrán preparados". Y se cumplió en tales términos. Una relación contemporánea de las ceremonias y alborozo de esos días en Santiago refiere que se produjeron composiciones novedosas: "Luego se acercaron por su orden los alumnos de todas las escuelas públicas y, puestos alrededor de la bandera, cantaron a la Patria himnos de alegría que excitaban un doble interés por su objeto y por la suerte venturosa que debe esperar la generación naciente, destinada a recoger los primeros frutos de nuestras fatigas".
3. EL TEXTO DE DON BERNARDO VERA Y PINTADO
Desde los albores de la Independencia, y más particularmente, desde el 18 de septiembre de 1810, los chilenos advertían no sin un dejo de amargura la carencia de un himno que supiera exaltar el amor a la patria y que cantara las glorias y gestas heroicas de sus hijos. Y a medida que pasaban los años este anhelo aumentaba más y más. La celebración que cada año se hacía para conmemorar el Aniversario Patrio era vistosa y llevaba el gozo a cada chileno, pero siempre se advertía la ausencia del himno o marcha patriótica.
Siguieron meses tremendamente sacrificados y activos en los que, después de vencer a las fuerzas invasoras en Maipú y combatirlas en el sur hasta su expulsión del territorio, todo el esfuerzo nacional se orientó hacia tareas inmediatas de reconstrucción y organización. Al cabo, el 19 de julio de 1819, el Director Supremo, seguro en la firmeza de la nueva nación, encargó, por oficio e intermedio del Ministro Joaquín de Echeverría, al que fuera agente del Gobierno de Buenos Aires, el fogoso argentino don Bernardo de Vera y Pintado, cuyo estro poético admiraba sinceramente, la composición una canción patriótica que sirviera para destacar las próximas festividades patrias de septiembre y manifestara cumplidamente el sentimiento nacional, ensalzando los valores ganados por Chile con tanto empeño.
La composición épica que Vera entregó satisfizo a todos. El Himno fue ublicado en "El Telégrafo" No. 37 el 28 de septiembre de 1819. Habiendo el Director Supremo sometido este himno a la consideración del Senado, el presidente de esta corporación, don Francisco Antonio Pérez, le comunicó por oficio de 20 de sptiembre del año citado que el Senado había visto con placer la canción que éste le había acompañado, y que ella merecía justamente el nombre de CANCION NACIONAL DE CHILE con que el Senado la titulaba. El mensaje directorial con que se recabó la sanción del Senado es explícito: "Chile ha carecido hasta hoy de una canción patriótica, pues aunque se han escrito e impreso muchas y muy buenas tratan por lo general de toda la América revolucionada. La que tengo el honor de incluir, examinada y aprobada por personas inteligentes, creo que puede correr con el título de Marcha Nacional, si siendo del agrado de V. E. tiene a bien declararle ese carácter".
El mismo día, O'higgins ordenó se imprimiera y circulara "a los pueblos, al Instituto Nacional y escuelas. Al teatro se pasarán cuatro ejemplares para que al empezar toda representación se cante primero la Canción Nacional". Publicada además en la Gazeta Ministerial y en El Telégrafo, este periódico la presentó diciendo: "Ha pasado ya el tiempo en que la trompeta venal y mentirosa de nuestros poetas no se empleaba sino en lisonjear el orgullo de los tiranos de la América… La canción que ha compuesto el Dr. D. Bernardo Vera, y ha sido adoptada como nacional por el Exco. Senado y S. E. el Supremo Director, hace honor a Chile. En la armonía y cadencia de sus versos, lejos de imponerse silencio a la razón humana, conserva la poesía el clarín verídico que ha de resonar en la extensión de los siglos…, y la juventud… tendrá ideas exactas de la verdadera grandeza, y sabrá encaminarse, con semblante animado y placentero, a la victoria o al sepulcro, cuando lo exija la Patria".
Conviene saber que el año 1819 se postergó por algunos días la celebración del aniversario de la Instalación de la Primera Junta Nacional de Gobierno. Las fiestas conmemorativas se realizaron el 28 de septiembre.
El clima de la lucha, el encono inherente a toda guerra civil, desviado, como era lógico, a la simplificación de la brega entre españoles y americanos, movió la pluma de Vera con pasión. Los versos contenían duros conceptos para los españoles y constituían fiel reflejo del sentir liberacionista propio de aquellos días de fiera lucha por la independencia.
