La Revista Musical Chilena ha identificado como sus principales áreas de interés, la cultura musical de Chile, considerando tanto los aspectos musicales propiamente tales, como el marco histórico y sociocultural, desde la perspectiva de la musicología y de otras disciplinas relacionadas. Incorpora contenidos vinculados a compositores, ejecutantes e instrumentos de la música de arte, folclórica, popular urbana e indígena, al igual que artículos atinentes a manuscritos, investigadores, aspectos teóricos y modelos musicológicos, además de nuevos enfoques de la musicología como disciplina, tanto en Chile como en América Latina.
Junto a sus ideas libertarias y a sus cualidades políticas y militares, los Padres de la Patria se caracterizaron por su afición a la música y por haber sido, ellos mismos, calificados intérpretes. José Miguel Carrera tocaba la guitarra y Juan José, su hermano, recibía lecciones de clarinete del inglés Guillermo Carter. Bernardo O'Higgins poseía temperamento artístico y refinado y había aprendido piano en Londres. Con gran sentimiento se desprendió de su instrumento para costear su viaje de regreso a Chile. Posteriormente, lo vemos animando las veladas de su casa natal en Chillán, donde tenía un piano que también debió vender, esta vez por intermedio de un aviso en La Aurora de Chile. Entre sus deberes de gobernante, O'Higgins conservaba en el recuerdo a sus viejos maestros de música, por quienes preguntó a la inglesa María Graham a su paso por Chile. Al final de sus días, en Lima, pulsaba las notas del armonio para acompañar su soledad. Manuel Rodríguez fue un apasionado de la música, canto y baile vernáculos y un entusiasta cultor de la guitarra. José de San Martín, asimismo, era aficionado a la música y cantaba con una hermosa voz de bajo. Muchos de ellos, sin duda, habrán bailado el abuelito, el verde, la guachambe, la cachupina o la campana y, con posterioridad a la Expedición Libertadora del Perú, la sajuriana, el cuándo, la resbalosa, el aire o la zamacueca.
Las tertulias de la época, a las cuales asistían nuestros próceres, no habían variado sustancialmente en relación con el período colonial. La misma María Graham cuenta de la música, baile y charla acostumbrada en la tertulia de José Antonio de Cotapos, y se asombraba del número de pianos importados de Inglaterra que existían en Santiago. "Casi no hay casa, dice, en que no haya uno y el gusto por la música es excesivo: muchas jóvenes tocan con destreza y gusto aunque pocas se dan el trabajo de aprender con método, y se confían enteramente en el oído".
La exaltación patriótica se demostraba en muchas ciudades con solemnes Te Deum y canciones alusivas "a nuestra feliz libertad civil". En Santiago, con posterioridad a la batalla de Maipo, se cantó una Misa de Gracia "en celebridad del triunfo de nuestras armas en lo de Espejo". La figura americanista de O'Higgins inspiró también a músicos extranjeros a componer obras en su honor. Tal es el caso de una partitura impresa en Nueva York, con cinco valses sudamericanos dedicados a Bernardo O'Higgins, "Supreme Dictator of Chile", encabezados por el O'Higgins Waltz.
BANDAS MILITARES
La música militar no siguió, durante la época colonial, la línea ascendente que hemos reseñado en los otros tipos de música. En el siglo XVII existían en Chile solamente 6 trompetas y 21 tambores para los usos militares. Al siglo siguiente, encontramos apenas 17 tambores, 5 trompetas Y 12 pífanos, aparte de los pitos y tambores que acompañaban a los pregoneros.
Durante la llamada Patria Vieja se organizó, por primera vez, una pequeña banda, que en su mayor parte estaba compuesta por los músicos de la Catedral de Santiago. La dirigía el clarinetista Guillermo Carter, profesor de Juan José Carrera, y fue agregada al batallón de Granaderos. La primera vez que se escuchó en público fue para celebrar el tratado de Lircay, donde se les pagó $ 240 a los músicos que participaron tres noches tocando sus instrumentos. De ahí en adelante, la banda tocaba la retreta en las noches, saliendo de la Plaza de Armas en dirección del cuartel de San Diego. Sin embargo, jamás siguió a campaña a su batallón ni a ningún otro, debido al entusiasmo con que acudía el pueblo a oírla. También en Concepción, por la misma época, se escuchaban los sones de algunos instrumentos marciales, celebrando el triunfo sobre alguna conspiración antipatriótica o acompañando las voces de ¡Viva la Patria!.
