Diciembre 19, 2000

Leng, Allende y Cotapos

González, Juan Pablo (2000)
Si bien el siglo XX tuvo en Chile a grandes intérpretes pianísticos, en el comienzo hubo también compositores de gran fuerza creadora cuyas obras, desgraciadamente, no se encuentran en discos de reproducción.

A comienzos del siglo XX, poco se sabía en Chile de la música vocal de Palestrina o de la música orquestal de Brahms; sin embargo, obras de Bach, Beethoven, Mendelssohn, Chopin, Liszt, o Debussy podían escucharse con cierta regularidad en los diversos recitales que pianistas chilenos ofrecían en Santiago, Valparaíso o Concepción. El notable desarrollo alcanzado por el piano en nuestro país durante los primeros años del nuevo siglo estaba sustentado en cuatro factores básicos: la práctica doméstica de la música, sistematizada en Chile desde el siglo XVIII; la llegada de destacados intérpretes y profesores extranjeros durante el siglo XIX; la institucionalización de la docencia musical especializada, y la entrega de becas por parte del Estado. De este modo, a comienzos de siglo se había multiplicado la práctica del piano en las casas chilenas, alimentada por una prolífera labor editorial y por un siglo de presencia del instrumento en nuestro suelo. En este estimulante medio surgieron destacadas personalidades artísticas ligadas a la docencia e interpretación del piano, como Rosita Renard, Juan Reyes, Claudio Arrau y Alberto García Guerrero.

Asímismo, el potencial pianístico chileno influyó en la actividad creadora de los compositores nacionales de la época. De esta relación surgieron los primeros clásicos de la música chilena, con obras como las Cinco Doloras de Alfonso Leng; las 12 Tonadas de Carácter Popular Chileno, de Pedro Humberto Allende, y la Sonata Fantasía de Acario Cotapos. Sin embargo, a pesar de su indudable valor patrimonial, este repertorio permanece prácticamente inadvertido en el medio musical actual, por lo que las siguientes líneas pretenden, al menos, provocar el interés por conocerlo.

Leng, Cotapos, y García Guerrero fueron parte central de la vanguardia musical chilena de comienzos de siglo, tanto por su puesta al día con la música europea, como por su vínculo con el movimiento renovador del Grupo de los Diez. García Guerrero, "apóstol del arte contemporáneo", como lo llamó el propio Leng, estrenaba obras de Debussy, Stravinsky y Schnberg en Santiago en la década de 1910. Buscando nuevos horizontes, García Guerrero partió a Canadá en 1918, donde llegaría a ser el maestro del afamado pianista canadiense Glenn Gould en el Conservatorio Real de Toronto. En el año de su partida, estrenó en Santiago las Doloras, de Leng, con gran acogida del público.

Espiritualismo de Vanguardia

Mucho se ha hablado del parentesco de la música de Leng con el romanticismo alemán; sin embargo, resulta más adecuado buscar en las Doloras sensibilidades cercanas al entorno cultural en el que fueron compuestas y estrenadas. Es así como varios de los rasgos que Bernardo Subercaseaux observa en el llamado "espiritualismo de vanguardia" presente en la literatura femenina chilena de las primeras décadas del siglo, son extensibles a Leng y sus Doloras. Estos son la idea de que la interioridad del alma debe ser el foco de la creación y su fuente de inspiración; la creencia en la eficacia estética del dolor; el antirracionalismo; cierto antinacionalismo - ajeno, por cierto, al romanticismo- , y un claro impulso universalista.

Si bien Leng no influyó directamente en la formación de las sucesivas generaciones de compositores chilenos, su música tendrá un fuerte impacto en ellos, consolidándose a partir de la década de 1930 una posición universalista europeizante como la más gravitante dentro de las tendencias musicales desarrolladas en el país. Esta posición restringió la mirada hacia lo local de muchos compositores chilenos, quienes sólo encontraron limitaciones en los sonidos de nuestra tierra. Distinto fue el caso de Pedro Humberto Allende, quien logró integrar la mirada hacia lo local con la sensibilidad moderna de comienzos del siglo XX. Desde allí, escribió sus 12 Tonadas para piano, publicadas en París en 1923, la obra chilena que ha alcanzado mayor resonancia en las esferas francesa, española y latinoamericana de la música deconcierto.

Expresión oscilante

Pedro Humberto Allende llevó la tonada tradicional chilena al piano sin desbordar su forma ni alejarse demasiado de su carácter original, más bien intensificando sus rasgos propios, y logrando así una verdadera implosión del género. Allende acentuó el contraste lento/rápido de la tonada, produciendo una serie de dicotomías expresivas, donde, a pesar de terminar con la parte rápida y alegre, prevalece la tragedia por sobre la comedia y la introspección por sobre la extroversión, en una clara resonancia con el carácter chileno. Al realizar un balance del siglo XX, las Tonadas de Allende parecen haber influido menos en nuestra música de lo que era de esperar. Las tonadas y cuecas de Luis Advis evocan más bien la música de salón anterior a la de Allende, y las de Guillermo Rifo parten de otro referente: el jazz. Al mismo tiempo, su disponibilidad para el estudiante, el músico y el público deja mucho que desear. Sin duda que la condición efímera de la música dificulta su conservación y difusión, por lo que es necesario realizar constantes esfuerzos para mantener viva la obra de los creadores musicales chilenos en el alma de la nación. Al abordar el caso de Acario Cotapos, esta situación es más dramática aún, debido a la casi total ausencia de ediciones escritas y grabadas de su obra. Es como si Vicente Huidobro nunca hubiera publicado un libro.

Grandiosidad trágica

Cotapos, un músico autodidacta, al igual que Leng, desarrolló una larga carrera internacional basada en amistades y contactos personales con grandes artistas, generando admiración por la genialidad y arrojo con que emprendía la aventura creadora y conducía su propia vida. Su independencia de la academia le daba una enorme libertad, sometiendo sus obras a un continuo proceso de revisión y cambio, y dejándolas en muchos casos inconclusas. Más bien pareciera que en la música de Cotapos cada composición es un fragmento de la propia vida del artista, quien se yergue como principio y fin de su música.

La Sonata Fantasía fue felizmente terminada en Nueva York en 1924, donde la grabó privadamente Juan Reyes, talentoso pianista chileno que moriría trágicamente en Buenos Aires en 1941. Luis Merino reconoce un impulso dionisíaco en la música de Cotapos que no tiene parangón alguno en la música chilena. En efecto, la expansividad y júbilo de su música desbordan el ámbito reconcentrado, melancólico, y austero de la música nacional de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, rasgos centrales de la música de Cotapos, como son su grandiosidad trágica y su carácter improvisatorio, pueden relacionarse muy bien con nuestro paisaje cordillerano y oceánico, y con la tendencia a la improvisación del chileno.

Gran parte de las obras para piano de Leng, Allende y Cotapos permanecen fuera del catálogo editorial y discográfico, y ausentes de las bibliotecas y discotecas públicas y universitarias del país. Nuestra vida musical más bien gira en torno al nuevo estreno y al boato orquestal con que suele rodearse el poder. De este modo, las energías parecen agotadas cuando se trata de preservar y difundir nuestro patrimonio musical. Las obras de arte requieren de una sociedad que las sostenga y las proyecte al futuro; es así como nuestros clásicos nos necesitan para existir, y nosotros los necesitamos a ellos para saber un poco más quiénes somos.

Juan Pablo González es doctor en musicología, y académico del Instituto de Música de la Universidad Católica de Chile.