A falta de música adecuada, la Canción de Vera se cantó con la del Himno Nacional argentino. El siguiente es el texto de la CANCION NACIONAL escrito por don Bernardo de Vera y Pintado:
TEXTO: BERNARDO VERA Y PINTADO
Ciudadanos, el amor sagrado
de la Patria os convoca a la lid:
libertad es el eco de alarma;
la divisa: triunfar o morir.
El cadalso o la antigua cadena
os presenta el soberbio español:
arrancad el puñal al tirano,
quebrantad ese cuello feroz.
DULCE PATRIA, RECIBE LOS VOTOS
CON QUE CHILE EN TUS ARAS JURO
QUE O LA TUMBA SERAS DE LOS LIBRES
O EL ASILO CONTRA LA OPRESION.
Habituarnos quisieron tres siglos
del esclavo a la suerte infeliz,
que al sonar de las propias cadenas
más aprende a cantar que a jemir.
Pero el fuerte clamor de la Patria
ese ruido espantoso acalló;
I las voces de la Independencia
penetraron hasta el corazón.
En sus ojos hermosos la Patria
nuevas luces empieza a sentir,
I observando sus altos derechos
se ha incendiado en ardor varonil.
De virtud I justicia rodeada,
a los pueblos del Orbe anunció
que con sangre de Arauco ha firmado
la gran carta de emancipación.
Los tiranos en rabia encendidos
I tocando de cerca su fin,
desplegaron la furia impotente,
que aunque en vano se halaga en destruir.
Ciudadanos, mirad en el campo
el cadáver del vil invasor…;
que perezca ese cruel que en el sepulcro
tan lejano a su cuna buscó.
Esos valles también ved, chilenos,
que el Eterno quiso bendecir,
I en que ríe la naturaleza,
aunque ajada del déspota vil.
Al amigo y al deudo más caro
sirven hoi de sepulcro I de honor:
mas la sangre del héroe es fecunda,
I en cada hombre cuenta un vengador.
Del silencio profundo en que habitan
esos Manes ilustres, oíd
que os reclamen venganza, chilenos,
I en venganza a la guerra acudid.
De Lautaro, Colocolo I Rengo
reanimad el nativo valor,
I empeñad el coraje en las fieras
que la España a estinguirnos mandó.
Esos monstruos que cargan consigo
el carácter infame I servil,
¿cómo pueden jamás compararse
con los Héroes del cinco de Abril?
Ellos sirven al mismo tirano
que su lei I su sangre burló;
por la Patria nosotros peleamos
nuestra vida, libertad I honor.
Por el mar I la tierra amenazan
los secuaces del déspota vil;
pero toda la naturaleza
los espera para combatir:
el Pacífico al Sud I Occidente,
al Oriente los Andes I el Sol,
por el Norte un inmenso desierto,
I el centro libertad I unión.
Ved la insignia con que en Chacabuco
al intruso supisteis rendir,
I el augusto tricolor que en Maipo
en un día de triunfo os dió mil.
Vedle ya señoreando el Océano
I flameando sobre el fiero León:
se estremece a su vista el Ibero
nuestros pechos inflama el valor.
Ciudadanos, la gloria presida
de la Patria el destino feliz,
I podrán las edades futuras
a sus padres así bendecir.
Venturosas mil veces las vidas
con que Chile su dicha afianzó.
Si quedare un tirano, su sangre
de los héroes escriba el blasón.
Don Bernardo de Vera y Pintado nació en Santa Fe de la Vera Cruz en 1780. Fueron sus padres don José de Vera y Mujica y doña María Antonia López Almonacid Pintado, los que se esmeraron en darle una educación poco común en aquellos años la que le permitió destacarse como el alumno más aventajado de la Universidad de Córdoba. Una vez concluídos sus estudios en aquella Universidad y cuando tenía 19 años, en 1799, se trasladó a nuestro país en donde completó sus conocimientos logrando graduarse como doctor en Teología y en Leyes en la Universidad de San Felipe, la que lo contó entre sus alumnos más brillantes. El desastre de Rancagua, en Octubre de 1814, produjo en Vera como en los patriotas chilenos un mismo propósito. Traspuso los Andes junto a las huestes de O'Higgins y Carrera. En 1817, cuando el Ejército Libertador desfiló triunfante por la calles de Santiago, Vera se contaba entre los combatientes, pues enrolado en el Ejército, servía el cargo de Auditor de Guerra.