La Reconquista española (1814-1817) terminó con los sones patrióticos de la banda de Carter, que fue reemplazada por otra, del regimiento de los Talaveras, que constaba de 10 tambores mayores, 8 tambores segundos, 4 pífanos y 4 trompetas. Esta banda tocaba en un tabladillo frente a la cárcel y, debido a las bellas canciones españolas que por primera vez se oían en Santiago, alcanzó cierto grado de popularidad entre el pueblo.
El Ejército de los Andes, organizado por O'Higgins y, San Martín en Mendoza, tuvo dos bandas: la del Batallón No. 8, dirigida por Matías Sarmiento, y la del Batallón No. 11, integradas por negros africanos y por criollos argentinos uniformados a la turca. La base de ellas fue un conjunto de 16 esclavos que Rafael Vargas, vecino de Mendoza, envió a Buenos Aires para instruirlos en música. Además, encargó a Europa un instrumental completo, de manera que, a los pocos años, regresó a Mendoza una excelente banda de profesores que amenizaban las fiestas particulares y cívicas de la ciudad. Cuando San Martín declaró la libertad de los esclavos, Rafael Vargas le entregó sus músicos e instrumentos. Fueron éstos ¡quienes tocaron las llamadas de combate y los pasos de carga que, en Chacabuco y Maipo, enardecieron el arrojo de las tropas del Ejército Libertador. También deleitaron al pueblo durante la proclamación de Bernardo O'Higgins como Director Supremo de Chile, tres días después del triunfo de Chacabuco.
O'Higgins se interesó desde un comienzo por recuperar la actividad de las bandas militares. Lo vemos preocupado de la instrucción del tambor mayor de las tropas ubicadas en San Felipe de Aconcagua; de establecer un depósito de tambores en el Batallón No. 7 de Santiago, al que destinó diez músicos; de habilitar salas de ensayo en La Moneda; o destinar un depósito de seis trompetas al comandante de Granaderos a caballo. Más tarde, decretó la creación de una Academia Músico-Militar (22-VII-1817) dotada de 50 jóvenes, bajo la dirección del teniente Antonio Martínez. De inmediato se encargaron instrumentos a Europa y Estados Unidos, y se nombró a Guillermo Carter como segundo comandante. A poco, se logró la formación de dos bandas. La primera, dirigida por Martínez, con 26 instrumentos, y la segunda, dirigida por Carter, con 33 instrumentos.
Al año siguiente, llegaron cajones de tambores, instrumentos y, música militar a bordo de tres barcos que provenían de Boston, Londres y Liverpool. Estos aumentaron el instrumental obtenido, como botín de guerra, en la batalla de Maipo, el que se completó con una nueva compra que el Gobierno hizo en Inglaterra (1822), en la que se invirtieron $ 1.000 de la época.
Diego Portales, que era un gran aficionado a la música, dio nuevo auge al desarrollo de las bandas militares, para lo cual nombró a José Zapiola como director de las bandas cívicas. El mismo gustaba de marcar el ritmo con el pie y marchar junto a los soldados al compás de la música, alabando o criticando sus actuaciones.
José Zapiola, junto a José Bernardo Alzedo -que llegó a Chile al frente de la banda del Batallón No.4, después de las operaciones del Ejército Libertador en el Perú- y Francisco Oliva -músico mayor del Batallón Colchagua y veterano de la campaña del Ejército Restaurador del general Manuel Bulnes-, son los músicos a quienes el país debe la organización definitiva de las bandas militares.
