La Revista Musical Chilena ha identificado como sus principales áreas de interés, la cultura musical de Chile, considerando tanto los aspectos musicales propiamente tales, como el marco histórico y sociocultural, desde la perspectiva de la musicología y de otras disciplinas relacionadas. Incorpora contenidos vinculados a compositores, ejecutantes e instrumentos de la música de arte, folclórica, popular urbana e indígena, al igual que artículos atinentes a manuscritos, investigadores, aspectos teóricos y modelos musicológicos, además de nuevos enfoques de la musicología como disciplina, tanto en Chile como en América Latina.
Hernando de Magallanes fue el primer descubridor de nuestro suelo y el primero en explorar nuestras costas por el extremo sur (1/8/1519). Embarcado en la Trinidad, capitana de cinco pequeñas carabelas, buscaba un paso occidental para llegar a la región de las especias. Navegó desde el río Guadalquivir hasta lo ancho del Océano Atlántico. Recién el día de Todos los Santos (1/11/1520) avistaron la entrada del Estrecho que hoy lleva su nombre, que demoró 27 días en recorrer. Cuando encontraron la salida occidental al otro gran mar, que el esforzado marino creía tan pequeño como pacífico, le restaban tres naves, una sola de las cuales habría de finalizar tan increíble viaje, sin su capitán a bordo. Mientras, había observado algunas de las costumbres de los naturales, que sirvieron para caracterizar esta región austral hasta nuestros días: las fogatas que encendían para protegerse del helado clima les valió el nombre de Tierra del Fuego, y los artificios que usaban en los pies para no hundirse en la nieve, el de patones o patagones. Algunos años más tarde, el capitán Juan Fernández Ladrillero tomó posesión del Estrecho en nombre del rey de España y del gobernador de Chile.
No sabemos si Magallanes y sus hombres escucharon la música de esos pueblos, pero si conocemos la que ellos habían escuchado en sus tierras natales, muy distinta, sin duda, a la que existía en el Nuevo Mundo. España musical, por la época del Descubrimiento, era heredera de una rica tradición y de aportes de los más diversos pueblos que sucesivamente se fueron incorporando a la Península. Iberos, celtas, cántabros y romanos dejaron danzas y canciones que perduraron hasta muy entrada la época cristiana, tamizados por la sobriedad de visigodos y el aporte de muchas otras comunidades étnicas, que configuran hoy un complejo y variado panorama musical español. A esto, debemos agregar el prolongado influjo árabe traducido en giros melódicos, ritmos, formas, instrumentos y modos de ejecución que todavía se pueden reconocer.
MUSICA EUROPEA DE LA EPOCA
Junto a la música oficial de la Iglesia Católica, consistente en canto litúrgico a una voz con texto, latino conocido como canto romano o gregoriano, se interpretaban cantos populares de carácter profano, que adornaban fiestas cívicas o sociales, faenas agrícolas o escenas familiares. Muchas veces, estas expresiones de júbilo popular irrumpían irreverentemente en el culto religioso. Esto motivó muchos intentos infructuosos de prohibirlos, como sucedió en el Tercer Concilio de Toledo, donde se condenaron los cánticos y danzas que se hacían dentro de los templos. La polifonía eclesiástica se incorporó también desde sus comienzos en esa Península, que se creía era el fin de la tierra, Finis Terrae. Las peregrinaciones a la tumba del apóstol Santiago, en Compostela, trajeron influencias desde apartados rincones de Europa y Oriente. Trovadores y troveros, juglares y ministriles incorporaron su riquísimo repertorio, sus canciones y sus instrumentos musicales.
En tiempos de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, se encuentra una larga lista de instrumentos, la mayoría de ]os cuales ya no se conocen, tales como arpa, atambor, ajabeda, albogue, añafil, atabal, chirimía, dulcema, gultarra morisca, galipe francés, laúd, órgano, pandero, rota, salterio, sonajas, vihuela y zampoñas. Los ministriles estaban encargados de tañer música extralitúrgica en procesiones festivas, de alegrar las reuniones cortesanas o de bailar y cantar en banquetes y fiestas familiares. Sin embargo, para ser considerado como instrumentista o constructor de instrumentos, había que aprobar duros exámenes, como los que cita la Ordenanza de Granada: "Iten, el oficial violero (constructor de instrumentos), para ser buen oficial y ser singular en el (oficio), ha de saber hacer instrumentos de muchos artes, conviene a saber: que sepa hacer un claviórgano, y un clavicímbalo, y un monacordio, y un laúd, y una vihuela de arco, y una harpa, y... otras vihuelas que son menos que todo esto".