Una vez aquietados los espíritus y establecida la República, Vera se dedicó exclusivamente a la enseñanza como profesor del Instituto Nacional, al foro y a la prensa en donde actuó junto a Camilo Henríquez. Aunque fue diputado al Congreso instalado en 1824, nunca tuvo una viva actuación en las luchas civiles que siguieron a la guerra de la independencia. Murió el 27 de agosto de 1827 ante la flicción de sus muchos amigos y de la ciudadanía toda. Su muerte dió motivo a un duelo general y produjo hondas manifestaciones de dolor público.
4. JOSE RAVANETE
La música con que al principio se cantaron los versos de Vera, fue la del Himno Nacional argentino; pero este hecho produjo en los patriotas el deseo de poner música propia a la Canción. Los intentos para cristalizar una nueva melodía partieron, según cuenta Zapiola en sus "Recuerdos de Treinta Años", del empresario del teatro, el coronel Domingo Arteaga, que a la vez era el edecán de O'Higgins. Para dar satisfacción a tan laudables cuanto patrióticos anhelos, Arteaga encargó con urgencia a un compositor peruano, José Ravanete, músico mayor del Ejército, que aplicara una melodía a los versos de Vera. Parece que el esfuerzo exigido a este maestro fue superior a sus capacidades artísticas y la obra que presentó sólo fue motivo de burlas. Pérez Rosales recuerda que hubo de hacerlo en ocho días y Zapiola agrega que "en encontrándose incapaz aquel para hacer una obra musical como se le pedía, recurrió al arbitrio de aplicar a la poesía una canción española". La incapacidad de hacer algo original en tan breve tiempo recurrió a lo que ya los argentinos habían hecho en parte con la suya: acomodó la partitura de una de las tantas canciones que los españoles opusieron a la invasión bonapartista. Pero en los versos finales de cada estrofa se encontró con que le sobraban cuatro notas y resolvió la cuestión y su apremio agregando a la frase cuatro "sí" que llenaban el periodo, como en "arrancad el puñal al tirano, sí, sí, sí, sí / quebrantad ese cuello feroz, sí, sí, sí, sí…".
Vera, presente en el estreno, se levantó asombrado de su asiento. Molesto por tal adición desintegradora de su obra, cuando Arteaga, que había aceptado por la fuerza de las circunstancias la enmienda, le consultó su parecer, le contestó "con rabia": "¡Tiene visos de goda!" El público se manifestó igualmente disconforme y la Canción Nacional quedó otra vez sin música por algunos meses.
Ravanete, avecindado en Chile, fue maestro director de las bandas cívicas de Santiago e instrumentista en la orquesta del teatro que organizó Arteaga.
5. MANUEL ROBLES GUTIERREZ
En medio de los afanes para la partida de la Expedición Libertadora del Perú se encontró otra expresión musical que O'Higgins debió aprobar antes de viajar a Valparaíso, despedir aquélla. El mismo día del zarpe, el 20 de agosto de 1820, en la capital, junto con inaugurarse el "teatro de la plazuela de la Compañía" (hoy Montt-Varas), se estrenó la nueva melodía. "Era su autor -dice Pereira Salas- uno de los más simpáticos compositores chilenos de esta primera generación republicana, Manuel Robles Gutierrez, nacido en Renca en 1780. Era hijo de Marcos Matías Robles, director de bandas y profesor de baile, y de Agustina Gutierrez. La personalidad de Robles era, más que novelesca, fascinante. Vivían en él las tradiciones coloniales, era eximio y arrojado torero, gran jugador de pelota, boxeador temible, cantador de tonadas, experto encumbrador e invencible campeón de volantines y bohemio impenitente. En las fiestas se acompañaba admirablemente con su guitarra, y, según relata Zapiola, aunque tenía pésima voz, lo hacía con tal gracia que suplía con creces su cacofónico defecto. En Buenos Aires derrotó sin lucha a los mejores jugadores de billar. Heredero de las aptitudes musicales de su padre, se distinguió como violinista de mérito y como el primer director de orquesta del país". La sencilla e inspirada melodía de Robles prendió rápidamente en los corazones y el público se acostumbró a entonarla todas las noches de función en el teatro.
El estreno oficial de la CANCION NACIONAL de Robles y Vera y Pintado tuvo lugar en el teatro del coronel Domigo Arteaga -el primer teatro permanente que hubo en Chile- con ocasión de celebrarse un triple acontecimiento: el natalicio del Director Supremo, la partida de la Expedición Libertadora del Perú y el estreno de un nuevo local del teatro, más elegante, ubicado en la Plazuela de la Compañía. La orquesta que actuó en aquella oportunidad fue dirigida por el propio compositor.