Fue la banda del Batallón Colchagua la que dio un "esquinazo" a don Bernardo O'Higgins, en Lima (1839), bajo el balcón de su casa, para celebrar el día de su santo. Allí ejecutaron el himno que recién había compuesto José Zapiola en honor del triunfo de Yungay.
El Ejército Libertador también dispuso de bandas militares. En la víspera de la partida, cuenta el general Miller en sus Memorias, "era en verdad un espectáculo tan tierno como imponente el que ofrecía ahora la bahía (de Valparaíso), casi solitaria en otros tiempos, y ahora cubierta de buques en cuyos mástiles flotaba la bandera chilena, así como el ver llegar a los diferentes cuerpos que venían de sus acantonamientos al son de músicas militares".
HIMNOS NACIONALES
De los símbolos patrios tales como la bandera, el escudo y el himno nacional, este último fue el que más tardó en cristalizar. El Himno Nacional argentino, con letra de Vicente López y música de Blas Parera, que llegó con el Ejército de los Andes, era el que se escuchaba, luego de Chacabuco y Maipo, en las grandes solemnidades. San Martín gustaba cantarlo en los saraos, con su bien timbrada voz de bajo. Este mismo Himno se entonó en la solemne celebración del primer 18 de septiembre libre (1817), en el baile ofrecido en el palacio presidencial de Santiago. También se cantó en las fiestas del mismo aniversario en Talca, cuando se enarboló por primera vez el nuevo pabellón chileno.
Por esta razón, O'Higgins encargó que se compusiera una Canción Nacional, cuyo texto, del poeta argentino Bernardo Vera y Pintado, se estrenó en las fiestas de septiembre del año subsiguiente. Esta fue sancionada como tal por los poderes legislativo y ejecutivo pocos días después. La música para este himno fue escrita por Manuel Robles y se cree que música y letra hayan sido interpretadas en aquella oportunidad. Sin embargo, el estreno oficial de la Canción Nacional de Robles y Vera y Pintado tuvo lugar en el teatro de Domingo Arteaga (1819) -el primer teatro permanente que hubo en Chile- con ocasión de celebrarse un triple acontecimiento: el natalicio del Director Supremo, la partida de la Expedición Libertadora del Perú y el estreno de un nuevo local del teatro, más elegante, ubicado en la Plazuela de la Compañía. La orquesta que actuó en aquella oportunidad fue dirigida por el propio compositor.
Manuel Robles, hijo de Marcos Matías Robles, maestro de música y profesor de bailes, y de Agustina Gutiérrez, nació en Renca (6-XI-1780). Heredó el talento musical de su padre y fue uno de los primeros violinistas patriotas. Gozaba de enorme popularidad en todos los ambientes por su simpatía y sus más diversas habilidades Viajó a Buenos Aires junto a José Zapiola en un viaje que este último relató con ribetes pintorescos, para regresar al año siguiente a Santiago, donde formó una pequeña orquesta. Figuró entre los fundadores de la primera Sociedad Filarmónica, junto a las figuras más destacadas del ambiente musical de entonces. Posteriormente, contrajo matrimonio y participó en la orquesta de la primera ópera que se dio en Santiago. Sin embargo, problemas de salud y el rudo golpe moral que le significó el reemplazo de su Canción por otra, que había sido encargada a un extranjero, atentaron contra su salud, y falleció en Santiago, en medio de la mayor miseria (27-VIII-1837).
Al parecer, la Canción de Robles, que había prendido rápidamente en el corazón de los chilenos, tuvo algunos sectores que se opusieron a ella. Estos obtuvieron que el Gobierno, por intermedio de su ministro en Londres, Mariano Egaña, solicitara a uno de los más famosos compositores de ópera del momento, el catalán Ramón Carnicer, la composición de un nuevo Himno, sobre el mismo texto de Bernardo Vera y Pintado.
Ramón Carnicer nació en Tárrega, España (29-X-1789). Fue niño de coro y estudió con reputados maestros de capilla, teniendo como modelos a Mozart y Rossini. Fue profesor de canto, piano, armonía y composición, y autor de numerosas óperas, música religiosa y obras sinfónicas y de cámara.
