LA REVOLUCION Y LAS ESTRELLAS

SIGUE EL EXILIO (1)



Nuestra vida en el exilio se fue organizando poco a poco: algunos, que eran solteros, comenzaron a vivir con francesas, y se fueron formando familias que se agregaron a las ya existentes. Se formó así un clan bastante numeroso, en el que ahora predominan los niños nacidos en Francia, y en el que hay un equilibrio de mujeres chilenas y francesas.

Hernán seguía viviendo solo. Un día fuimos a dar un concierto en los suburbios de París, y Pascaline, la hija del dueño del hotel François I, al que llegábamos cuando veníamos a esta ciudad, en las primeras giras, nos fue a escuchar. En las pequeñas piezas de ese hotel, ubicado en pleno Quartier Latín, ensayábamos y dormíamos, y todas las mañanas, como ya éramos "habitúes de la maison", desayunábamos con los propietarios y sus dos hijas. Pascaline era la menor, y entonces, era tan pequeña, que todo el rigor del código penal hubiera caído sobre nuestras cabezas si alguno de nosotros hubiera imaginado romances con ella. Ahora había cambiado. Hernán no lo notó inmediatamente, pues entonces estaba entusiasmado con una chilena que no se decidía a hacer venir a Francia. Nos aburría con sus titubeos: "la traigo o no la traigo... y si aquí me doy cuenta que no la quiero...". En el bus de vuelta, Pascaline nos pidió que pasáramos a dejarla a su casa. Por casualidad, se sentó junto a Hernán. Como la pareja no se veía mal, comenzamos a hacer chistes acerca de posibles amoríos entre ambos. Nos miraban y movían las cabezas, como si nuestras insinuaciones fueran una barbaridad. Estábamos tan cansados, que pronto nos olvidamos de ellos, y caímos en el embotamiento de esos viajes en bus por los suburbios de la ciudad. Pero también nos olvidamos de que para acceder a los deseos de Pascaline, habríamos tenido que cambiar de ruta y dirigirnos hacia el viejo hotel. Las ganas de volver pronto a nuestras casas nos hicieron dirigirnos directamente a Colombes. Fue sólo cuando llegamos, que nos dimos cuenta que Pascaline seguía con nosotros. Hacer de nuevo el camino de Colombes hasta París nos pareció una empresa inabordable. Estábamos rendidos. ¿Por qué no se quedaba en alguna de nuestras casas a pasar la noche y partía a la mañana siguiente? Podíamos llamar a sus padres para que no se inquietaran. ¿Pero quién podía alojarla? Todas las miradas convergieron sobre Hernán. En efecto, él era el único que disponía de una habitación libre. Un poco amurrado,Hernán consintió, y partió con nuestra amiga. Nosotros los despedimos con las bromas del caso y nos fuimos cada uno a su casa.

Ya se nos había olvidado el asunto, cuando, al cabo de tres días, recibimos un extraño llamado de la Embajada de Chile. La policía francesa andaba buscando a una joven que había desaparecido desde el último fin de semana, y se sospechaba que algunos chilenos tenían que ver con esto. Las últimas personas que habían sido vistas con ella, éramos nosotros. Nos pedían que nos dirigiéramos a la prefectura de policía para informar de este asunto. Que se nos llamara desde nuestra embajada, con la que no teníamos ningún tipo de relaciones desde el día del golpe militar, y que se nos mezclara con un caso policial, era algo inquietante. Olimos el escándalo que se nos venía encima y corrimos de inmediato donde Hernán. Golpeamos nerviosamente a la puerta. Nos abrió Pascaline con una sonrisa en los labios. AHernán se le había olvidado avisarle a la familia, y había sucedido lo que todos nos habíamos imaginado podía suceder. Nuestro amigo tuvo que salir corriendo a explicarle todo a la familia de su nueva novia. Felizmente, el escándalo se paró, y, desde entonces, Pascaline sigue abriendo la puerta con la misma sonrisa cuando uno golpea en su casa. La chilena indecisa quedó enojadísima, pero fue definitivamente olvidada.