Los Reyes Católicos fueron ]os primeros que se preocuparon por crear una capilla de música netamente española. La capilla de música incluía cantantes e instrumentistas encargados de interpretar las obras que requerían el culto religioso y las necesidades cortesanas. Hasta entonces había dos capillas reales: la de la corte aragonesa del rey Fernando, donde se hablaba en catalán, y la de la corte real de Castilla, de la reina Isabel, donde se usaba el español. El repertorio musical de la época consistía en misas y motetes polifónicos, y en música profana, primordialmente villancicos, romances y canciones. Cuando murió Isabel la Católica (1504), Fernando reunió ambas capillas y creó, por primera vez, la capilla de la Corte Real de España.
Bajo el reinado de Carlos l (1516-1556) -Carlos V como emperador-, el arte musical tuvo gran auge en España y sus dominios. Cuando el rey viajó desde Flandes a la Península, para tomar posesión de su corona, el pueblo le brindó cálida acogida con fiestas, danzas y música popular. Estas alternaban con obras cortesanas interpretadas por músicos flamencos, que siempre viajaban con el rey. Desde entonces hubo nuevamente en España, dos capillas musicales, pero esta vez una propiamente española, otra compuesta y dirigida por flamencos. Estos últimos representaban, por entonces, la cúspide musical del renacimiento europeo. Esta dualidad artística fue muy positiva y contribuyó no poco a que España gozara de lo que se ha llamado el Siglo de Oro de su música. También que llegaran hasta América los ecos de este esplendor artístico, que aquí floreciera con especial brillo durante largos siglos.
Felipe II (1556-1598), el sucesor de Carlos I, fue un gran impulsor del nacionalismo musical español, que alcanzó una dimensión internacional no igualada. Se puede decir que este monarca así como en su época Alfonso X el Sabio, fue uno de los mecenas del canto sagrado y la música sagrada española.
Juan del Encina, Antonio de Cabezón, Cristóbal Morales, Francisco Guerrero, Luis Millán, Francisco Salinas, Tomás Luis de Victoria y Vicente Espinel forman una constelación artística de gran magnitud que cubre los reinados de Carlos y Felipe II, a lo largo del siglo XVI. Sus obras, especialmente las de Morales, Guerrero y Victoria, alcanzaron amplia difusión en el Nuevo Mundo, donde ingresaron junto con las melodías populares, que venían en las venas y en el alma del pueblo que acompañó al conquistador.
MUSICA PATAGONICA
Todo este bagaje cultural se asomó fugazmente a Chile con Hernando de Magallanes a su paso por el Estrecho. Posiblemente él no tuvo mucha conciencia de que así era, porque su objetivo era muy diferente, pero los pueblos que lo vieron pasar se habrían asombrado si hubieran podido comparar la complejidad del arte musical renacentista con la música que ellos usaban, una de las más primitivas del continente. Hoy poco podemos saber cómo sonaba, pues los descendientes de los aborígenes que vio Magallanes casi han desaparecido.
La música patagónica comprende aquella de los tehuelches, que habitaban la Patagonia oriental, al norte del Estrecho, y la de los pueblos fueguinos, conocidos como onas o selknam, que ocupaban la Isla Grande de Tierra del Fuego; alacalufes o halakwalup, diseminados por Islas y canales de la Patagonia occidental, desde el Golfo de Penas hasta el cabo Brecknock y el Estrecho; y los yaganes o yámanas, que ocupan los archipiélagos australes entre el canal Beagle y el cabo de Hornos.
Desde que el inglés Charles Wellington Furlong grabó, por primera vez, canciones de onas y yaganes (1907-1908), los estudiosos de la música de estos pueblos han podido establecer curiosas similitudes con la de indígenas de apartados territorios, tales como California, Australia, Groenlandia, Brasil, Assam y otros puntos del Asia. Sin embargo, conviene tener presente que las recolecciones hechas por Furlong, Robert Lehmann Nietsche, el P. Martin Gusinde y otros, lo fueron en las postrimerías de la existencia de estas culturas, cuando la mayor parte de sus características musicales habían desaparecido o, se conservaban en forma fragmentaria y hasta incoherente, especialmente en el texto de sus canciones.