En 1824 partió a Buenos Aires con José Zapiola en un viaje que este último relató con ribetes pintorescos. Allí se ganó la vida como violinista de la orquesta del maestro Massoni. En 1825 regresó al país. Abrió una Academia de baile en el Café de Melgarejo y organizó una pequeña orquesta que hacía las delicias de los parroquianos. Figuró entre los fundadores de la primera Sociedad Filarmónica, junto a las figuras más destacadas del ambiente musical de entonces. Posteriormente, contrajo matrimonio y participó en la orquesta de la primera ópera que se dio en Santiago.
Siete años vibraron las notas de Robles dando vida a la canción, manteniéndose su popularidad hasta 1828, fecha en que fue reemplazada por la que compuso el maestro español Ramón Carnicer. Zapiola, que la conservó para nosotros, la recuerda: "Tenía todas las circuntancias de un canto popular: facilidad de ejecución, sencillez sin trivialidad (se exceptúa el coro, que parece era de rigor que fuese un movimiento más vivo que la estrofa), y, los más importante de todo, poderse cantar por una sola voz sin auxilio de instrumentos".
Se conoce una transcripción de José Zapiola, publicada en la revista Las Bellas Artes, el 5 de abril de 1869. Fue reproducida por Aníbal Echeverría y Agustín Canobio, en el libro La Canción Nacional de Chile (Valparaíso, 1904). Otra versión corre impresa en el suplemento extraordinario de El Mercurio, del 18 de septiembre de 1910.
Problemas de salud y el rudo golpe moral que le significó el reemplazo de su Canción por otra, que había sido encargada a un extranjero, atentaron contra su salud, y falleció en Santiago, en medio de la mayor miseria, el 27 de agosto de 1837, a los 57 años de edad.
TEXTO: BERNARDO VERA Y PINTADO
MUSICA: MANUEL ROBLES GUTIERREZ
Voces: Raquel Barros, Miguel Barros y Miguel Besoaín
Clavecín: Iris Sanhueza
Ciudadanos, el amor sagrado
de la Patria os convoca a la lid:
libertad es el eco de alarma;
la divisa: triunfar o morir.
El cadalso o la antigua cadena
os presenta el soberbio español:
arrancad el puñal al tirano,
quebrantad ese cuello feroz.
DULCE PATRIA, RECIBE LOS VOTOS
CON QUE CHILE EN TUS ARAS JURO
QUE O LA TUMBA SERAS DE LOS LIBRES
O EL ASILO CONTRA LA OPRESION.
En sus ojos hermosos la Patria
nuevas luces empieza a sentir,
I observando sus altos derechos
se ha incendiado en ardor varonil.
De virtud I justicia rodeada,
a los pueblos del Orbe anunció
que con sangre de Arauco ha firmado
la gran carta de emancipación.
Cuando en 1867 ya se consideraba perdido el documento histórico que este himno constituía, José Zapiola declaró que él recordaba la letra y la música y podía reescribirlas, trabajo que le tomó un año y que quedó terminado el 15 de octubre de 1968, resucitando para siempre el himno de Robles.
6. JUAN CRISOSTOMO LAFINUR
Periodista, poeta y filósofo argentino, nacido en San Luis. Recibió esmerada educación en Córdoba. Alcanzó celebridad en los medios académicos por su señero curso sobre el sistema filosófico de Destut de Tracy, en el colegio San Carlos de Buenos Aires. Sus campañas periodísticas atrajeron sobre él la popularidad. Residente en Córdoba, pasó a Chile, a fines de 1822, con su amigo el actor Luis Ambrosio Morante, distinguiéndose por su espíritu enciclopédico.
En el campo de la música fue un pianista aficionado y profundo conocedor del repertorio clásico. Casado en el país, falleció joven, rodeado del cariño de sus múltiples amigos. De acuerdo con el testimonio de don José Zapiola, Lafinur, al oír por primera vez la CANCION NACIONAL, le desagradó y concibió la idea de hacer otra completa, es decir, cambiar la música y la letra. Según Pereira Salas, basándose en el testimonio de Zapiola, señala que Lafinur compuso una nueva canción inspirada en la letra de Vera. Su trabajo rindió los frutos que él esperaba y su composición se cantó en el mismo teatro de Arteaga con éxito halagador; pero el autor creyó haber herido los sentimientos de Vera y de Robles y esa misma noche recogió la música para que no se escuchara nunca más.