Pocos meses después del golpe, hubo que reemplazar a Rubén Escudero. Para ello mandamos a buscar a Guillermo García, quien había trabajado con nosotros en uno de los grupos que formamos en 1972. Pedirle que viniera fue difícil, porque, dadas nuestras relaciones con el gobierno chileno, trabajar con nosotros era prácticamente elegir el exilio. Cuando llegó, supimos de todas las tribulaciones que habían tenido que sufrir nuestros compañeros folkloristas para poder seguir cantando bajo la bota militar. Todo estaba derrumbado. En una reunión de algunos jefes militares con el sindicato de folkloristas, los artistas habían sido intimidados para que no se siguieran utilizando ciertos instrumentos, que, a juicio de ellos, eran "subversivos". Estos peligrosos objetos eran la quena y el charango. Por otro lado, todas las garantías que los espectáculos nacionales habían conquistado durante el gobierno popular (disminución de pago de impuestos para espectáculos nacionales, facilidades para conseguir salas municipales, etc.), habían sido retiradas. En su mayoría, los conjuntos se habían disuelto, y sólo quedaban algunas iniciativas amparadas por su carácter estrictamente comercial. Las gentes trataban de reconstruir algo a través de los organismos de solidaridad y en las iglesias, pero sin grandes resultados.

Como todos nosotros, Guillermo había comenzado a cantar en pequeñas formaciones de colegio. En ellas, cantaba canciones del Quilapayún, cuyos arreglos reproducía, escuchando los discos, del mismo modo como nosotros lo hicimos alguna vez con otros grupos. Con sus amigos, soñaba con poder tal vez cantar algún día en el Quilapayún, cosa que entonces les parecía el colmo de la realización de sus aspiraciones artísticas. Movido por sus intereses musicales, había entrado al Conservatorio en plena lucha reformista, lo cual le movió a militar activamente en organizaciones políticas. Él fue un entusiasta militante de las Juventudes Socialistas, y le tocó colaborar con alguna gente que se reclamaba del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, sin que él pudiera comprobar nunca en la práctica los frutos de esta colaboración. Fue fotógrafo, chofer, secretario, director de obras en una construcción, maestro, y muchas otras cosas más, esperando que la revolución continental lo llamara a jugar un rol más decisivo. Al final, terminó por enrolarse en nuestras filas, y allí sí que pudo demostrar sus capacidades artísticas, que son las que mejor se acomodan a su naturaleza. Es probable que la revolución haya perdido un guerrillero, pero nosotros ganamos un excelente tenor. Durante la época del golpe militar, ya estaba incorporado a nuestro elenco, lo que le valió vivir días de pesadilla, en ese instante, en que cualquier viso de izquierdismo bastaba para ser enviado a la cárcel. El día 11 de septiembre, tenía que juntarse en cierto lugar con su grupo para cantar. Cuando llegó allí, se dio cuenta que los militares habían allanado el barrio, y tuvo que volver rápidamente a su casa. Después de tres días, que pasó "zambullido" con otros quilapayunes, abandonó parcialmente la clandestinidad, para correr a ayudarle a un amigo que se encontraba en aprietos. Éste último, que también cantaba en el grupo, había cedido gentilmente su casa para guardar las "armas" del Ejército Rojo de su barrio, y ahora se encontraba con un garaje lleno de cocktailes Molotov y con una pistola en la mano, con la cual no sabía qué diablos hacer. Guillermo acudió al llamado, y los militares aprovecharon la ocasión para dejarse caer en su propia casa, robándole todos los muebles y artículos electrodomésticos que él venía adquiriendo desde hacía algunos meses para poder casarse con su novia. Ignorando lo que le estaba ocurriendo, pasó todo el día ayudando a su amigo a desarmar las bombas, y a meter las botellas en sacos que trasladaban hacia un sitio eriazo cercano. Estaban escondiendo los carnets de sus partidos en los interruptores de la luz, sabiamente desatornillados, cuando llegaron los milicos, allanaron la casa, y se los llevaron prisioneros. Los llevaron al regimiento Buín, les pegaron hasta el cansancio, y, al final, después de varias horas de interrogatorios, los soltaron. Tuvieron suerte. Un oficial, impresionado por los flamantes zapatos que Guillermo calzaba, zapatos importados, que por algún extraño motivo habían ido a parar a sus pies, no llegó a creer que quien los portaba pudiera ser un peligroso extremista, colaborador de los roteques de las poblaciones santiaguinas. Convencido de que estaba frente a algún jovenzuelo de buena familia, lo dejó rápidamente en libertad.

