Marzo 6, 2005

Recordando a un maestro

Orellana, Diego M. (2005)

Se identificó con un lenguaje musical propio, en donde desechó lo rebuscado y el uso de fórmulas y experimentos compositivos de vanguardia. En la fotografía puede verse cuando tenía 40 años.
Vargas se identificó con un lenguaje musical propio, con el que desechó lo rebuscado y el uso de fórmulas y experimentos compositivos de vanguardia. En ello logró, sin apartarse del folclore vernáculo, amalgamar las técnicas de maestros de fines del siglo XIX y comienzos del XX.

Se lo veía yendo a las aulas a realizar clases de contrapunto, armonía y materias teóricas; viajando en la semana más de 100 km desde su hogar hasta la antigua Escuela de Música de la Universidad Católica, ubicada en el cerro Barón de Valparaíso. Un señor de figura fina, esbelta, carácter bondadoso y sensible.

Le encantaba el enigma del contrapunto de Paul Hindemith y del legendario organista Marcel Dupré. Admiraba la escuela francesa de Gabriel Fauré y César Franck, la figura de Paul Dukas y la técnica de la orquestación; además de a otros grandes maestros de la época romántica y posromántica, como Grieg, Mahler y Sibelius.

Profesor

En la clase nos explicaba, con mucha dedicación y entusiasmo, cada detalle histórico y teórico de cualquier narrativa musical, en donde cada ejemplo iba unido a un análisis propio, extraído de la literatura musical. Encontrábase siempre dispuesto a motivar e incentivar a los alumnos, lo cual irradiaba positivismo y entusiasmo por el saber y aprender.

Darwin Vargas Wallis, destacado compositor oriundo de Talagante, nació allí un día 8 de marzo de 1925, y hoy cumpliría ochenta años. Provenía de una familia arraigada en los alredores de la capital, de antepasados españoles e ingleses. Sus padres eran maestros de escuela: Berta Wallis Velascos y Miguel Jerónimo Vargas. Éste falleció cuando Darwin contaba con sólo doce años de edad, algo que repercutió en su vida emocional.

Pasión

Desde muy temprana edad sintió una profunda pasión por la música. Ya a los diez años comenzó a recibir lecciones de violín y a apartarse de los juegos infantiles y las amistades escolares, algo que desde un comienzo no le atrajo mayormente. Posteriormente, ya de adulto, fue empleado bancario, una actividad que más tarde abandonó para dedicarse íntegramente a la música y al cultivo del campo.

La innata intuición musical le llevó a elegir el camino de la creación, siendo en sus comienzos autodidacta. Luego ingresó al conservatorio, donde estudió piano y composición con Juan Orrego Salas, Domingo Santa Cruz y Jorge Urrutia Blondel. Este último, una importante figura de la música nacional, transmitió a Vargas Wallis muchos conocimientos que él, a su vez, había adquirido de sus maestros Pedro Humberto Allende y el ya mencionado Domingo Santa Cruz en Chile; Nadia Boulanger, Paul Dukas y Charles Koechlin en París; y Paul Hindemith en Berlín.

También incursionó desde joven como instrumentista en la guitarra, una pasión en la cual se sintió atraído por el folclore vernáculo, componiendo algunas piezas, las cuales hoy forman parte del repertorio en concursos internacionales, y frecuentemente son utilizadas como material didáctico en la enseñanza del instrumento en los principales conservatorios y academias del país.

En lo que respecta a su persona, era un ser muy amante del campo, algo que llegó a formar una parte componente de su creación sonora como fuente de inspiración -como muchas veces él mismo lo señaló-, que emanaba de una necesidad orgánica, la cual se extinguía al dejar en el escrito la última nota de una obra musical.

Fiel a su panorama, se identificó con un lenguaje musical propio, en donde desechó lo rebuscado y el uso de fórmulas y experimentos compositivos de vanguardia. En ello logró, sin apartarse del folclore vernáculo, amalgamar las técnicas de maestros de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Así se advierten tanto la influencia de Hindemith -de cuya obra fue un estudioso- como la del nombrado organista y compositor francés Marcel Dupré.

No sólo le atraía lo místico y religioso, sino también la capacidad de asombro, lo cual rodeó su espacio vital.

Elegía la tranquilidad de las noches para trabajar en la creación musical, cultivando la tierra durante el día para con ello estar en un diálogo permanente con la naturaleza y llegar a amarla.

Su creación musical, que consta de alrededor de cien obras, abarcó diferentes géneros, en donde se destacan sus conocidos Preludios para guitarra (1963), sus dos elogiados Quintetos de Vientos (1968, 1972) y su Trío Talagante '73 (1973) para clarinete, viola y piano. También se recuerda su conocida Obertura para tiempos de adviento (1960), una obra orquestal de alto vuelo, la cual se ha llegado a transformar, junto a su Misa dedicación del templo votivo Maipú (1974), y otras obras de compositores previos a su promoción, en clásicos de la música académica chilena.

Creaciones

Entre otras de sus creaciones, cabe mencionar su Sinfonía reflexión (1965), un título muy acorde a su personalidad y contenido sonoro. Es allí donde se advierte una marcada influencia de Hindemith, tanto en el elegante y sólido manejo de la orquestación, como en la búsqueda permanente de nuevas fórmulas y combinaciones contrapuntísticas.

Además del aniversario de su nacimiento, y del de su muerte (7-04-78) -causada por una afección cardíaca-, se debe recordar a Darwin Vargas Wallis con profundo elogio y admiración. Un hermoso recuerdo de un maestro que, como tantos otros hasta hoy injustamente relegados, dejó con su legado musical un valioso aporte a la música chilena y latinoamericana.