7. RAMON CARNICER BATTLE
Pero esa sencillez de la obra de Robles no pareció a algunos lo bastante digna del Himno Nacional. Mariano Egaña, enviado diplomático en Londres, encontró en Inglaterra al director de la Opera de Barcelona, un eminente músico catalán y uno de los iniciadores de la ópera nacional española, cuyos dramas líricos no habían obtenido muchos éxitos. Ahora "dedicado al arreglo fácil de óperas italianas", Ramón Carnicer gozaba de algún renombre en los medios artísticos. Las críticas a los defectos del coro de la Canción de Robles movieron a Egaña a confiarle privadamente el encargo de una nueva partitura aplicada siempre a los versos de Vera. Accediendo a tal solicitud, Carnicer compuso el Himno Patriótico de Chile dedicándolo "a su Excelencia don Mariano Egaña, Ministro Plenipotenciario de la República en Londres".
Carnicer, nacido en Tárrega, no era personaje tan pintoresco como en Robles. Pero, en cambio, era más músico. Fue niño de coro en la Catedral de Andorra. Realizó sus estudios en Barcelona. Vivió en las Baleares durante la ocupación francesa de la península. En Mahon tomó contacto con la música de Mozart, que en adelante sería uno de sus modelos espirituales. Fue autor de obras que en su época recibieron el aplauso general, y, contaba entre otros admiradores con Rossini. A partir de 1818 organiza y dirige con prestancia los espectáculos líricos de Barcelona. En tiempos de Fernando VII se expatrió voluntariamente en Londres, junto con otros españoles que repudiaron la tiranía del "rey Felón" por haber sido tildado de "negro" por sus ideas liberales. Confraternizó con Egaña y con el nuevo espíritu democrático y libre de Chile, poniendo el calor de su inspiración en el himno que lo haría ciudadano honorario de esta tierra.
Pronto la música de Carnicer encontró esforzados paladines entre la gente joven. Los viejos seguían apegados a la de Robles, porque les recordaba efemérides inolvidables. Al fin venció la corriente juvenil, y con el triunfo de Carnicer, la primera Canción fue relegada al olvido. Los detractores del músico español, que nunca faltan a todo creador, impugnaron después el parecido con un coro de "Lucrecia Borgia", de Donizetti. La verdad histórica ha reivindicado la honradez de Carnicer. El coro de Donizetti fue compuesto y estrenado cinco años después que el himno chileno. José Zapiola fue uno de sus críticos más encarnizados, pues, si bien consideraba inferior la música de Robles a la de Carnicer, criticó esta última como "canción popular", por considerarla difícil y extremadamente alta.
No se ha podido conocer la fecha precisa de la edición de la composición de Carnicer. Ramón A. Laval en su Bibliografía Musical de Chile (Santiago, 1898), la da como impresa en Londres en 1825, fecha que se cree probable. Según el testimonio de José Zapiola, se ejecutó por primera vez el 23 de diciembre de 1828, en el teatro de Artega, en un concierto de la Sociedad Filarmónica, que incluyó, además, la Canción Nacional de Robles y obras de Isidora Zegers y otros compositores. Sin embargo, un anuncio del diario La Clave del 20 de septiembre de 1827, hace alusión a una nueva Marcha Nacional, ejecutada en la Sociedad Filarmónica, en Santiago. Don Bernardo O'Hiigins sólo conoció esta versión en 1839 cuando se encontraba exiliado en el Perú.
La nueva CANCION NACIONAL con música de Carnicer se adoptó oficialmente, pese a variadas críticas que suscitó, en particular respecto a dificultades con el coro. También tuvo panegiristas: "La primer frase musical es una explosión de entusiasmo. Se oyen batir los tambores de Zaragoza conjuntamente con los de Chacabuco y Maipú. Se ven brillar las bayonetas y se oye el estampido de los cañones. Se han echado a vuelo las campanas".
Ramón Briceño cita en su Enciclopedia Bibliográfica de la Literatura Chilena (Santiago, 1862) una edición de la Canción Nacional, por don Bernardo Vera y música de Ramún Carnicer que habría sido impresa en 1829 en Santiago. Sin embargo, esta edición no se ha encontrado.
