FRUTO DE SU EPOCA

INTRODUCCIÓN

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Sin que hubiera necesaria conexión entre las experiencias de cada país, la canción de contenido social desarrollada en América y parte de Europa durante los años 60 tuvo sorprendentes rasgos de similitud, partiendo por el modo más o menos simultáneo con que se fue manifestando en los diferentes puntos del globo.

Mientras Bob Dylan, Joan Baez y Pete Seeger introducían una poética de conciencia hasta entonces inédita en el canto popular estadounidense, similar inclinación reflexiva comenzaba a mostrar la Nova Can?ó Catalana con gente como Joan Manuel Serrat o Lluis Llach, Cuba con su llamada Nueva Trova (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés), Brasil con el iconoclasta discurso de la Tropicalia (Caetano Veloso, Gilberto Gil), y Argentina, donde el Manifiesto desplegado por el Nuevo Cancionero (Mercedes Sosa, Tito Francia) visualizó antes que ningún país latinoamericano la renovación en ciernes.

Ya lo advertía Dylan, "Los tiempos están cambiando". Y era inevitable que ese remezón cultural terminara por filtrarse tarde o temprano en la canción popular chilena. Eran los meses de la reforma universitaria, de las reacciones ante el Concilio y de la incipiente liberación sexual; una época donde los paradigmas sociales se verían cuestionados hasta modificarse de modo definitivo.

Recogiendo esa mezcla de fervor ideológico, raíz folclórica y reacción ante el imperialismo cultural, comenzó a gestarse en Chile alrededor de 1967 un nuevo modo de composición e interpretación popular que un par de años más tarde el discjockey y comunicador Ricardo García bautizaría como Nueva Canción Chilena. Su intrínseco desprejuicio para fusionar ritmos y estilos, su apertura a toda colaboración y el marcado carácter reflexivo de sus textos; unen a sus principales exponentes con el espíritu crítico e inquieto que animaría luego a toda fuerza musical disidente, marcando posteriormente a una serie de protagonistas del llamado Canto Nuevo y a no pocos integrantes de la generación rockera de los 80 y 90. Hasta hoy se le considera uno de los movimientos artísticos más significativos surgidos nunca en Chile.

Pese a que el contexto sociocultural previo al Golpe de Estado resulta un fenómeno irrepetible, el fenómeno pavimentó el camino para que la música popular chilena asumiera su vocación de compromiso, presentando a la canción como un legítimo vehículo valórico, ansioso por cambio social. Por otro lado, sus lecciones en torno a la fusión de ritmos y estilos resulta fundamental como rasgo de identidad en un sinfín de niveles, incluso visual. El modo particular en que la música chilena ha combinado lo local con la inevitable influencia extranjera resulta de gran utilidad para definir un modo particular de encarar la creación, como volveremos a comprobar más tarde en el trabajo de grupos como Los Jaivas, Los Prisioneros y Los Tres.

Desde esta perspectiva es ineludible la mención a Violeta Parra (1917-1967), nuestra más grande compositora y verdadera "madrina" del movimiento. Su conexión fue, primeramente, filial pues dos de los principales representantes de la Nueva Canción fueron hijos suyos, Angel e Isabel. Pero también resultan señeros el desprejuicio estilístico de su labor artística y cómo integró el tema social a la canción popular local. Composiciones suyas como "¿Por qué los pobres no tienen?", "¿Qué dirá el Santo Padre?" o "La carta"; son muestras contundentes de cómo con guitarra y voz pueden llegar a construirse verdaderos manifiestos subversivos.

Recogiendo esa mezcla de fervor ideológico, raíz folclórica y reacción ante el imperialismo cultural, comenzó a gestarse en Chile alrededor de 1967 un nuevo modo de composición e interpretación popular que un par de años más tarde el discjockey y comunicador Ricardo García bautizaría como Nueva Canción Chilena. Su intrínseco desprejuicio para fusionar ritmos y estilos, su apertura a toda colaboración y el marcado carácter reflexivo de sus textos; unen a sus principales exponentes con el espíritu crítico e inquieto que animaría luego a toda fuerza musical disidente, marcando posteriormente a una serie de protagonistas del llamado Canto Nuevo y a no pocos integrantes de la generación rockera de los 80 y 90. Hasta hoy se le considera uno de los movimientos artísticos más significativos surgidos nunca en Chile.

Pese a que el contexto sociocultural previo al Golpe de Estado resulta un fenómeno irrepetible, el fenómeno pavimentó el camino para que la música popular chilena asumiera su vocación de compromiso, presentando a la canción como un legítimo vehículo valórico, ansioso por cambio social. Por otro lado, sus lecciones en torno a la fusión de ritmos y estilos resulta fundamental como rasgo de identidad en un sinfín de niveles, incluso visual. El modo particular en que la música chilena ha combinado lo local con la inevitable influencia extranjera resulta de gran utilidad para definir un modo particular de encarar la creación, como volveremos a comprobar más tarde en el trabajo de grupos como Los Jaivas, Los Prisioneros y Los Tres.

Desde esta perspectiva es ineludible la mención a Violeta Parra (1917-1967), nuestra más grande compositora y verdadera "madrina" del movimiento. Su conexión fue, primeramente, filial pues dos de los principales representantes de la Nueva Canción fueron hijos suyos, Angel e Isabel. Pero también resultan señeros el desprejuicio estilístico de su labor artística y cómo integró el tema social a la canción popular local. Composiciones suyas como "¿Por qué los pobres no tienen?", "¿Qué dirá el Santo Padre?" o "La carta"; son muestras contundentes de cómo con guitarra y voz pueden llegar a construirse verdaderos manifiestos subversivos.


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