Falleció en Madrid (17-III-1755) rodeado de máximos prestigios oficiales y populares. El piano utilizado por Carnicer fue donado a Chile por el gobierno de España y se conserva en el Museo Histórico Nacional. Entre sus óperas se cuentan: Adela de Lusignano, Don Givanni Tenorio, Elena e Malvina, Cristóforo Colón, Eufemio di Messina e Ismalia o morte d'amore. Compuso además varias sinfonías, misas, música incidental, canciones, valses, mazurkas, pasos dobles, boleras, etc. El músico español debe haber escrito en Londres (1826-1827), donde se hallaba exiliado, el Himno encargado por el gobierno chileno, antes de su regreso a Barcelona.
Llamado desde entonces Himno Nacional chileno, se estrenó en Santiago, en el teatro de Arteaga, en un concierto de la Sociedad Filarmónica, que incluyó, además, la Canción Nacional de Robles y obras de Isidora Zegers y otros compositores. Años después, a petición del Encargado de Negocios de España en Chile, el Gobierno encargó al joven poeta Eusebio Lillo un nuevo texto que reemplazara al encendido poema antiespañol de Vera y Pintado, el que conservó la estrofa del coro original. Tanto el Himno de Carnicer como el texto de Lillo, que se cantaron por primera vez para el aniversario patrio (18-IX-1847), debieron vencer una fuerte y justificada resistencia popular antes de imponerse sobre sus antecesores. José Zapiola fue uno de sus críticos más encarnizados, pues, si bien consideraba inferior la música de Robles a la de Carnicer, criticó esta última como "canción popular", por considerarla difícil y extremadamente alta.
Después de infructuosos intentos de varios compositores para evitar el "contrá" que caracteriza nuestro Himno, se fijó su versión definitiva por Decreto Supremo (12-VIII-1909), sobre la base del texto de Lillo y de la edición original inglesa de la partitura de Carnicer. Esta, refrendada por un decreto posterior ()27-VII-1941), es la que se canta actualmente.
Otros himnos de comienzos del período de Emancipación se atribuyen al entonces maestro de capilla de la Catedral de Santiago, José Antonio González. Son ellos el Himno a la Victoria de Yerbas Buenas y el Himno del Instituto Nacional, que se estrenó en la solemne inauguración del primer plantel educacional de la República (10-VIII-1813).
CHILOE
Nueva Galicia, como se llamaba a Chiloé y sus islas, con sus características entradas de mar y su paisaje de lomajes suaves, verdes y plácidos, estuvo en poder de los españoles hasta muchos años después de declarada la Independencia de Chile. Sólo pudo ser conquistada por las fuerzas de] general Ramón Freire (1826), en las que participó la banda del Batallón No. 7, que comandaba José Zapiola.
La influencia hispana en Chiloé ha sido muy fuerte y se conserva con rasgos bien definidos hasta nuestros días. Incluso los huilliches que habitan la zona aún conservan algunas tradiciones cristianas entronizadas por los españoles. A esta persistencia ha contribuido su condición insular y, al decir del P. Francisco Javier Cavada, "el chilote habla poco y piensa mucho, es más filósofo que orador, más poeta que narrador; sabe más sentir y soñar que hablar y referir". También ésta ha sido una condicionante para el alto grado de escolaridad que existe en Chiloé y el amor a la docencia que los ha distinguido en la comunidad nacional. Dedicado esencialmente a la agricultura y a la pesca, el chilote es dado a largas emigraciones, especialmente a las regiones de Aysén y Magallanes, por lo que en esas latitudes australes encontramos que, junto al trabajador chilote, predominan las expresiones folklóricas musicales del archipiélago.
Repertorio musical
Los religiosos misioneros, especialmente los jesuitas, que llegaron a Chiloé a comienzos del siglo XVII, asociaron desde el primer momento la música a la enseñanza de la doctrina cristiana. Los cánticos sagrados que hasta hoy resuenan en las islas fueron introducidos por el P. Francisco van der Berhe, jesuita -que los isleños tradujeron por Vargas-, ayudado por el Hermano Luis Berger, pintor, músico, platero y médico, que fue enviado a Chile desde las reducciones del Paraguay, para enseñar los cánticos sagrados en Chiloé.