Durante un año, estuvo dándose vueltas, tratando de formar grupos musicales en el Conservatorio, hasta que recibió nuestra carta, invitándolo a venir a Francia. Reemplazó fácilmente a Escudero, en lo musical y en lo otro, porque, desde su entrada, ha sido siempre el favorito de nuestras admiradoras. Una vez, incluso, le ofrecieron hacer una película, la directora estaba entusiasmadísima, pero como en aquella época nuestro amigo no hablaba ni jota de francés, las relaciones fueron difíciles. Para suplir sus deficiencias idiomáticas, Guillermo acostumbraba andar siempre con un diccionario en el bolsillo, pero como cualquier persona que haya utilizado dicho método puede atestiguarlo, nunca encontraba la palabra adecuada en el momento adecuado. Una vez, la policía lo detuvo en una ruta por exceso de velocidad, y Guillermo, que no tenía documentos y había logrado echar una rápida ojeada a su diccionario, comenzó a repetir con su habitual altanería: "¡ça fait rien, ça fait rien! (¡no importa, no importa!)". Los policías no podían creer lo que estaban escuchando. En realidad, nuestro amigo quería decir: "¡je n'ai rien, je n'ai rien! (¡no tengo nada, no tengo nada!)", pero el nerviosismo lo había traicionado.

En esa primera época, nuestras dificultades con los idiomas eran serias. Felizmente, estos problemas hoy día han desaparecido y podemos hacer nuestros recitales sin dificultad, en inglés, en francés, en alemán y en español.

Fue por esta época que cumplimos uno de nuestros más preciados sueños: ir a cantar a España. Todavía estaba Franco en el poder, y nuestro trato con los españoles se había reducido hasta entonces, a cantar en algunas de sus fiestas anuales, organizadas en Bélgica o en Francia, para juntar fondos para la lucha antifascista. Así, conocimos a muchos de nuestros mejores amigos españoles, al poeta Marcos Ana, que pasó una vida entera en las cárceles franquistas; a Paco Ibáñez, que siempre solidarizó con la causa del pueblo chileno; y a Raimon y Pi de la Serra, quienes, en algunas ocasiones, salían de España para actuar en estas manifestaciones. Antes, en Chile, nunca habíamos faltado a la cita cuando los exiliados españoles nos habían invitado a cantar.

La primera posibilidad de ir a España se produjo cuando comenzaron los primeros tímidos cambios en el régimen, a fines de 1974. Algunos amigos catalanes, agrupados en una organización religiosa, Agermanament, pensaron que algunas de nuestras canciones tal vez podían pasar la censura, y que moviendo algunos resortes administrativos se podía obtener una visa de entrada. Se hicieron algunas averiguaciones, y por fin, después de algunos intentos frustrados, se consiguió el visto bueno de las autoridades. De cerca de cincuenta canciones que presentamos, siete fueron aceptadas. Nunca pudimos comprender cuál fue el criterio empleado para hacer esta selección, porque, entre las siete, se encontraba nada menos que "El Pueblo Unido", en cambio, canciones folklóricas sin ninguna alusión política, fueron rechazadas. Aunque era difícil encarar un recital con sólo siete canciones, decidimos arreglárnosla con algunas instrumentales, y terminamos dándole forma a un programa, que, en definitiva, no nos traicionaba. Nos ayudó la inclusión de la "Elegía al Che Guevara", que es una canción sin palabras, y la "Patria de multitudes", que apenas tiene texto.

