Mayo 15, 2000

Una educación integral

Vila Riquelme, Cristián (2000)
A más de diez años de su muerte, Elena Waiss, amiga y cómplice del pianista Claudio Arrau, fundadora de la Escuela Moderna de Música y autora de ese verdadero silabario del piano que es "Mi Amigo el Piano", continúa distinguiéndose por su manera de entender la enseñanza, manera que no dejó de aplicar nunca a sus incontables discípulos.

Dice Herbert Read que el principal instrumento cognoscitivo de la realidad es el arte, y preconizó la educación a través de él como voluntad creadora y apertura a lo aconteciente y a la sensibilidad - al movimiento. La extraordinaria músico y pedagoga Elena Waiss, amiga y cómplice del pianista Claudio Arrau, fundadora de la Escuela Moderna de Música y autora de ese verdadero silabario del piano que es Mi Amigo el Piano, a lo largo de sus años de enseñanza musical en que formó a parte considerable de los músicos más importantes de Chile, no sólo así lo entendía sino que puso en práctica esa apertura del ojo y del oído hacia todas las artes, la filosofía, las ciencias y la percepción como elemento fundacional y ético de un ser humano conocedor, imaginativo y plural.

Nunca concibió la enseñanza musical como separada - o "especializada"- respecto de todo lo que conforma el quehacer cultural y cotidiano del ser humano en sus vertientes "más altas". El instrumentista debía ser, antes que nada, músico, es decir, alguien completo en el dominio del lenguaje del cual era artífice y vehículo, impregnándose de los otros idiomas en un enriquecerse y confrontarse permanente. La música, como lenguaje inmediato y en constante movimiento, tenía que ser, para Elena Waiss, el elemento de confluencia de la diversidad y, como las matemáticas - que adoraba- , un mundo en el que era posible entrever la eternidad, el continuo transcurrir del tiempo y del espacio, aunque surcado de tinieblas, corrientes subterráneas y devastaciones, como la existencia. Era indispensable, entonces, en el oficio instrumental, la mayor precisión, el rubato adecuado, la exacta relación de las notas y el tempo, la percepción de la forma y del color, los matices como formando parte del cuerpo y de sus respiraciones, la comprensión del texto en sus detalles y en su conjunto pero, al mismo tiempo, la ubicación de la obra en un ahí y en un ahora no carentes de audacia y de recreación crítica, siempre relacionada con el logos y con el lenguaje como forma de vida. Toda esa verdadera hermenéutica tenía, indudablemente, esa proyección vivencial. Era la puesta en práctica de toda una fenomenología de la expresión, en suma. Por eso, la consigna de Hlderlin: Was bleibet aber, stiften die Dichter ("lo que perdura lo establecen los poetas") tenía allí su expresión funcional en el perpetuo descubrimiento y exploración de lo Otro como metamorfosis y promesa de autenticidad.

Espíritu inquieto

Es con ese criterio que Elena Waiss siempre estimuló las inquietudes "extramusicales" en sus discípulos. Es más, el "desvío" por el teatro, la novela, la pintura, la arquitectura, la psicología, la filosofía, las matemáticas, la poesía, las mal llamadas "disciplinas esotéricas", las artes culinarias, el cine, la historia, en todo lo que hay ahí de posibilidades combinatorias de expresión y de conocimiento, de autodisciplina concebida como voluntad, es decir, como un continuo superarse a sí mismo llevando al máximo aquello de lo que soy capaz, encontraban en ella una entusiasta exploradora y divulgadora. Innumerables fueron los cursos y seminarios que siguió juntamente con sus discípulos y alumnos, innumerables los talleres literarios de creación y lectura que formó en la pionera Escuela Moderna de Música, las conferencias de filosofía o de las nuevas corrientes psicoterapéuticas que programó, o sencillamente esa facultad la ejercía cotidianamente en las observaciones y comentarios sobre los compositores que estudiaban sus alumnos, no sólo en la sala de clases sino que también al término de algún concierto.