El repertorio musical jesuítico trascendió pronto de la capilla y, la iglesia al hogar, a la calle, al barco, y se difundió por todos los rincones de la región chilota. Asimismo, el adorno barroco, característico de la Orden jesuita, se hizo presente en los santos tallados, en las maderas policromadas y hasta en los textos cantados. Entre estos últimos es corriente encontrar barroquismos tales como versos que hablan de "arroyos de sangre de la corona, como están entre espinas, parecen rosas".
El duro clima chilote y el aislamiento producen una integración comunitaria que caracteriza a la población de Chiloé. Las viviendas, con su fogón central, los trabajos comunitarios tales como la minga -que se retribuye con una fiesta donde abundan el canto y el baile-, las fiestas de medan (me dan)- con aportes que traen los vecinos con motivo de un matrimonio, incendio o enfermedad de algún dueño de casa-, o las fiestas de reitimiento -o derretimiento de la grasa de cerdo que servirá de reserva alimenticia-, se animan con canciones y danzas que alcanzan un vigor inusitado en relación con el resto del país.
Las ocasiones religiosas han motivado, sin duda, el repertorio musical más característico de Chiloé y, a la vez, único en el país. Devociones familiares e íntimas, que hasta no hace mucho se podían encontrar en otras partes de la zona central, son muchas veces preparatorias de fiestas patronales comunitarias, a las cuales se asiste en romería, surcando el mar en frágiles embarcaciones. Papel destacado ejercen en estas ocasiones, las numerosas y bellas capillas o iglesias que existen diseminadas en las islas del extenso archipiélago, que sirven, incluso, como referencias geográficas de distancia.
El rosario, devoción mariana que se reza en casi todos los hogares al anochecer, junto al fogón, se transforma en un cántico de rigor en novenas y en oficios litúrgicos. En estas oportunidades se sigue un largo rito en el que, después de persignarse, se entonan algunos cánticos antes de iniciar el rosario propiamente tal. Cada misterio se entona con melodías de fuertes reminiscencias gregorianas, después de lo cual se canta una estrofa alusiva, entre las que sobresale el cántico Buenas noches nos deis, Madre. Luego se rezan los padrenuestros y avemarías correspondientes, en un recitado salmódico semientonado. Cuando distintos grupos de personas entonan el rosario en la iglesia, se produce una bella confusión de voces, donde sobresalen los tonos nasales más bien graves y mantenidos, que caracterizan las voces femeninas de esa región.
Hay muchas variantes para cantar el rosario entre una isla y otra pero, normalmente, se termina con el cántico de la Salve, ya sea la Salve Dolorosa o la célebre Salve chilota, donde alternan un solista con el grupo de fieles. Después de la Salve se entona el Trisagio, introducido con posterioridad, que también se encuentra en otras zonas del centro. del país, cuyo texto se inicia con:
a quien tanto
Arcángeles, Querubines
Angeles y Serafines
dicen: Santo, Santo, Santo.
En las novenas suelen cantarse las Alabanzas o Gozos de Santa María, que son cantos religiosos derivados del romance, cuyo texto, anotado en una libreta manuscrita, posee, a veces, numerosísimas estrofas. Las Alabanzas, que antes se cantaban en todo Chile y cuya vigencia es cada vez menor, también las entona el jefe de familia al amanecer, al que se van uniendo los otros miembros de la familia a medida que van despertando.