En 1827, Carnicer se traslada a Madrid a cargo de la ópera. Su prestigio es enorme. Desde 1830 y hasta 1854 regenta la cátedra de armonía en el Conservatorio de Música. Su obra es fecunda. Escribió numerosas óperas, entre las que destacan: "Don Juan Tenorio" (1822), "Cristóbal Colón" (1831), "Ismalia" (1835). Compuso, además, varias sinfonías, misas, música incidental, canciones, valses, mazurkas, etc. Es poco conocida su música instrumental y en gran parte inédita.
Falleció en Madrid rodeado de máximos prestigios oficiales y populares el 17 de marzo de 1855. El piano utilizado por Carnicer fue donado a Chile por el gobierno de España y se conserva en el Museo Histórico Nacional.
TEXTO: BERNARDO VERA Y PINTADO
MUSICA: RAMON CARNICER BATTLE
Coro Sinfónico de la Universidad de Chile
Director: Hugo Villarroel Cousiño
Piano: Isoleé Cruz Norambuena
Ciudadanos, el amor sagrado
de la Patria os convoca a la lid:
libertad es el eco de alarma;
la divisa: triunfar o morir.
El cadalso o la antigua cadena
os presenta el soberbio español:
arrancad el puñal al tirano,
quebrantad ese cuello feroz.
DULCE PATRIA, RECIBE LOS VOTOS
CON QUE CHILE EN TUS ARAS JURO
QUE O LA TUMBA SERAS DE LOS LIBRES
O EL ASILO CONTRA LA OPRESION.
8. FABIO DE PETRIS
Un extranjero avecindado en nuestro país, el maestro Fabio De Petris, siendo autor de un himno nacional, solicitó una entrevista al Ministro de Instrucción Pública de la época don Julio Bañados Espinosa, en la que pidió que se impartieran las órdenes del caso para que fuera obligatorio aprender este nuevo himno en las escuelas públicas y otros colegios del Estado, pues consideraba que la CANCION NACIONAL contenía defectos e imperfecciones. De Petris le señaló al ministro que era autor de un himno que en concepto de los que lo habían examinado era muy adecuado para ser adoptado como himno nacional. En seguida, le expresó suscintamente los inconvenientes artísticos de la CANCION NACIONAL CHILENA y concluyó por pedirle que el gobierno adoptara como himno patrio su obra en reemplazo de la vieja Canción. Sin embargo, tal petición no tuvo una favorable acogida y por lo mismo, la solicitud del maestro De Petris no prosperó.
De Petris, músico italiano nacido en Roma, realizó estudios de piano, contrapunto y órgano en la Academia de los Hermanos Capacci. Brillante concertista, pasó a América contratado por el Gobierno ecuatoriano para dirigir el Conservatorio de Quito. A raíz del asesinato de García Moreno vino a Chile. Dirigió los coros del Teatro Municipal desde 1876 a 1894; actuó de solista en los conciertos de música clásica organizados por José Ducci. En 1886 fue nombrado profesor del Conservatorio Nacional de Música, pero no se hizo cargo de la cátedra. Se avecindó en Concepción. De Petris representa en la historia musical de Chile la continuación de la tradición lírica italiana, en la época de la polémica entre los admiradores de Verdi y de Wagner. Fueron notabeles sus esfuerzos para depurar el texto de la CANCION NACIONAL DE CHILE.
Autor de varias composiciones, entre las que destacan: "Sinfonía de la toma del Huáscar" (1880), "Viva Chile" (1881), "Gloria a Prat" (himno ejecutado en el Teatro Municipal en 1882).
9. EUSEBIO LILLO ROBLES
Chile fue el primer país de América que, aún en la etapa de gestación de la nacionalidad, enfocó con perspectiva histórica el carácter de guerra civil que tuvo la de la Independencia. No es de extrañar, por tanto, que, una vez acrisolada su madurez política, y aplacados los odios engendrados por la guerra de la Independencia, la colonia española residente protestó con respeto de los versos de Vera, más que hirientes, anacrónicos ya. Encabezó el movimiento don Manuel Puerta de Vera y logró éxito. En 1847, del Encargado de Negocios español, Salvador Tavira, solicitó al Supremo Gobierno que en un gesto de amistad y concordia tuviese a bien cambiar la letra del Himno Nacional, ya que a ellos no les parecía propio que, manteniendo España cordiales relaciones con nuestro país, la CANCION NACIONAL DE CHILE mantuviera todavía expresiones duras, violentas y ofensivas en contra de la Madre Patria.
