Septiembre 10, 2000

Los ochenta y noventa por sí mismos

Somarriva Q., Marcelo (2000)
Este artículo entrega sólo una muestra parcial de cómo se veían estas décadas a sí mismas. Muchas veces nos encontraremos con las proyecciones ideales de las generaciones o con promesas que ponían en el camino los fenómenos históricos o sociales; otras, simplemente, con la historia de la tontera, de lo ridículo. Por último, el juez es siempre el tiempo, y nosotros estamos demasiado cerca.

Las décadas de los ochenta y noventa fueron bastante proclives a mirarse a sí mismas. En su momento, cada una de ellas intentó definirse o encontrar sus características más propias.

Conviene añadir que estas visiones tan abarcantes responden generalmente a inquietudes juveniles, ya que por lo general es a esa edad cuando se permiten empresas tan ambiciosas y generalizadoras. Sin embargo, por un fenómeno peculiar, estos arranques juveniles a primera vista descartables logran propagarse y contagiar la perspectiva que se llega a tener sobre las épocas enteras.

Este artículo no pretende ser un examen exhaustivo de los hechos culturales de las dos décadas pasadas ni un catastro de todas sus aspiraciones y sueños.

Los ochenta
Según el escritor Roberto Merino, en la década de los ochenta esta necesidad de autoafirmación comenzó a manifestarse de manera tardía. En su opinión, los fenómenos hicieron eclosión de golpe en 1985, después de un período, en el que no había nada. (Un dato importante a considerar es que 1985 fue - de acuerdo al Centro Latinoamericano de Demografía- el año en que Chile tuvo, al menos hasta entonces, la mayor población juvenil de su historia, con 2.455.000 jóvenes entre 15 y 24 años). En un texto que el mismo Roberto Merino escribió para un catálogo de la exposición de los artistas "Truffa, Cabezas y Leyton", señaló: "Para todo el mundo, 1985 fue un año exageradamente largo, marcado por las desilusiones políticas y por una espera incierta, sin grandes luces. El año se inauguró con un terremoto y con cambios climáticos que dejaron a Santiago coronado por una opacidad sofocante, bajo la cual los elementos de Dicomcar degollaron detrás de unos arbustos suburbanos a tres profesores comunistas.
La atmósfera como de sala de espera en que se vivía (prolongada hasta 1988) estuvo cargada de ansiedad.

(…) "El diagnóstico de emergencia sirvió para respaldar una conducta general un tanto irritable, un poco violenta: en las obras, en los atuendos personales, en los textos de los catálogos, en la parada callejera, en la jerga de los circuitos locales. Una violencia coreográfica, si se quiere, pero un síntoma al fin, reacción a la pasmosa lentitud de los hechos políticos".

El grupo "Los Prisioneros" se formó en 1982, pero alcanzó la masividad en 1985. Ese mismo año la revista Apsi les dedicó un reportaje que incluyó las letras de sus canciones y un grupo de fotos tomadas por Cristián Galaz. Las imágenes son esas en que aparecen muy flacos, con bluejeans y zapatillas north star. En esas páginas Jorge González definía a su público como aquel que "va al liceo con números, anda en micro, está mal alimentado, tiene el pelo negro y mide menos de un metro sesenta, pero ve televisión y sueña con ser distinto, con parecerse a esos que salen allí y a los que les va bien". Con "La voz de los ochenta" se estableció una especie de himno generacional en reacción a la década pasada. Los setenta se percibían como una década de gente idealista y en los ochenta la gente se cansó de esa retórica.

En un artículo de Claudia Donoso publicado en la revista Apsi, Antonio de la Fuente, de la revista "La Bicicleta", dijo que a partir de 1973 ser rockero en Chile se volvió peligroso. "Los recitales eran reprimidos por la policía y a la gente le cortaban el pelo en la calle. El rock pesado, grueso, agresivo fue súper popular entre la juventud poblacional, mientras las radios estaban colonizadas por la música disco".

Por su parte, el historiador Alfredo Jocelyn Holt en su libro "El Chile Perplejo" señala que es en el año 1983 cuando se comienza a evidenciar un creciente protagonismo juvenil, ya sea a nivel universitario o poblacional. "En este último especialmente se va generando un ánimo contestatario fruto de las circunstancias apremiantes que lo afectaban, en particular el desempleo. Surge entonces 'la voz de los ochenta".