Fiscales
En Chiloé, así como en otros puntos de América, es difícil contar con sacerdotes que realicen directarnente la labor pastoral en cada una de las comunidades isleñas. Por esta razón, funciona hasta hoy la institución de los fiscales, creada por Carlos V para los franciscanos de México, que eran nombrados originalmente por el misionero. Ellos fiscalizaban, literalmente, los lugares en que el sacerdote no residía de manera permanente, así como también se preocupaban de la pureza de las prácticas religiosas. La existencia en Chiloé de los fiscales, cuya misión es fundamentalmente espiritual, data de fines del siglo XVI. El fiscal, que en algún momento puede tanto bautizar como ayudar a bien morir, tiene a su cargo la custodia del templo y la dirección del canto en las funciones religiosas. Es asesorado por un sota-fiscal y por otros seglares, entre los que se menciona, desde el siglo XVIII, a los patrones. El patrón también es un seglar, hombre o mujer, encargado del cuidado de la iglesia y de su orden, aseo, ornamentos e imágenes, que está asesorado por un vicepatrón. La institución de los fiscales "puede considerarse como el logro más notable, dentro de los ensayos misionales de la iglesia hispanoamericana, en cuanto a responsabilidad seglar en tareas pastorales".
Fiestas de cabildo
La labor pastoral de fiscales y patrones en ausencia del sacerdote es, prácticamente, cotidiana. Sin embargo, para la celebración de festividades religiosas, que en Chiloé son numerosísimas y que tienen lugar en el día del Santo Patrono de alguna de las innumerables capillas, se organizan los llamados cabildos. Esta es una institución seglar jerárquica, compuesta por doce a trece personas, en las cuales intervienen hombres y mujeres que son los responsables de la organización de la fiesta y de quienes depende, en gran parte, su éxito. Entre los cargos del cabildo se cuentan los del Supremo, la Suprema, princesas, gobernador y abanderados. Las fiestas de cabildo culminan el día del Santo, luego de la infaltable novena, donde el acto más importante consiste en una procesión por la explanada que queda al frente de la capilla o iglesia.
Se inicia la ceremonia en el interior del templo, donde se escucha una constante superposición y sucesión de rosarios cantados en pequeños grupos, en rescate de sus parientes muertos, que culminan con la Salve cantada. En la capilla, repleta de fieles que han venido desde distantes puntos a congregarse para este día, el anda del Santo luce cuajada de géneros, flores y alhajas, que lo adornan en profusión. A una orden del sacerdote es conducida por gran cantidad de devotos, que se abren paso al ritmo de la música del acordeón, bombo y guitarra, a los que se unen el violín y la casi desaparecida flauta traversa, que constituían, junto con el rabel y otros instrumentos, la llamada orquesta chilota. Este conjunto instrumental se ha ido empobreciendo en la misma medida que el cabildo, debido a sucesivas prohibiciones y, escasez de medios.
Ya fuera de la iglesia, que tañe su campana, y mientras se entonan los Gozos del Santo, el anda es acompañada por la Suprema, por el resto del cabildo, y por el grueso de la procesión, seguida por grupos que tocan sus instrumentos y, antiguamente, por tiradores de cohetes, actualmente suprimidos. También Participan en la procesión los patrones dueños de imágenes de localidades vecinas, que portan banderas blancas, amarillas, moradas y nacionales, que mueven acompasadamente a medida que avanzan. En determinados momentos, se vuelven hacia el festejado, hacen una genuflexión, baten nuevamente sus estandartes y giran para seguir la marcha de la procesión. Esta va escoltada por largas filas de pequeñas andas, con los santos venerados en las casas de los patrones visitantes. Todos entonan cánticos, por mientras la procesión regresa al templo y el Santo es colocado nuevamente en el presbiterio, a la espera de la próxima devoción anual en su honor.
Terminada la fiesta religiosa sigue la profana. A la salida del templo se improvisan fondas con los remos y velas de las barcas varadas en la playa próxima, donde se sucederán los valses, corridos y cuecas, bailados incansablemente con el acompañamiento de los mismos instrumentos que acompañaron la procesión.
Las más importantes festividades patronales chilotas son la de la Virgen de la Candelaria de Carelmapu, la de Jesús Nazareno de Cahuach, la de San judas Tadeo de Curaco de Vélez, la de Nuestra Señora de Gracia de Quinchao, y muchas peregrinaciones más que integran "el calendario folklórico más rico y variado de toda la nación chilena".