Se arreglaron conciertos en Barcelona y en Madrid. Las condiciones puestas por la policía eran terminantes: no se haría conferencia de prensa a nuestra llegada, no se haría propaganda pública para el concierto, ni en la calle, ni en los periódicos, y se nos instaba a reducir nuestros desplazamientos a los estrictamente necesarios para nuestro trabajo artístico, dejando el turismo para otra ocasión más propicia. Además, debíamos atenernos estrictamente al programa aprobado por la censura. A nosotros, estas condiciones nos parecían draconianas: ¿cómo se podía hacer un recital sin propaganda? El Palau Blau Grana, donde estaba prevista nuestra actuación, tenía cabida para seis mil personas. Sin mucha confianza en los resultados, pero entusiasmados ante la idea de cantar por primera vez en la Madre Patria, nos entregamos a las manos de los organizadores. Ellos sabrían lo que había que hacer.

La llegada a Barcelona fue digna de una película de espionaje. Apenas entrados al territorio español, se nos llevó directamente al hotel, en una caravana de automóviles, y en un ambiente de nerviosismo y de tensión que nunca habíamos vivido antes. Misteriosos llamados telefónicos, recomendaciones de todo tipo, personajes que nos seguían a todas partes, estricto clandestinaje. Como nuestro concierto todavía estaba dependiendo de algunos trámites administrativos, los organizadores temían una provocación por parte de la policía: cuarenta años de régimen odioso les habían enseñado a no dar nada por hecho.

Cuatro horas antes de comenzar el espectáculo, fuimos trasladados a uno de los camarines del estadio, y allí tuvimos que quedarnos, sin asomar la nariz, hasta la hora de salir al escenario. Desde nuestro escondite, sentíamos que la tensión de los preparativos iba en aumento: carreras de un lado para otro, ordenes al equipo de vigilancia, recomendaciones por si se producía un incidente, etc., etc. En esto estábamos, cuando de pronto escuchamos unos golpecitos a la puerta. Fui a abrir, y me encontré a boca de jarro con un tipo, que evidentemente no tenía nada que ver con la organización del espectáculo. Lo acompañaban otros dos, con la misma apariencia: medio pelados, bastante fornidos, vestidos con ternos obscuros, y que hablaban con voces graves y un poco imperativas.

Fueron directamente al grano: "Somos de la policía política y quisiéramos hablar con ustedes". Los hicimos pasar, lo más amablemente que pudimos. Uno de ellos traía bajo el brazo nuestro disco "Por Vietnam", editado en Chile. En él habíamos incluido dos canciones españolas, una de las cuales, entre otras linduras, hacía mención de Franco como un hijo de puta... Comprendimos que la cosa venía en serio. Comenzaron a interrogarnos:

-¿Ustedes son los que hicieron este disco?
-Sí, nosotros.
-Aquí hay canciones que están prohibidas en España.
-Lo sabemos.
-¿Y qué programa van a hacer hoy día?
-Tenemos un programa que ha sido aprobado por la censura.
-¿Y en él, hay alguna de las canciones del disco?
-No.
-¿Y ustedes se atendrán estrictamente a este programa?
-Estrictamente. Nuestra intención no es venir a provocar.
-Correcto. Ojalá que así sea. Si ustedes no se salen del programa, no van a tener problemas.
-¿Con quién podríamos tenerlos?
-Con nosotros. Estaremos en el estadio hasta que termine el recital.
-Ojalá que disfruten el concierto.
-Afirmativo, si se atienen al programa. Confiamos en vuestro buen criterio. Buenas noches.

Y comenzaron a salir del camarín. Cuando el último de ellos, el que llevaba el disco, llegó hasta la puerta, se volvió hacia nosotros, como si le quedara algo que decir. Con una sonrisita en los labios, preguntó:

-¿Los que grabaron este disco, están todos aquí?
-Sí, estamos todos.
-Entonces, ¿Podrían autografiármelo?