En general, las canciones de estos pueblos se caracterizan por ser muy simples y melódicamente limitadas. Se cantan en forma solemne y grave, con fuertes acentos y aspiraciones de la voz, gritos de llamada y sonidos que imitan el canto de pájaros y de animales totémicos. El texto cantado ha perdido su significación y sólo se conservan sílabas asociadas con la melodía, que se pueden considerar como vestigios de las palabras originales. Como en otras culturas primitivas, faltan los instrumentos musicales, si bien, en las danzas de la muerte, las mujeres yámanas golpeaban el suelo con largos y anchos bastones de madera, y en mascaradas entre onas y yaganes, se "producen atronadores ruidos golpeando el suelo con pieles enrolladas, como una forma de dramatizar la ira del iracundo espíritu de la tierra". La temática está determinada por la función eminentemente utilitaria de la música y la danza, que se interpreta en circunstancias trascendentales de la vida: cantos de curanderos, funerarios, de pesca, de faena agraria, de caza, de conjuro meteorológico, de guerra, de amor o juegos cantados.
Tehuelches
Los cantos tehuelches, que se han conservado por anotaciones de investigadores, estaban relacionados con temas vitales como nacimiento, muerte o bodas, y eran muy simples, reiterativos y de métrica irregular. Ocasionalmente utilizaban arco musical frotado con un hueso de cóndor o de guanaco.
Onas
De los onas, considerados por Hornbostel como menos primitivos que yaganes y alacalufes, conocemos descripciones del uso de canciones en curaciones que realizaba el médico o brujo, kon. Este daba vueltas alrededor del enfermo, que estaba de rodillas, desnudo, sobre una manta, tras lo cual "se acerca poco a poco estrechando el círculo y cantando con ritmo lúgubre y monótono palabras incomprensibles en un tono ya fuerte, ya bajo, ya bajísimo". Más tarde, el P. Martin Gusinde (1923) relataba que había podido asistir a una ceremonia secreta, del Kloketen, reservada sólo para hombres, que duró seis semanas. Se ejecutaron algunos bailes fálicos parecidos a los que habia visto entre tribus del Amazonas. En esa oportunidad, el P. Gusinde encontró tal deterioro físico en la raza ona, que calculaba "que en diez años más subsistirá sólo un puñado de Onas, y no sabrán nada de la idiosincrasia de su pueblo". Hoy, cuando sólo podemos lamentarnos de lo irreparable, tenemos el deber de valorar y respetar los valores culturales y sociales de nuestras minorías étnicas.
Alacalufes
De los alacalufes, considerados como una especie de "sociedad paleolítica viviente", quedan tan sólo unos cuarenta individuos (1978). Su repertorio está estrechamente ligado a ceremonias rituales y a actividades cotidianas, donde destacan cantos onomatopéyicos acompañados de mímica y pantomima, tales como cantos de pájaros para atraer la caza, canciones descriptivas o anecdóticas, de entretención, de amor, burlescas, de cuna. Se caracterizan por el uso de sílabas sin significado, por frecuentes interrupciones en la articulación de ciertas palabras y por la ausencia de instrumentos musicales, si bien hubo un tiempo en que utilizaron silbatos de hueso de pájaro y primitivos instrumentos de percusión.
Yaganes
Cuando murió Felipe Roberto Alvarez (17/10/1977) se declaró extinguida la raza de los yámanas o yaganes, lo cual no era exactamente efectivo, pues aún quedaban unos seis individuos de raza pura. Aureliano Oyarzún describió la música que escuchó en una fiesta de iniciación de la juventud entre yaganes (1929), llamada Chiehaus, donde el canto y el baile eran las ocupaciones principales. "El canto, dice, sirve de distracción y para ahuyentar el Yetaite, espíritu maligno que, según la creencia de los yaganes, es el enemigo encarnizado del cuerpo y la vida de los que asisten al Chiehaus. El baile procura movimiento a los miembros rígidos del cuerpo por falta de ejercicio, impide o paraliza la aproximación del mismo Yetaite. Para alejar a este enemigo maligno, se golpea también con palos y ramas las paredes de la choza del Chiehaus". En esta ceremonia, que dura varios días, "hay cierto número de canciones que sólo se cantan en el Chiehaus. Generalmente, el director de la fiesta preside el canto, pero no es raro que se le reemplace también por otros ancianos. Los bailes, que son muy estimados, se dejan para las horas avanzadas de la noche. Se denominan según los animales que representan, y tienen por motivo principal la melodía, los movimientos y los caracteres de los animales que imitan. Los yaganes, termina Oyarzún, son verdaderos artistas en la representación de estos animales en sus bailes".
La cultura de yaganes y alacalufes tiene muchos elementos comunes, así como también influencia de los onas, cual es el caso de la ceremonia del Kloketen ya mencionada, que pasó a los yaganes con el nombre de Kina.