LA REVOLUCION Y LAS ESTRELLAS

COSAS QUE PASAN (2)



Regine Mellac fue durante su vida una de nuestras amigas más fieles. Desde niña, se había interesado en la canción popular. Entonces, se trataba de los cantores que las radios parisinas ponían de moda en los veranos, y que todas las calcetineras francesas adoraban, Sardou, Johnny Holliday, Edie Mitchel etc., pero pronto, esta afección por la canción la hizo seguir otros derroteros. Por casualidad, cayeron en sus manos algunos discos de música brasileña, otros de Violeta Parra,Atahualpa Yupanqui, música del altiplano, etc. Descubrió que había un continente musical desconocido en Francia, y se dió como tarea, consagrar su vida a la difusión de la canción latinoamericana. Con un tesón admirable, comenzó a coleccionar la música nuestra, llegando a tener una discoteca completísima. Convenció a los diarios y radios de que nuestras canciones se merecían un espacio mayor en Francia, y durante varios años escribió artículos, hizo programas, promovió visitas de artistas, y viajó por todos nuestros países, recogiendo nuevos materiales. Se transformó en una amable embajadora de la Nueva Canción Latinoamericana en Francia, y hasta alojó en su casa a los cantores vagabundos que pasaban de vez en cuando por París. Todos le debemos algún pequeño o gran favor, que ella nos hizo, en su infatigable amor por nuestra música. Un día, en uno de esos agitados viajes que hacía, de puro cansada, se quedó dormida mientras conducta su automóvil. Ella pereció en el accidente, su pequeño hijito se salvó. Nadie la podrá reemplazar. Nos quedamos sin nuestra hada madrina, pero sobre todo, sin una maravillosa amiga, que comprendía a veces mejor que nosotros lo que estábamos haciendo. Con algunos músicos latinoamericanos, entre ellos Egberto Gismonti, por quien ella sentía especial admiración, le hicimos un homenaje en un teatro parisino. ¿Pero cómo poder agradecerle ahora su maravilloso trabajo por difundir nuestra música? Pobre Regine, todo lo dejó inconcluso, pero logró convencernos, de que lo que hacemos, alcanza una plenitud insospechada en la devoción de quienes saben apreciarlo. Si no hubiera gente como ella, de nada valdría toda nuestra música.

Una de las experiencias más felices de estos últimos doce años, fue nuestra vuelta a la Argentina, en noviembre de 1983. Desde los comienzos del gobierno militar, habíamos esperado con ansias este momento. En 1974, habíamos programado una gira, pero no pudimos realizarla: el día en que partíamos para Buenos Aires, habiendo cerrado ya la puerta de mi casa para dirigirme al aeropuerto, alguien vino corriendo a buscarme: nuestro agente en Argentina, Lucio Alfiz, nos llamaba desde Buenos Aires. Perón acababa de morir y la gira se suspendía. Nos quedamos con las ganas. Después, vino el drama argentino y ya no hubo manera de volver. Pero ahora, el mismo Lucio, como si los años no hubieran pasado, nos llamaba para proponernos una gira. La Argentina volvió a transformarse en la meta de todas nuestras ilusiones. Nuestra cercanía con este país hermano, así como con el Uruguay, la hemos sentido durante todo este exilio. Nuestro destino común se nos ha manifestado en el dolor, en las miserias de la época negra de la dictadura, y ahora, en las alegrías del retorno al aire libre de la democracia. El drama de las Malvinas, con toda su humillación, lo vivimos como si fuera nuestro, desde el Japón, donde en esa época nos encontrábamos en gira. Todas las mañanas, pedíamos que nos tradujeran las noticias: en la TV, veíamos las imágenes sin entender nada. Como todos los argentinos, en algún momento soñamos que se podía ganar la guerra. Después, nos consolamos de la derrota, pensando que tal vez ése era el precio que había que pagar para reconquistar la democracia. Cuando volvimos a encontrarnos sobre la escena del Luna Park, cantando como en los buenos tiempos ante un público enfervorizado, que veía en nuestras canciones una afirmación de su propia libertad, casi explotamos de alegría. Todo volvía a comenzar, nada se había perdido.

Hasta ahora no he citado ninguna crítica. Debo decirles, honestamente, que los críticos siempre nos han tratado bien. Las pocas veces que no ha sido así, nuestra música no ha sido tocada, salvo en aquella ocasión en Zaragoza, cuando un malhumorado periodista nos sacó el cuero. En el diario más importante de la ciudad, escribió lo siguiente: "A los Quilapayunes deberían prohibirles la entrada. No por políticos, por malos. Esta ciudad se merece algo mejor que estos aburridores vestidos de negro, que se mandan un concierto de dos horas, con canciones insulsas y textos intelectualoides. Parece una ceremonia fúnebre. ¿Es que no hay en España nadie que pueda representar mejor el salero de la música latinoamericana? Pregunto esto, porque los contribuyentes pagamos nuestros impuestos municipales, y los delegados culturales del Municipio no encuentran otra cosa mejor que presentarnos, en el mejor teatro de Zaragoza, a este grupo de gente que de música no sabe nada. El peor concierto del año. Lo que indigna, es que todavía queden ingenuos que sigan gozando de estos velorios, en los que se canta fuerte, y más encima, desafinado...".