Y si bien más de alguien - entre los que me contaba hasta tiempo atrás-, tal vez por algunas actitudes suyas, muchas veces impulsivas, tenía la idea, errada, de que Elena Waiss nunca consideró otras expresiones musicales que no fueran las mal llamadas "clásicas" o "serias", cabe destacar ahora que no podía ser así: su espíritu inquieto y aventurero le impedía cerrar la puerta a otros géneros o manifestaciones de la música. Esa actitud interpretada como un cierre no era más que la reacción legítimamente subjetiva que todos podemos tener frente a determinadas obras que, como es sabido, no siempre conocemos en el momento adecuado. Del mismo modo que el tema encuentra al artista o que los libros encuentran a sus lectores en el momento exacto, la música "tiene su afán" y su tiempo precisos. En estas mismas columnas he tratado de analizar la importancia y el legado de tres músicos aparentemente disímiles e irreconciliables - Webern, Gershwin y Liszt- , y mi intención es continuar en la misma senda con otros músicos venidos de distintos horizontes como John Coltrane, Brahms, Berio, Miles Davis, Scelsi, Ligetti, Wayne Shorter o cantantes como Billie Holiday, Palmenia Pizarro o María Callas, por ejemplo, en un afán de pulverizar las fronteras establecidas por esos doctores de la Ley que tanto pavor le tienen a la diversidad y al goce, cuestiones, estas últimas, que son, al mismo tiempo, la materia nutritiva y el objetivo de todo arte. Del mismo modo que dos de las preguntas fundamentales de la Etica tienen relación con el origen y la finalidad de la vida humana; esto es, 1) ¿Cuál es la actividad genérica del ser humano, y 2) ¿Cuál es la finalidad de la existencia humana?, a lo que podríamos responder: 1) el placer, y 2) la felicidad. En las artes hay un elemento de goce y de juego en su proceso creativo y en su receptividad que no puede obviarse, por más que los epígonos del formalismo cientificista, de la eficacia y del "buen gusto" pretendan lo contrario. En verdad, lo que Elena Waiss "no perdonaba" ni en sus alumnos que le interesaban ni en nadie que estuviera de algún modo cercano al misterioso e inagotable universo de la expresión y de lo creativo era la "facilidad", la que suele conducir a toda clase de errores de apreciación y de concepto. Muchas veces creyó ver, justa o injustamente, esa "imperdonable" característica en la llamada música popular o en la música contemporánea, como en el resto de las artes o en la cultura de la segunda mitad de este siglo que termina. Pero eso no significaba que su espíritu no estuviese alerta a lo que sucedía en todos los campos del quehacer cultural humano, a tal nivel que, en los últimos años de su vida, y en contra de la opinión de algunos de sus socios en esa empresa casi titánica de la Escuela en medio de una sociedad que privilegia más el "haber" que el "saber", consideró que su enseñanza debía abrirse al mundo de la llamada música popular. Encontró en su discípula y actual directora de la Escuela Moderna de Música, Vivien Wurman, y en el músico y compositor Guillermo Rifo, sus cómplices y operadores en esta nueva faceta de la enseñanza musical en Chile. De tal manera que su legado es ahora mucho más amplio y abarcante: por un lado el área de música clásica y por el otro el área de música popular que, sin embargo, se interrelacionan entre sí en un constante intercambio de conocimiento y de sensibilidad. Lo que alguna vez, hace años, conversamos con ella sobre la excelencia, en el sentido de que no importaba hacia qué tendencias o tipos de música se orientara el alumno siempre que "lo hiciera bien", defendiéndose del vicio "imperdonable" de la "facilidad" y con la suficiente apertura hacia el infinito suceder del arte y de la cultura, parece estarse insertando para siempre en el mundo musical chileno.