Los deseos expresados por los españoles residentes encontraron favorable acogida en el gobierno chileno, el que adoptó las medidas del caso para dar cumplida satisfacción a los anhelos de la colonia española. En efecto, el entonces Presidente de la República, a través de su ministro Manuel Camilo Vial, encargó a don Eusebio Lillo Robles, joven funcionario del Ministerio y reconocido notable poeta, la honrosa tarea de componer otra letra para la CANCION NACIONAL. "No quería escribirla -recordó después Lillo-; pensaba que un Himno Nacional no se debe cambiar. La de Vera era hermosa y representaba el periodo heróico de nuestra historia".
Contaba Lillo a la sazón 21 años y ya su estro poético brillaba entre la generación de 1842 cuando se dió a la tarea. Trabajó, sin mucho entusiasmo, casi en los moldes de Vera en la primera estrofa, que consideró "forzada, sin soltura ni movimiento", pero luego, echando de menos en el texto histórico lo romántico de la paz que vivíamos y "evocando nuestra tierra, el mar y la montaña, las perfumadas flores y la belleza del marco físico, las siguientes estrofas corrieron frescas y espontáneas". Su pluma exalta románticamente la grandeza de Chile en la hermosura de su naturaleza. Y así, a medida que avanzaba en el texto, fue sintiendo el entusiasmo, el ardor y la fogosidad que siempre imprimía a sus acciones. El coro le dio más quehacer. Escribió primero:
"Libertad, invocando tu nombre la chilena y altiva nación, jura libre vivir de tiranos y de extraña, humillante opresión".
Pero ensayó otra cuarteta de fondo pedagógico:
"¡Viva Chile! Doquiera se aclame y el chileno ese grito al oír, en la paz al trabajo nos llame y en la guerra a vencer o morir".
Finalmente, una vez terminado su trabajo, rubricó con su firma un texto con el primero de ambos coros y, en justa y honrada crítica, Lillo estimó oportuno someterlo a la consideración, al análisis crítico y docta opinión de don Andrés Bello. Gustó la nueva letra en sobremanera a don Andrés y nada objetó sino una sola palabra en el coro. A don Andrés Bello no le apreció bien la palabra "tiranos" y así se lo hizo saber al autor insinuándole, entonces, que cambiara la palabra objetada. Juzgó Bello que la palabra en cuestión podría esgrimirse contra los propios gobiernos interiores, que la fogosa juventud de entonces encarnaba, precisamente, en las personas de Bulnes y de Montt. Lillo tomó nuevamente el coro e intentó rehacerlo; sin embargo, todo cuanto compuso no le satisfizo y considerándose incapaz de mejorarlo, resolvió, finalmente, quitar el suyo y conservar el coro de Vera y Pintado.
La nueva letra no se impuso sin lucha sobre la antigua. Parece que produjeron en este duelo un desarrollo y un desenlace similares a los acontecidos con las músicas de Robles y Carnicer. Como entonces, triunfó la juventud, y la letra de Lillo pasó, con su creador, a la Historia, para ganar a poco laureles internacionales.
Aunque aceptada universalmente como nuestra CANCION NACIONAL, sin haberse dictado ley ni decreto que la oficializara, su aplicación en la práctica a la música de Carnicer encontró algunos tropiezos que se tradujeron en repetidas deformaciones, en especial en el coro, como venía sucediendo, que dos autores propusieron enmendar. El "contrá la opresián" lo corregían reemplazando la frase final, "que, o la tumba serás de los libres / o el asilo contra la opresión" por "o el castigo halle en ti la opresión", o ambos versos por "ser la tumba de nobles guerreros / o una libre y altiva nación". Pero no hubo asentimiento. Fue más fuerte la inspiración de Vera y Pintado y lo que ella significaba para nuestras tradiciones democráticas.
Un Suplemento al Comercio, No. 252, de septiembre de 1859 contiene la CANCION NACIONAL DE CHILE que, al parecer, sería la primera edición pentagrámica chilena, reformada en su letra por el poeta Eusebio Lillo y que se ejecutó por primera vez el 18 de Septiembre de 1847. La letra, sin embargo, había sido impresa en una edición de cuarto de la Imprenta Chilena, en mayo de 1847.
