Julio 15, 2007

La fiesta de La Tirana

Un pueblito revive una vez al año en una devoción que mezcla el fervor católico con las tradiciones andinas.

 
 
 
En pleno desierto, en la Pampa del Tamarugal, 1.900 kilómetros al norte de Santiago, se ubica el pueblito de La Tirana. Allí, durante todo el año, viven apenas unos 200 habitantes y la mayoría de las casas permanecen cerradas. Pero entre el 14 y el 16 de julio, el panorama cambia: cerca de 80 mil personas llegan a rendir culto a la Virgen del Carmen, patrona de Chile, en una festividad religiosa llena de fe y colorido.

La fiesta de La Tirana combina símbolos cristianos con ritos indígenas, el fervor católico con las tradiciones andinas, creencias de origen histórico y fantasía popular. Todo es ruido y color, canto y baile. En esos días no se puede vender alcohol.

La celebración atrae a fieles devotos que van a pagar una promesa o implorar un milagro a la Virgen, a vendedores ambulantes, turistas y curiosos, que desafían el terrible sol del día y el penetrante frío de la noche en el desierto. Muchos de los asistentes han viajado -incluso a pie- decenas de kilómetros. Algunos avanzan de rodillas, en un doloroso recorrido sobre el suelo de tierra. Y nadie le da jamás la espalda a la Virgen.

Los principales protagonistas son las cofradías de danzantes -algunas de hasta cien personas-, que durante los tres días que dura la celebración bailan por todo el pueblo siguiendo -en medio del aparente caos- un ordenado ritual. Se los llama "chinos", que en lenguaje autóctono significa "servidor.

No está muy claro el origen de los bailes. Algunos son alegorías religiosas, otros imitan a las aves que anuncian la esperada lluvia. Las "Diabladas" surgieron en 1818, en Oruro, Bolivia, en torno al santuario de la Virgen del Socavón, patrona de los mineros. De la creencia de los pueblos andinos en "Supay", un ser maléfico que se confundió con el demonio cristiano, nació el ritual que recuerda la rebelión de Lucifer y la lucha entre las fuerzas del bien y el mal.

Los celebrantes y danzantes visten atuendos y máscaras de origen altiplánico. La Virgen está engalanada con sedas y joyas. Miles de velas iluminan el ambiente y los fuegos artificiales estallan por doquier. Suenan las quenas, zampoñas, matracas, tambores, pitos y flautas, y los himnos elevan al cielo azul las oraciones y ruegos.

La leyenda



Cuentan que en el otoño de 1535, salió del Cusco, rumbo a Chile, el conquistador Diego de Almagro, con unos 500 españoles y diez mil indígenas. Entre ellos llevaba, como rehenes, a Huillac Huma, último sumo sacerdote del culto del sol, con su hermosa hija de 23 años, la Ñusta (princesa). La joven logró huir y se refugió con algunos seguidores en un oasis de la Pampa del Tamarugal, que dominó a sangre y fuego. Ejecutaba sin piedad a todo extranjero o indígena bautizado que cayera en sus manos. La llamaban la "Tirana del Tamarugal".

Hasta que un día apareció un joven y apuesto minero, Vasco de Almeida. La Ñusta se enamoró perdidamente e inventó la forma de demorar su muerte. Peor aun, en los meses que siguieron ella se convirtió al cristianismo y él la bautizó. Cuando sus seguidores descubrieron su traición, los mataron a ambos bajo una lluvia de flechas.Años más tarde, un evangelizador español descubrió entre las ramas de tamarugos una tosca cruz de madera. Enterado de la tragedia, levantó en el lugar una capilla.