Fiesta de moros y cristianos
Una interesante representación con participación musical, que se ha perdido en Chiloé, es la Fiesta de moros y cristianos, que se celebraba hasta no hace mucho en la isla de Quenac. Era una especie de auto sacramental, donde las fuerzas cristianas de Carlomagno se baten con las del sultán turco Solimán, a quien vencen y convierten a la fe cristiana, rescatando, de paso, el Madero de la Cruz que éstos habían robado. Luego de una procesión, el auto terminaba en una fiesta con cantos y bailes. Sería interesante y posible revivir estas tradiciones, antes que desaparezcan quienes aún las recuerdan.
Velorios
Los velorios también dan origen en Chiloé a una abundante participación musical entre los parientes y amigos que se reúnen en casa del difunto. En los velorios de angelitos se cantan Gozos y villancicos, forma de plena vigencia en la zona. También se rezan numerosos rosarios, entonando los Misterios Dolorosos para los adultos y los Misterios Gozosos para las criaturas. "Antiguamente, informa el P. Cavada, los velorios daban origen a bailes, orgías y desórdenes" y cita algunas estrofas tales como:
arpas y violines
por hallarme junto
con los serafines.
Canten, pues, señores,
canten los cantores,
consuelen mi madre
que está con clamores.
Canten, pues, señores,
con gusto y anhelo,
por todos ustedes
rogaré en el cielo.
Danzas
Las danzas actualmente vigentes en Chiloé son la cueca -en la cual domina la seguidilla y se prescinde, normalmente, de la cuarteta, alargando la seguidilla por medio de repeticiones hasta completar el largo normal de la cueca chilena-, el corrido y el valse. Otras danzas, la mayoría de las cuales derivan de la cuadrilla, se bailan con menor vigencia, muy ocasionalmente, o en lugares apartados. Estas son el pavo, costillar, sajuriana, cielito, chocolate, nave, trastrasera, pericona y seguidilla. No quedan rastros de numerosos bailes mencionados por cronistas anteriores, tales como el aguanieve, astilla, chavarán loro, pío-pío-pa, rin, sapo y otros.
Reminiscencias arcaicas
La persistencia de factores arcaicos en las actuales costumbres musicales chilotas, se encuentra, además de los ya anotados, en el uso del rabel o violín de tres cuerdas, y en la práctica de la saloma, canto monódico de trabajo, utilizado para estimular a personas y animales.
El obispo Justo Donoso visitó la provincia de Chiloé en el siglo pasado y escribió sobre lo visto. Este se conserva en el Archivo Nacional de Santiago, donde lo conocimos gracias a la gentileza de fray Gabriel Guarda O.S.B. Su descripción de las fiestas patronales de entonces coincide mucho con las que actualmente se realizan. "Curiosos son, dice el obispo, todos los pormenores del ceremonial en tales ocasiones; pero lo que es muy digno de llamar la atención y no puede pasarse en silencio, es la destreza y señalado gusto que se advierte en el canto y la música, la variedad de misas que los cantores saben oficiar y la regular corrección con que leen el latín. Los fiscales y sotas son por lo común los cantores en cada capilla, y tienen gran cuidado de enseñar a sus hijos el canto y la lectura del latín que ellos también aprendieron de sus padres. Los instrumentos que acompañan el canto son el violín, la flauta y la guitarra y los que lo tocan (de cierto con hábil destreza) no han tenido más principios ni otro maestro que su atinado y exquisito oído. En las festividades de que hablo, el cura canta siempre las vísperas alternando con los fiscales y sota-fiscales, y el día siguiente celebra la misa solemne con que los cantores y músicos apuran su maestría en extremo agradable. En una de las misas solemnes a que asistí en la visita oficiaron en el coro una linda misa cinco o seis cantores, acompañados de seis violines, dos flautas y una bandurria, instrumento parecido al violín, pero de tres cuerdas y se toca con una pluma, del grueso y cortada a la manera de las que sirven para escribir. Parecíame el coro harto preferible al de la capilla de la Catedral de Santiago en los días de gran solemnidad."