"Esta voz capitaliza el descontento hasta ahora reprimido y encuentra en la tímida apertura que sigue a las protestas del 83 y la llegada de Jarpa al poder, un pequeño pero creciente espacio de expresión. Lentamente esta voz empieza a reemplazar al silencio del régimen".

Las características propias de estos movimientos - añade Jocelyn Holt más adelante- son su falta de elocuencia, su participación en el autismo predominante, la desesperanza y la ira incontenibles. Por último explica que se trata de una voz "más intuitiva y espontánea que formada".

En 1985 se produjeron además otros hitos importantes para la pequeña historia de la sensibilidad de la década. Fue en ese año que se inauguró la diversidad de las fachas rompiendo con cierta monotonía imperante. También se estrenó "La ley de la calle" de Coppola, considerada unánimemente como la película emblemática del período.

Una muestra de estas tentativas de autoafirmación podrían ser la cantidad de publicaciones autoeditadas. Las primeras revistas "marginales" aparecieron en 1983. Las pioneras fueron "Krítica" y "La Joda". Luego vendrían "Sudacas más Turbios", "De nada sirve", "El espíritu de la época" y muchísimas más. Con relación a ese impulso autoconsciente del período, Roberto Merino recuerda, al azar, que Carlos Flores decía: "Nibaldo Moschiatti es un gallo típico de esta década porque carretea mucho y a la vez es super acucioso y serio para trabajar". El mismo Merino recuerda que Rodrigo Donoso, "el mono" Donoso, fue el primero en llegar con un cassete de "Los Smiths" desde Londres, donde había ido de viaje de estudios".

Los años ochenta tuvieron un fuerte ascendiente madrileño. Muchos llegaron con música española, según Merino traían de todo, indiscriminadamente, desde "La Polla Records" y "Golpes Bajos" a Kiko Veneno. Alrededor de 1985 también se trajeron los primeros libros de la editorial española Anagrama, esos blancos de la serie "contraseñas", con títulos de Bukovski, Easton Ellis, Copi, Tom Sharpe y otros autores. Las traducciones españolas contagiaron el habla coloquial llenándola de españolismos. Las revistas de entonces también seguían a los modelos hispanos y el destape español era un sueño dorado. El alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván (intelectual, agnóstico, contradictorio y divertido), se admiraba desde lejos.

De los activos de entonces, Roberto Merino recuerda a Hugo Cárdenas, Jordi Joret, Carlos Bogni, Pablo Domínguez, etc. En esos años se daba mucho cierto fenómeno de fama interna o local. A muchas figuras artísticas o proto-artísticas de la época las sobrevivió más que una obra concreta, un anecdotario, en el mejor de los casos una leyenda.

Rafael Gumucio recuerda que el año 1987 se llegó a la conclusión de que la dictadura era perpetua. "Entonces se comenzó a vivir una vida individualista un poco suicida. Pinochet se veía como un componente eterno inamovible y se consideró que la única forma de seguir viviendo era ignorándolo". Al parecer durante ese año se vivió cierta atmósfera apocalíptica. La entonces joven dirigente Carolina Tohá dijo en una entrevista que los jóvenes en general comparten "una sensación de marginalidad respecto del país, del medio; además del miedo y del hecho de haber crecido en estos años, lo que es muy marcador". Luego agregó: "Hay otros razgos comunes: la incertidumbre, la falta de proyectos de vida (…)". Ese mismo año, uno de los dos grupos ganadores del primer premio de la VI Bienal de Arquitectura presentaban su proyecto argumentando que "en un contexto apocalíptico, el desquiciamiento pareciera gobernar todos los actos de nuestra sociedad. Por tanto, se planteó la alegría como un tema político posible". Otros sucesos que podrían considerarse como síntomas de cierto aire finalista fueron "La Primera Fiesta de fin de siglo" organizada por las revistas "Pájaro de Cuentas", "Beso Negro", "Krítica", "Matucana", "Noreste" en el Garage de Matucana y las fiestas vampiras de Vicente Ruiz.

La apariencia de las cosas era bien diferente ya en 1988. El diseñador Guillermo Tejeda regresó a Chile después de 15 o 16 años en Barcelona y su influencia es notoria en cierta imagen del país. Se hizo responsible de los dibujos del suplemento literario del diario La Epoca, sustituyendo, como dijo Claudia Donoso, "la estética de AFP que se imponía". Más tarde, tanto Tejeda como su mujer hicieron las portadas de una colección de la Editorial Planeta, donde se publicarían los comienzos de lo que se llamaría "la nueva narrativa". A fines de 1988, se empezó a usar el concepto de "artista visual" y Pessoa era un poeta portugués que comenzaba a ponerse de moda.