Por decreto del 12 de agosto de 1909, considerados el manuscrito original de don Eusebio Lilllo y la edición primitiva de la música de Carnicer, se fijó en términos definitivos la forma como había de interpretarse el Himno Nacional, lo que refrendó, por decreto de 27 de junio de 1941, el gobierno de don Pedro Aguirre Cerda. El siguiente es el texto de Eusebio Lillo, conservando el coro de Bernardo Vera y Pintado:
HIMNO NACIONAL DE CHILE Coro: Bernardo Vera y Pintado Estrofas: Eusebio Lillo Robles Música: Ramón Carnicer Battle
DULCE PATRIA, RECIBE LOS VOTOS
CON QUE CHILE EN TUS ARAS JURO
QUE O LA TUMBA SERAS DE LOS LIBRES
O EL ASILO CONTRA LA OPRESION.
Ha cesado la lucha sangrienta;
ya es hermano el que ayer invasor;
de tres siglos lavamos la afrenta
combatiendo en el campo de honor.
El que ayer doblegábase esclavo,
libre al fin y triunfante se ve;
libertad es la herencia del bravo,
la victoria se humilla a su pie.
Alza, Chile, sin mancha la frente:
conquistaste tu nombre en la lid;
siempre noble, constante y valiente
te encontraron los hijos del Cid.
Que tus libres tranquilos coronen
a las artes, la industria y la paz,
y de triunfos cantares entonen
que amedrenten al déspota audaz.
Vuestros nombres, valientes soldados,
que habéis sido de Chile el sostén,
nuestros pechos los llevan grabados,
los sabrán nuestros hijos también.
Sean ello el grito de muerte
que lancemos marchando a lidiar,
y sonando en la boca del fuerte,
hagan siempre al tirano temblar.
Si pretende el cañón extranjero
nuestros pueblos, osado, invadir,
desnudemos al punto el acero
y sepamos vencer o morir.
Con su sangre el altivo araucano
nos legó por herencia el valor;
y no tiembla la espada en la mano
defendiendo de Chile el honor.
Puro, Chile, es tu cielo azulado,
puras brisas te cruzan también,
y tu campo de flores bordado
es la copia feliz del Edén.
Majestuosa es la blanca montaña
que te dió por baluarte el Señor,
y ese mar que tranquilo te baña
te promete futuro esplendor.
Esas galas, oh Patria, esas flores,
que tapizan tu suelo feraz,
no las pisen jamás invasores;
con su sombra las cubra la paz.
Nuestros pechos serán tu baluarte,
con tu nombre sabremos vencer,
o tu noble, glorioso, estandarte,
nos verá combatiendo caer.
10. LA CANCION NACIONAL: UN SIMBOLO PATRIO
Muchas, en su largo recorrido por la historia como símbolo patrio que une, inflamando con rítmica belleza el espíritu nacional, han sido las ocasiones en que las estrofas y el coro inmortales han hecho el gozo de corazones chilenos, pero acaso ninguno las supo más suyas que un hombre -don Bernardo O'Higgins- señalado en nuestro caminar ciudadano, quien, en un momento en su vida en que debió saberse en la cúspide de todas las glorias humanas, hubo de aceptar llorando, silencioso, admirado y humilde, toda la espléndida estatura de su propia grandeza. Fue en Lima, al anochecer del 17 de Septiembre de 1839, cuando el ejército que Bulnes llevó contra la Confederación Perú-boliviana se preparaba a volver. El diario El Comercio, de la capital peruana, informó que en esa tarde de vísperas del día grande de los sureños, "toda la oficialidad chilena y las tres músicas de los cuerpos, seguidos de un gran concurso", llegaron hasta la casa habitación de quien fuera Capitán General de la República de Chile, ahora expatriado en el Perú, y cantaron la estrofa de la marcha nacional chilena:
"Ved la insignia con que en Chacabuco al intruso supisteis rendir, y el augusto tricolor que en Maipo en un día de triunfo os dio mil. Vedle ya señoreando el océano…"
BIBLIOGRAFIA
- Claro Valdés, Samuel OYENDO A CHILE, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1979
- Fabres V., Alejandro y Pereira H., Oscar Canto de Cien Años. Nuestra Canción Nacional, BOLETIN DE INFORMACIONES Y PRACTICAS ESCOLARES, Año II, No. 15 (Agosto 1947), Dirección General de Educación Primaria, Sección Pedagógica.
- Inostroza, Jorge HUELLA DE SIGLOS, Ediciones Zig-Zag, Santiago de Chile, s.f.
- Pereira Salas, Eugenio BIBLIOGRAFIA MUSICAL DE CHILE DESDE LOS ORIGENES A 1886, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago de Chile, 1978
- Valencia Avaria, Luis SIMBOLOS PATRIOS, Editora Nacional Gabriela Mistral, Santiago de Chile, 1974