Y se acercó, ahora sonriendo más abiertamente. Le firmamos, se despidió amablemente, y se fue detrás de sus compañeros. No cabía duda, las cosas estaban cambiando en España.

Nadie pudo explicarnos cómo los miles de personas que afluyeron al estadio llegaron a enterarse de nuestro recital. El hecho es que una hora antes del concierto, el Palau Blau Grana estaba repleto, y otro estadio entero se había quedado afuera para que lo dejaran entrar. Tuvimos que tomar rápidamente una decisión, para que los que se habían quedado sin entradas, se tranquilizaran. Con los organizadores, salimos a explicarles que se disolvieran por el momento y que volvieran en un par de horas, habría un recital especial para ellos. La gente actuó responsablemente y las cosas se calmaron. Rodeando el estadio, había un gigantesco despliegue policial.

Pero lo más impresionante estaba adentro. Rodeando el escenario, un cuerpo entero de uniformados, con metralletas en actitud amenazante, recibía las pifias del público. Todas las aposentadurías estaban circundadas por policías. Estábamos todos amenazados, el público y nosotros. Hacia donde uno mirara, había un fusil o una metralleta, encañonando al primero que se saliera del orden prefijado. El arma del fascismo era, como en todas partes, el miedo. Pero el arma de los que habían venido a vernos era mucho más poderosa: unidos y tomados de la mano, gritaban consignas libertarias en la cara misma de los soldados. El ambiente era de fiesta. todas las banderas prohibidas flameaban entre la multitud enardecida, la catalana, la vasca, la de la república, y muchas otras de las minorías nacionales del estado español, cuyos representantes se habían dado allí cita. Gritos por Chile, contra Franco y contra Pinochet, pero, sobre todo, gritos por España y su futuro. El país renacía.

Cuando salimos al escenario, nos recibió una ovación. Emocionados, comenzamos a vocear "El Pueblo Unido". Más de alguno alzaba el puño en las propias narices del policía que tenía al lado. Nadie quería retenerse más, nadie quería inclinarse más ante la presencia represiva. Habíamos conquistado todos un pequeño espacio de libertad para España. Pedimos calma y comenzamos a cantar. Cada palabra que decíamos era multiplicada en su caiga afectiva por los miles de corazones que compartían nuestro mensaje, la carga eléctrica de palabras como "libertad", "justicia", "futuro", estaba potenciada al máximo, y la más mínima alusión a la represión y a la violencia era recibida con estruendosas repulsas. Estábamos en una comunidad de espíritus que pocas veces hemos vivido con tanta fuerza. La pujanza de los españoles por deshacerse de la dictadura, la fuerza histórica que bullía en el interior del país y que buscaba expresión y forma, encontraba en esas ocasiones una salida feliz, y nos hacía respirar a todos ese hálito invisible que despierta a los pueblos y los hace avanzar: creer en nuevos derroteros. Más tarde, cuando volvimos a una España cada vez más libre, tuvimos oportunidad de reeditar experiencias como ésta, en La Coruña, en Sevilla, en Madrid, en Bilbao, en San Sebastián, en Córdoba, en Granada, en Valencia, y hasta en los más remotos pueblitos de provincia.