Los noventa
Rafael Gumucio considera que en el año 1989 se acabaron de golpe las dos décadas anteriores, porque para él, los ochenta no fueron más que una prolongación de los setenta. "Es por eso que el ánimo a fines de los ochenta era muy voluntarioso, reactivo respecto de la década que terminaba. Lo que sucedió es que dentro de la estética reinante, correspondiente a los setenta, había grupos que vivían de acuerdo a los tiempos que corrían, el yuppismo y en forma paralela el new wave. La década de los 80 de acuerdo a un modelo artístico intelectual se consideraba como perdida, mientras que para la década que comenzaba existían muchas ganas y se planteaba un discurso de renovación".

Un reflejo de estos aires de optimismo que tendían a desbocarse es un artículo de la revista Apsi, casi una declaración de principios. "Tome usted mejor un aliento de los aires que corren. Compare con los del 74, con los del 80, con los del 86, hasta con los del 88. La cosa es distinta. No hay duda, vienen los noventa. Y la década se anuncia explosiva. Quizás valdría la pena no definirla por el fin de (las utopías, las ideologías, los sectarismos) ni por el post (marxismo, modernismo, izquierdismo) y mirarla mejor como una posibilidad abierta. Cuando las vueltas de tuerca del mundo y del país se pueden sentir en el cuerpo y en la piel, es que algo importante está pasando. Y está. Ahora es cosa de atreverse."

La década que se avecinaba se consideraba como un "paquete de regalo apenas entreabierto", pero antes de que terminaran las profecías exultantes venían unos aires de desconfianza que no podían ocultarse; en el mismo artículo, el sociólogo José Auth comparaba la situación del país con la de los "hijos de una familia divorciada que quiere que los papás estén en cama los domingos para meterse a comer galletas con ellos".

El artículo proponía los siguientes nombres para recordar durante la década: el cineasta Ignacio Agüero; el diseñador Atilio Andreoli; el sacerdote Agustín Cabré; el arquitecto Manuel Moreno; el empresario Andrés Navarro; la escultora Francisca Nuñez y la inmunóloga Cecilia Sepúlveda. Se consideraba que la siguiente década debía encarar, entre otros, los siguientes debates: el fin de las ideologías globalizadoras, la "legitimidad del aborto y el divorcio, la irrupción pública de la homosexualidad y una descarnada campaña de prevención del Sida"; la participación en democracia; el "insoportable servicio militar"; "la ley de drogas"; la "onda verde"; la salud, el trabajo y la educación. Las preguntas que planteaba responderse para el final de la década eran: ¿Cómo lograremos abrir el deseo de los jóvenes? Y ¿seremos capaces, al final de los 90 de tener una juventud con esperanza? Entre las cosas que se planeaba dejar atrás en el camino al 2000 estaban las peñas, el oficialismo, la contaminación, la perorata quejumbrosa de algunos intelectuales de izquierda y los mitos nacionales.

Pocos años más tarde surgiría uno de los mitos más curiosos que ha tenido Chile: El jaguar. El periodista Andrés Benítez publicó el libro "Chile al ataque", en que aseguraba que "las empresas chilenas realmente cambiaron de pelo", un ministro dijo que la transición chilena era un ejemplo para el mundo entero, y Alberto Fuguet, entonces un escritor en ciernes, escribió en la revista Mundo Dinners: "a partir de unos meses más, Chile ya ni siquiera pertenecerá a América Latina. El subcontinente le quedó chico".

Mientras tanto en 1990, Vicente Ruiz, tras una crisis creativa y después de vivir un año en una montaña, volvió como diseñador de ropa (ese año marcó la aparición del ícono más espurio de que se tenga memoria, el inefable "Fido dido", personaje de la campaña de la bebida Seven Up). También en 1990, Alberto Fuguet publicó su volumen de cuentos titulado "Sobredosis", ambientado en la década de los ochenta.

Rock & Pop
La década de los noventa se encuentra marcada por la renovación y el posterior fracaso de muchos medios de comunicación. Las revistas Hoy y Apsi, y el diario La Epoca comienzan con renovado vigor la década y a poco andar comienzan a decaer hasta hundirse y, ya entrada la década, un grupo de jóvenes periodistas fundó el canal de televisión Rock & Pop que también terminó diluyéndose. Por otro lado, al alero del diario El Mercurio se formó la Zona de Contacto, impulsada por los periodistas Alberto Fuguet (que hablaba de los "nineties" e introdujo una serie de expresiones foráneas como posmo, bizarro, cool, freak, cult, camp, vamp, etc.) e Iván Valenzuela y que sigue vigente hasta hoy.

