Diciembre 21, 2000

Nuestros pianistas en el siglo XX

Quiroga, Daniel (2000)
La figura descollante que alcanzó Claudio Arrau en el mundo opacó fatalmente la vida y carrera de numerosos intérpretes de piano surgidos del Conservatorio durante la primera mitad del siglo y de los cuales se conservan escasos registros sonoros.

El historiador Eugenio Pereira Salas dice en su "Historia de la Música en Chile", que finaliza en 1900: "Se iba el siglo sin haber producido nada trascendental dentro de la jerarquía auténtica de las bellas artes, pero en el escenario quedaban los actores adolescentes que concertarían la producción musical".

Y gran parte de esos actores está formada por el número significativo de artistas del piano producidos en este país, en esa época lejana cuando apenas contaba con unos tres millones de habitantes. El piano era un personaje de primer orden en la vida social del país. En los hogares chilenos aseguraba el 'status'. La música en la casa era dedicación preferente de las hijas de familia, un complemento necesario de su belleza y de su posible talento artístico, a veces compartido con la pintura, la danza y la recitación. Fuera de la casa, el arte lírico y su influencia esparcida desde el Teatro Municipal de Santiago decía siempre la última palabra.

Había excepciones, naturalmente. Una de ellas se dio en Chillán, en la familia Arrau. El piano lo tocaba la señora Lucrecia León de Arrau, quien vio crecer a su hijo manifestando dotes precoces para la música. Luego de sus primeras lecciones quedó claro para la familia que eran verdaderas las cualidades del niño, todos los amigos insistían que era posible solicitar al Gobierno la ayuda necesaria para apoyar ese talento. Se hizo el viaje a Santiago, se reunieron personalidades junto al Presidente y la histórica audición determinó el viaje de madre e hijo a Alemania. Todo lo demás es sobradamente conocido.

La carrera de Rosita Renard comenzó serenamente al ingresar al Conservatorio Nacional en 1902, después de manifestar condiciones musicales precoces. Egresa del curso de piano del profesor Duncker con las mayores distinciones, como lo atestigua el diploma recibido en 1908. Luego, con la estrecha vigilancia de su madre, obtiene la ayuda gubernamental para viajar a Alemania, donde encontrará al otro chileno, pequeño y genial, al que le recomienda el curso del profesor Krause, en el mismo Conservatorio Stern. También lo que siguió en la vida de Rosita está ya en el conocimiento público, en la excelente biografía de Samuel Claro. Basta mencionar estos dos nombres para señalar la presencia de Chile en el mundo del arte pianístico. La fortuna no acompañó a otra gran figura femenina, la joven Amelia Cocq, formada en nuestro Conservatorio, pero cuya vida se extinguió junto con sus primeros éxitos en Europa.

A Europa viajó también otro talento joven, nacido en Concepción, hijo del músico italiano José Soro Sforza y de la dama chilena Pilar Barriga, Enrique Soro. Dotado de talento como compositor y pianista, desarrolló ambas cualidades en el Conservatorio de Milán, donde cumplió sus exigentes requisitos en ambas especialidades. A su regreso a Chile, fue llamado a Santiago para incorporarse a la docencia. Cooperó decisivamente en la reforma de sus programas y métodos de enseñanza. En 1905 asumió la subdirección del Conservatorio y las clases de Composición, Piano, Conjunto Coral y Orquestal. Colaboró junto a él un destacado cellista y profesor italiano, Luis Esteban Giarda, hombre de cultura sobresaliente, que elevó los cursos teóricos del Conservatorio y con su iniciativa impulsó la música de cámara al formar un trío con el violinista Varalla y el pianista Paoli, en interesante labor. En el país, la vida musical se intensificaba. En Valparaíso destacó el joven Armando Palacios, pianista de notables condiciones, que viajó a Europa para perfeccionar sus cualidades y que, como concertista, se dio a conocer en América, donde, además, ocupó cargos diplomáticos. En Chile se recuerda su ejecución de los conciertos para piano de Grieg, Bortkiewitz y las Variaciones Sinfónicas de César Franck. Desde Concepción vino a Santiago el pianista Esteban Iturra, uno de los pocos chilenos que pudieron compatibilizar la música y otra carrera profesional. Discípulo de Soro en el Conservatorio, destacó en 1911 como solista en el Concierto de Schumann durante la presentación de alumnos, acto tradicional del Conservatorio. Pero destacó también como abogado en su ciudad natal y como hombre público, que llegó a ser intendente de la provincia años después. Otros valores pianísticos fueron Osvaldo Rojo (Prof. Weimann), destacado intérprete del Concierto para piano y orquesta de Enrique Soro; Juan Reyes, un talento precoz que también viajó a Europa a perfeccionar sus dotes desarrolladas con el profesor Duncker; la hermana de Rosita, Blanca Renard, en el Curso Duncker, viajó también al extranjero y compartió conciertos con su hermana. Américo Tritini, también discípulo de Duncker, destacó en Chile y en Ecuador, donde fue designado subdirector del Conservatorio de Quito.

El refinado talento de Arnaldo Tapia Caballero destacó en Chile y el extranjero como intérprete de J.S. Bach y los clavecinistas. Dotado de notables cualidades docentes, fue profesor de Música de Cámara y concertista en América y Europa.