Felizmente, estas opiniones no las ha compartido el critico del diario bonaerense, Tiempo Argentino, que cubrió nuestra actuación en el Luna Park. A mi modo de ver, esta crítica responde muy bien, a los interrogantes que se pueden tener, frente al problema de nuestra vigencia después de trece años de exilio. El título es, "Quilapayún confirmó los fervores. Fiesta en el Luna Park". Firma, Guillermo Pintos. "Numerosas polémicas se tejieron en los últimos días, alrededor de la presentación porteña de Quilapayún y las diferencias entre su actual producción y la que conocimos diez años atrás, antes de su exilio europeo. Se usaron términos como, compromiso, desarraigo, elitismo, popular, esteticismo y muchos otros, meras palabras, reducidas a silencio ante la contundencia del talento. En los recitales del Luna Park, Quilapayún ofreció algo diferente a lo que le conocíamos, pero no hay lugar para la sorpresa. Han evolucionado, han cambiado, respondiendo a su condición de verdaderos artistas, que fueron también en sus años de barricadas".

"A través de los veintiún temas interpretados, no desaprovecharon ninguna de las posibilidades que la música puso a su alcance. Estuvieron presentes, los temas festivos con ritmos centroamericanos y letras de fresco humor, como un divertido calipso con introducción de blues para ahuyentar gorilas, traidores y fascistas al son del Malembe, una brujería afroamericana. También de raíz esencialmente africana, una de las tantas composiciones, cuyo titulo no fue anunciado, consiguió un primitivo clima tribal, que se contagió al público con su ritmo desatado y la melodía amasadora, imparable. En muchos momentos, y bajo diferentes formas, estuvo presente el humor como clave de inteligencia, por ejemplo, en un misterioso y bello vals parisiense para seis sikuris. El otro tema instrumental ejecutado, ofreció una lúcida y personal visión de la música andina, con cambios de ritmo, unísonos y contrapuntos de gran efecto. El mismo elaborado tratamiento, evidenciaron los arreglos instrumentales de temas con canto, destacándose un rico trabajo de percusión, la sutileza de los dúos de quena y la eficaz utilización de la guitarra grave".

"Por momentos, el humor se hizo absurdo, aun sin música, pero especialmente en una inteligente composición sobre palabras de un poeta surrealista chileno. A mitad de camino entre el altiplano y la música sacra medieval, con una fuerza irresistible, estremecedora, el grupo expuso en él, lo que podría ser su manifiesto político y aún moral, pero también estético. Cuando la muerte cercana, con nombre y apellidos, fue el tema de la canción, y no había rendija alguna para el humor, la música y la palabra dieron profunda voz a la rabia, al dolor y la esperanza. En ellas, la denuncia encontró un lenguaje poderoso y directo, pero estético. Una forma perdurable, dictada por la circunstancia, pero llamada a trascenderla. Haber elegido un tango de extrañas resonancias, cercanas al estereotipo, para decir la hiriente nostalgia del exilio, fue una muestra más de la nueva personalidad del conjunto. Es decir, una mayor complejidad y sutileza de concepto, que no admite divisiones entre forma y contenido, y defiende, para esa unidad que es la creación, una absoluta libertad que no desdeña, una vez más, el humor. Sobre un raro ritmo de varias guitarras, se impusieron las voces del bandoneón, y el cantante, en un todo desmesuradamente apasionado y casi grotesco. Un tango delirante y profundo, tributario de Juan Cedrón -como que éste interviene en la versión discográfica- interpretado brillantemente por uno de los barítonos, con la participación de Arturo Penón y llamado, "Re-volver"".

"Las voces cálidas y generosas, como siempre, ofrecieron algunos de los antiguos temas del grupo, y otros nuevos, coralmente más elaborados, pero todos con la misma fuerza de quien tiene mucho propio para decir. La música -cantada en este caso- vivió una verdadera fiesta en el Luna Park, confirmando los míticos fervores sobre el conjunto chileno, y fue ovacionada y compartida por un público que encontró satisfacción a todas sus necesidades estéticas y expresivas".