Durante este primer concierto y el siguiente, que tuvo las mismas emocionantes características, tuvimos que llamar muchas veces al público a la responsabilidad, para que no hubiera desbordes y todo terminara bien. Actuábamos en sentido contrario al de costumbre, hablábamos para que todos volviéramos a la realidad, para que no nos dejáramos arrastrar hacia un sueño demasiado peligroso, que hubiera podido conducirnos a un enfrentamiento con la policía. Felizmente, nada se produjo, y esa noche se constituyó en una de las actuaciones inolvidables de esos años itinerantes. Seguramente nuestras canciones llegaron al público español con más fuerza que a otros pueblos europeos. Compartíamos el drama y la esperanza de terminar con él. A partir de esos momentos, nuestras voces hicieron su camino en España, y hoy día, seguimos perteneciendo al paisaje de esos tiempos que no se han olvidado y que no debieran olvidarse nunca, para que los frutos del presente no oculten los trabajos y los inviernos del pasado. La libertad, toda libertad, debiéramos vivirla siempre como un privilegio, jamás acostumbramos a ella, para no caer en la trampa del olvido fácil, que quiere borrar rápidamente los dolores. Al día siguiente de estos conciertos, supimos que los previstos en Madrid habían sido prohibidos, y que la policía nos daba veinticuatro horas para salir de España. Tuvimos que irnos, pero pronto volvimos, y tantas veces, que nuestros pasos por la frontera se han banalizado. En el hotel Alcázar de Irún, la señora Amelia sabe que nuestro postre favorito es el arroz con leche, y nos lo prepara especialmente, cada vez que nos toca pasar por ahí...

En nuestro exilio hay, por lo menos, dos etapas bien diferenciadas: la primera, caracterizada por nuestra entrega total al movimiento de solidaridad con Chile, y la segunda, por una vuelta hacia la reflexión y hacia la reinvención crítica de nuestro canto. En la primera etapa, nuestra creatividad se vio resentida por el activismo en que caímos, por obra de las obligaciones políticas que no podíamos eludir. Como se sabe, el movimiento de solidaridad con Chile fue uno de los más activos y masivos que nuestra época ha conocido, tal vez sólo comparable al que despertó la guerra española, o la lucha en el Vietnam. Esto significó, que los dos primeros años después del golpe, los dedicamos a cantar en todos los sitios en que se reclamaba nuestra presencia. En ese momento, nosotros éramos uno de los pocos grupos representativos que se encontraban fuera del país. Pero la historia sigue su curso, y pronto, otras luchas y, sobre todo, grandes victorias del movimiento democrático, acapararon el interés de las luchas solidarias. Después de Portugal, vino Grecia, y finalmente, España. Además, la tragedia de América Latina se generalizó, siguiendo un curso sangriento y violentista la historia de todos los países del cono sur. Esto hizo, que las campañas de denuncias ante las dictaduras militares tomaran este problema como una enfermedad global, en la cual estaban implicados, el Brasil, la Argentina, el Uruguay y muchos otros países. Los chilenos pasamos a ocupar un lugar más en la larga lista de tragedias del continente, los actos de solidaridad se hicieron cada vez más escasos, y nosotros, que comenzamos a participar indistintamente en manifestaciones de apoyo a todos los países que vivían bajo dictaduras, empezamos a tomar una cierta distancia con nuestro propio drama, aprendiendo a verlo como una herida más en la torturada América, cuyo parto ha sido mucho más doloroso de lo que habían previsto los historiadores más pesimistas.

Esta visión más objetiva de Chile nos obligó a volvernos hacia nosotros mismos, a preocuparnos de nuestra orientación, a reflexionar críticamente sobre nuestro pasado, y a buscar nuevos motivos de canto y nuevas direcciones en nuestro accionar político. Nos vimos obligados a estudiar más detenidamente lo que hacíamos, tanto en los aspectos técnico profesionales, como en las orientaciones ideológicas. El nuevo medio en que comenzamos a movemos, era, artísticamente hablando, muy exigente. Una vez terminada la euforia solidaria, empezamos a ser vistos como artistas profesionales y punto, a ser comparados con otros artistas del mismo medio, y a ser sometidos a una crítica poética y musical que nunca antes habíamos conocido. Había que responder con un trabajo artístico de alto nivel, ya no servía más, si alguna vez sirvió, la pura comunidad en la causa libertaria.