Arte como educación integral

Recuerdo, también, ante mi mayúscula sorpresa, haberla escuchado comentar alguna vez que tal intérprete era muy bueno, pero era "tonto": ¿cómo un artista sensible y riguroso con su instrumento podía ser "tonto"? ¿El hecho de tocar un instrumento no era la prueba de que se estaba "por encima" de la media intelectual? Algunos años después comprobaría la justeza de sus palabras con músicos notables venidos de todos los horizontes de esta disciplina que, sin embargo, no miraban "más allá de su nariz", y tenían la psicología del "funcionario" que debe hacer su trabajo y nada más que él, tratando de no "contaminarse" con el descubrimiento y la exploración de lo Otro. ¿Se limitaba, entonces, en sus trabajos de instrumentistas o compositores, a ser meros reproductores de formas y reglas ya existentes sin más "ingenio" que la eficacia de la combinación esperada y repetida hasta la saciedad? ¿Había, tal vez, en la práctica artística algo que no entraba en los cánones de la "inteligencia" y de la "tontería"? ¿O, sencillamente, es muy fácil caer en la no distinción entre la mera destreza y lo que con o sin ella puede hacerse para traer a la superficie la singularidad del hecho creativo? Porque, en ese "tonto", lo que Elena Waiss quería significar era un cierre, una visión sesgada y parcial de las cosas, una negación de lo Otro, del superarse permanentemente a sí mismo y de la trayectoria que va de la percepción a la metamorfosis y cuya afirmación es, en suma, lo que hace que el arte sea lo que es. Las palabras del saxofonista Wayne Shorter no caen, pues, en terreno baldío: "Espero que la gente tendrá el espíritu mucho más abierto, que veremos menos especialistas… La puerta con la palabra aventura inscrita encima, todavía apenas entreabierta, se abrirá completamente." No podría ser de otro modo en alguien que concibió la enseñanza de la música y del arte como una educación integral, en toda su dimensión ética, no sólo como parte de algo mayor y que puede ser sustituido en cualquier momento por otra disciplina. El arte es insustituible, tal como lo es la extensión de mis posibilidades cognoscitivas y activas que son una respuesta a las dos preguntas fundamentales de la Etica ya nombradas.

Elena Waiss sufría de un problema físico a sus piernas que la obligó a usar bastones toda su vida. Eso no le impidió hacer su vida en función de lo que el filósofo francés Gilles Deleuze llama la tríada de la expresión: ratio essendi, ratio cognoscendi, ratio fiendi o agendi (Ser, Conocer, Actuar o Producir); es decir, la intensidad y la alegría del encuentro con el gusto de lo adecuado y de la selectividad. Por esa razón su personalidad avasalladora y franca, a veces "hiriente" y muchas veces polémica, formó una imagen de alguien duro o "intolerante", cuando, en realidad, tenía que ver con el daimon de la exigencia y de la voluntad que siempre suele asustar al "facilismo" de la mediocridad. Una educación integral basada en el conocimiento, la sensibilidad y la voluntad de llegar al máximo de lo que soy capaz, no puede dormirse en los vaivenes del conformismo o en la impotencia provocada por la dificultad. En ese sentido, su afectividad fue siempre combativa, no reblandecida. Quienes despertaron su interés, expresado de múltiples maneras y no sólo en la práctica instrumental o en la confrontación de las ideas, pueden decir que por el solo hecho de haberla conocido ya nunca más pudieron ser los mismos. Pues, como decía Nietzsche en su Schopenhauer educador: "Aquel viajero que había visto muchos países y muchos pueblos y que había visitado muchas partes del mundo, y a quien se le preguntó cuál era el carácter general que había descubierto en los hombres, respondió que este carácter general era su propensión a la pereza. […] En el fondo, todo hombre sabe perfectamente que no está más que una vez sobre la tierra en un ejemplar único, y que ningún azar, por singular que sea, reunirá por segunda vez, en una sola unidad, los elementos múltiples y curiosamente combinados de su personalidad. Lo sabe, pero hace como que no lo sabe, como si le remordiese la conciencia. ¿Por qué? Por temor al vecino, que exige la mentira convencional y que se encierra también en ella. […] Unicamente los artistas detestan esta actitud relajada, hecha de convenciones y de opiniones prestadas, y descubren su secreto, muestran la mala conciencia de cada uno, afirmando que todo hombre es un misterio único". Elena Waiss falleció en 1988 y no alcanzó a ver realizado su nuevo proyecto de enseñanza. Su legado no fue sólo musical, como hemos visto, pues éste se ha extendido a otras disciplinas culturales, tal como testimonian varios de sus discípulos que, sin "abandonar" completamente la práctica musical, se dedicaron al periodismo, la plástica, la literatura o a las diversas vertientes de las llamadas ciencias humanas. Su deceso significó para todos una pérdida irremediable, ya que, como me dijo uno de sus discípulos: ¿quién va a corregirnos las notas falsas?, con todo lo que eso significa en este difícil pararse en el mundo. Por esas razones, no puede dejar de extrañarme que aún no exista un concurso de piano o un festival de música o una sala de conciertos con el nombre de Elena Waiss. Es, a mi parecer, lo mínimo que puede hacerse como homenaje a su labor artística y humana.

Cristián Vila Riquelme es escritor y Doctor en Filosofía por la Universidad de Paris-Sorbonne. Acaba de publicar su novela "Crónica del Niño-Lobo", en "Lom Ediciones".