Para Antonio Martínez los medios de comunicación malogrados, como fueron las revistas "Hoy" - en la que él participó- , "Apsi", "Cauce", un poco "Análisis" y el diario "La Epoca" se percibían a sí mismos como los reflejos de la avanzada intelectual. Para él el caso del canal Rock & Pop se iguala a los otros naufragios. La tragedia los igualaría. "Aun cuando estén separados por algunos años y los hayan animado principios distintos y de que probablemente a los fundadores del proyecto esto les parezca ofensivo. Es que el mundo se ha ido haciendo más fuerte y Chile es, en definitiva, un país más conservador, más de derecha y recatado".

Por su parte, Rafael Gumucio que intervino activamente en lo que fue el canal Rock & Pop, recuerda que este era el gran proyecto de los periodistas de los noventa dispuestos a conquistar el mundo. Sin embargo, el choque con la realidad fue demasiado fuerte. "No se pensó en el surgimiento de una clase media más neutral y de una nueva elite conservadora a la que se le agregó gente que se suponía más progresista. Hoy los diarios y revistas piensan primero en el avisador y luego en su línea editorial".

Un tema que se planteaba como pendiente de la década pasada era la recuperación de la ciudad. Durante los ochenta se había revitalizado el barrio Bellavista y tanto (en 1986 se habían hecho los famosos festivales) artistas como proto-artistas en busca de arriendos más baratos se trasladaron a vivir al Santiago Poniente. A comienzos de los noventa se auguraba el despunte de dicho sector. (Años más tarde, se instalaría allí el restorán Puro Chile, al que se entraba sólo con una llave, nada de intrusos). Otro sector de la ciudad que se puso de moda por ese entonces fue el que flanquea al parque Forestal. En 1995, una vecina afirmó convencida en una entrevista publicada en la revista Paula: "Me creo en París". Los aires de cosmopolitismo que aportaba la utopía del jaguar y el modelo de transición abrían los apetitos de algunos. En 1991, los recién inaugurados pubs de Suecia eran la máxima elegancia. En 1991, Hernán Trivelli en las páginas de Mundo Diners sentenciaba, "creemos que Santiago está convertida en una ciudad muy cosmopolita y satisfecha, pero cuando de comida japonesa se trata nos damos cuenta de que estamos a años luz de otras ciudades".

Diversas encuestas publicadas tanto en las revistas Paula como Mundo Diners apuntaban hacia Nueva York, como paradigma de la vida urbana con mayúsculas. Rafael Gumucio precisa al respecto: "Lo que pasó es que no estábamos en Nueva York, sino que en Ohio".

Durante los noventa el punto de referencia para el éxito serían Miami y México. Nueva York sólo seguirá siendo un modelo para las elites, así como alguna vez lo fueron Francia y Madrid.

La década de los noventa fue quizás mucho más autoconciente que su predecesora (no olvidar la historia de la generación X). Las revistas de la época - medio en serio o en broma- hacían muy seguido encuestas o tests en los que invitaban a sus lectores a definir con cuál década se sentían más afines. La década pasada fue tajante para distinguirse de la década anterior y, al hacerlo, de paso la caracterizaba. En una encuesta realizada en 1994, el periodista Iván Valenzuela decía: "Yo creo que ahora hay una búsqueda de claves permanentes y esas claves tienen que ver con la honestidad, con una cierta claridad de principios y con un afán genuinamente contestatario y renovador". Por su parte, el escritor y siquiatra Marco Antonio de la Parra agregaba en las mismas páginas: "El éxito ya pasó de moda. Las carreras que la envidia despierta, el desnudo afán de poder, la ambición develada (…) los ochenta fueron desenfadados y groseros al respecto (…) Los noventa, que son melancólicos y decrépitos, verán convivir la farándula desesperada de los escépticos con la exigencia de rigor de los ascéticos".

Sin embargo, para la juventud de los noventa el tantas veces desmentido "underground de los ochenta" fue adquiriendo proporciones épicas. Los Electrodomésticos son todavía uno de los grupos chilenos más respetados y las fiestas que fueron los núcleos de la emoción de los jóvenes de entonces hoy tienen un carácter mítico o, a lo menos, orgiástico.