Un grupo como el nuestro, nacido como tantos otros conjuntos musicales latinoamericanos, en un medio amateur, carecía de conocimientos musicales avanzados. En un principio, como ya he contado, nosotros actuábamos un poco por instinto, haciendo arreglos, confiando en nuestro oído, y guiándonos, más que por un saber, por una suerte de tanteo en que íbamos probando muchas soluciones hasta llegar a la correcta. Este sistema de trabajo daba como resultado una música muy espontánea, pero con innegables limitaciones técnicas. Para resolver estos problemas de desarrollo, fue muy importante para nosotros acercarnos a músicos de Conservatorio, como Advis y Ortega, quienes, con sus creaciones, nos abrieron nuevos horizontes musicales, que nosotros solos habríamos tardado mucho en descubrir. En el exilio, tratamos de hacer lo mismo, buscando la ayuda del Maestro de estos músicos chilenos, Gustavo Becerra, quien vivía en Alemania desde hacía algunos años. Durante el gobierno popular, él había ocupado el cargo de encargado cultural de la embajada chilena en ese país.

Gustavo es un músico extraordinariamente sabio, de robusta formación y de envidiable talento, orientado desde sus primeras obras hacia una música de vanguardia, si así puede llamarse eso que engloba el concepto actual de música contemporánea, y que va, desde la música concreta y electrónica, hasta las experiencias orquestales de Berio o de Xenakis. Su vida ha sido dedicada enteramente a la composición y a la pedagogía musical, lo que le ha valido una obra extraordinariamente prolífica, poniéndolo a la cabeza de los músicos de su generación: dan muestra de esto, varias sinfonías, conciertos y música de cámara, asiduamente interpretados en los Estados Unidos y en América Latina. Era un hombre más que preparado para introducirnos en un nuevo mundo musical. Con él hicimos una especie de "stage" de formación, y preparamos dos cantatas y algunas canciones, que renovaron considerablemente nuestro campo de recursos. Gustavo compuso estas obras especialmente para nosotros, y vino a trabajar a París algunos días en su montaje. Junto con estos trabajos, aprovechamos su presencia para organizar un seminario sobre la música chilena, al que asistieron casi todos los músicos residentes en París.

Los cambios más importantes que introdujo en nuestra sonoridad, tienen que ver, sobre todo, con la utilización de una nueva concepción de la instrumentación de nuestras canciones, especialmente en lo que se refiere al empleo de las percusiones. Pero también, entramos en contacto con una música de una gran libertad armónica: con él comenzamos a familiarizamos con la politonalidad y con un desarrollo colorístico, presente desde entonces en nuestras propias composiciones. De nuestro trabajo, ha quedado la cantata "Américas", grabada en el disco "Umbral", y una obra de mayores proporciones, dedicada a Salvador Allende, la cual fue montada, pero, lamentablemente, aún no ha podido ser llevada al disco. Para Becerra, el trabajo con nosotros no dejó de depararle algunas enseñanzas, sugiriéndole algunas posibilidades de composición hasta entonces no utilizadas por él en la música culta, como, por ejemplo, la combinación del canto con la interpretación instrumental. Esto, que es una característica de nuestro grupo, fue trasladado a la música de cámara, en una obra que ha tenido bastante buena acogida en los medios musicales alemanes.

Las conversaciones con él, y las discusiones durante los seminarios, nos han servido para ir llevando nuestras ideas a formulaciones más rigurosas. Hemos podido comprobar, en la experiencia del trabajo, que los límites que a menudo se establecen entre música culta y música popular, son, por lo general, muy artificiales, y no dan cuenta de la complejidad de los fenómenos musicales en nuestra época. El respeto a la especificidad de cada música es imprescindible para lograr una síntesis, que, en nuestras culturas, es cada vez más necesaria. Es absurdo seguir levantando murallas inútiles: la música culta necesita raíces, la música popular necesita alas, una quiere adentrarse en la tierra para extraer de ella una fuerza que el individuo solo no es capaz de crear, la otra necesita echarse a volar hacia un amplio espacio, donde todo lo que ella contiene, aparezca liberado, ambas se pueden complementar perfectamente, y eso es lo que hemos estado tratando de hacer nosotros, trabajando en la línea del género cantata.