Vientos de reforma

La Primera Guerra Mundial provocó la llegada a Chile de las nuevas corrientes artísticas. Era inevitable que se pensara en abrir la enseñanza musical más allá de los modelos clásicos. Los aires de reforma no coincidían con la poesía y la pintura tradicional. Las numerosas reformas de la enseñanza en el Conservatorio Nacional comenzaron a quedar atrasadas ante los "ismos" en boga. Se agitó el ya numeroso núcleo de músicos, compositores y ejecutantes, entre ellos muchos autodidactas, pues evitaban el contacto con las fórmulas tradicionales. El Conservatorio entró en reforma, luego que se creara la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile. El país contempló con curiosidad la campaña reformista, con publicaciones y artículos en diarios y revistas, en pro y en contra. El pianista García Guerrero dejó los estudios para dedicarse a tocar las obras de Debussy, Ravel y Schoenberg, pero luego emigró a Norteamérica, estableciéndose en Canadá.

Rosita Renard llegó como docente del Conservatorio reformado. El profesor Alberto Spikin ingresó también, trayendo las ideas sobre Fundamentos científicos de la técnica del piano, según lo aprendido en Inglaterra con el profesor Tobías Mathey. Al crearse la Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos, el Conservatorio mostró sus profesores y alumnos. Del curso Spikin sobresalió Hugo Fernández, con una increíble capacidad de memorización y facilidad técnica impresionante. En el curso Renard se alzó la brillante pianista Herminia Raccagni, que, junto a Inés Santander, Julia Searle y Rebeca Chechilnitzky dieron a conocer el Concierto de Bach para Cuatro pianos. La maestra tocaba con Herminia el Concierto para dos pianos de Mozart. Hugo Fernández, por su parte, tocaba con apenas un mes de haber recibido la partitura desde Europa, el Concierto en Sol, de Maurice Ravel, o incluía en sus recitales el Islamay, de M. Balakirev, estimado 'intocable' por los jóvenes pianistas. En el Curso Duncker, Elvira Savi ya llamaba la atención por la fácil técnica con que resolvía no sólo los clásicos del piano, sino los acompañamientos en música de cámara, género que llegó a ser ampliamente solicitado. "Esa técnica que me enseñó el profesor Duncker la conservo hasta hoy, gracias a Dios", dijo Elvira, luego de recibir el Premio Nacional de Arte (aunque no mencionó los problemas que el profesor Duncker proponía rígidamente a sus alumnos, fuera de programa). Flora Guerra, del curso Renard, integraba el estrecho grupo que rodeaba a Rosita a la salida de clases. Su prestigio como concertista y en música de cámara la llevó a integrar como jurado del Concurso Chopin Internacional.

Lo importante, y como fruto de una nueva orientación destinada a formar pianistas preparados para servir la música y no para lucirse individualmente, los mismos que en el teatro estaban en el escenario, en el Conservatorio integraban el Coro o acompañaban a estudiantes de cuerdas u otros instrumentos. Para nosotros, "la señorita Herminia" acompañaba al Coro en el estudio inolvidable de a Misa en Si menor, de Bach; en la Pasión según San Mateo o la Sinfonía de los Salmos, de Stravinsky. Todo preparado y dirigido por el maestro Armando Carvajal, Director del Conservatorio, o ejecutante de órgano, si era necesario. El Coro reunía a alumnos de los cursos diurnos y vespertinos. Estos últimos abiertos a trabajadores o estudiantes universitarios interesados en los estudios musicales.

Montecino, Gacitúa…

Venía una nueva generación de pianistas chilenos, destinados al mundo internacional. Desde Osorno, la familia Montecino envió a Santiago a un pintor, Sergio, Premio Nacional, y a un pianista, Alfonso, que luego de su formación en Santiago se proyectó al mundo de los conciertos en América, Asia y Europa, ganó la medalla Bach en Londres y enseña en Estados Unidos, donde reside. Desde Talca llegó al Conservatorio Oscar, el "Cacho" Gacitúa, como el anterior también del curso Spikin, distinguido en el Concurso Internacional Chopin de Polonia. Activísimo como concertista en todo Chile, en Norteamérica y Europa, con formidable capacidad empresarial y personalidad interpretativa.

En nuestros días - cuando también brilla el nombre de Edith Fischer-, es un orgullo nacional la carrera iniciada en Santiago del pianista Alfredo Perl (profesor Carlos Botto), cuyas grabaciones con el ciclo de las 32 Sonatas de Beethoven son sólo parte del repertorio con que recorre otros continentes. De promesas a realidades, los pianistas chilenos surgidos en un siglo en que nacieron y se proyectaron al mundo, hacen efectivo lo que se ha dicho: "Chile, país de pianistas". Y todavía queda margen para más de una sorpresa. Hace pocas semanas se presentó en Santiago, desde Italia, donde reside como alumna de María Tipo, la joven Luisa Cánepa, formada en el curso de Carlos Botto en la Facultad de Artes (22 años), dueña de una personalidad pianística más que promisoria.
Fuente: El Mercurio de Santiago