Muchas gracias señor Pintos, usted es un ciudadano de nuestra amada Transandinia natal, que, como dice el tango del amor lejano, siempre anduvo enredada en nuestros pasos: "pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar, y aunque el olvido que todo destruye, haya matado su vieja ilusión, guarda escondida una esperanza humilde, que es toda la fortuna de su corazón". En realidad, todo lo que se escribió sobre nuestros conciertos de vuelta a la Argentina, fue del mismo tenor. Vivimos allí una especie de ensayo de lo que será mañana nuestra vuelta a Chile. Cuando nos encontramos con periodistas, en una conferencia de prensa, nos iluminamos con la siguiente alocución: "¡Viva Transandinia con sus dos océanos, con su cielo único, con su paisaje innumerable, con su Parra de Yupanquis, con sus Malvinas de Pascua, con su Gardel y su Gatica, con su Neruda y su Cortázar, con su decís y su dices, con su Argenchile y su Chilentina, con su Corrientes y su Alameda! ¡Transandinia unida, jamás será vencida!". Algunos pensaron que estábamos haciendo la demagogia característica de los artistas extranjeros; siempre halagando a los nacionales del país que visitan. Pero estaban equivocados, nuestros sentimientos eran verdaderos, veníamos desde demasiado lejos, en el espacio y en el tiempo, como para ser presas de los pequeños mitos de diferencia. Porque si no... ¿En qué país estábamos cuando cantamos en Neuquén o en Mendoza?

No existe ninguna ciudad más provincial que Mendoza: con justicia debería ser nombrada la capital de todas las provincias. Hermosas plazas, amplias calles con acequias, y bordeadas por frondosos plátanos, antiguas casas con zaguanes, mamparas, amplias veredas, por donde uno se pasea, y sólo dos avenidas verdaderamente comerciales, las cuales, por supuesto, se cruzan... Todo esto, bajo un cielo límpido, de transparencia cordillerana, y enmarcado en un paisaje de montes y álamos. Allí, volvimos a encontrarnos con nuestras gentes, que trabajosamente vinieron a vernos en un concierto memorable. El acontecimiento había sido anunciado en algunas revistas santiaguinas, y algunas agencias de viaje, entusiasmadas por los argumentos de nuestro amigo, Ricardo García, periodista que ha estado detrás de todos nuestros actos de presencia en Chile, se atrevieron a organizar tours especiales para los interesados. Así, llegaron a atravesar la cordillera cerca de dos mil personas, a las que se sumaron muchísimos jóvenes, que con su mochila a cuestas, llegaron haciendo autostop.

El encuentro fue emocionante: como inmediatamente se supo en qué hotel estábamos alojados, decenas de personas llegaron a conversar con nosotros, entre ellos parientes, amigos, periodistas, músicos y hasta sospechosos empresarios. Un tipo bastante raro se presentó como representante de la Boite La Sirena, una de las más concurridas de Santiago. Nos dijo que había venido personalmente desde Santiago, para contratarnos para actuar en Chile. Según él, todo estaba arreglado, el propio ministro del Interior ya había dado su aprobación, y si queríamos, podíamos viajar cuando quisiéramos a Chile. Nos ofrecía, además, 5000 US$ por actuación. Le dijimos que lamentablemente teníamos contratos de exclusividad con otros empresarios, y que, por el momento, no teníamos programado viajar a Chile. El individuo insistió, y hasta nos propuso ir inmediatamente hasta la frontera, donde nos estaba esperando su patrón. Nuestra negativa no lo descorazonó en absoluto, y días más tarde, cuando volvimos a Buenos Aires, el tipo llegó hasta nuestro hotel, insistiéndonos en su millonario proyecto.

En Mendoza, la gente nos detenía en las calles, querían sacarse fotografías con nosotros, nos preguntaban amigablemente sobre nuestra vida en Europa, como había sido nuestro exilio, si echábamos de menos a Chile. Nos abrazaban, nos pedían autógrafos, nos entregaban pequeños presentes de recuerdo. Aunque no los conociéramos, eran como viejos amigos, se sentaban a comer en nuestra mesa, nos comentaban nuestros discos, nuestras canciones. Parecían perfectamente informados. Cuando más tarde nos encontramos todos en ese estadio lleno, que gritaba por Chile, por fin, sin mordazas ni censuras, creo que ni ellos ni nosotros quedamos defraudados. En ese feísimo lugar, único sitio donde se pueden hacer conciertos masivos en Mendoza, volvimos a cantar de nuevo, con el mismo ímpetu épico de la época de las grandes alamedas. Como animales vueltos a su paisaje natural, allí volvimos a recuperar fuerzas escondidas, y nuestra euforia fue cómo un respiro de libertad y reconciliación, que no habíamos vivido en todos esos doce años. Eran los sauces que no veíamos hace tanto tiempo, era la cordillera lejana, agreste, salvaje, todavía lejos de ser domada por los hombres, era su presencia secreta, que constantemente recuerda la pequeñez humana, era nuestro suelo, nuestras rocas, nuestro pueblo. Creo que allí comenzó para nosotros el retorno; pase lo que pase ahora, lo que viene, comenzó en ese concierto. Cuando, para finalizar, cantamos la canción "Mi Patria", canción hecha en el exilio, y que nosotros pensábamos completamente desconocida en Chile, todo el público la coreó con nosotros. Para eso, no había habido distancia. Después de enviar mil mensajes de amor hacia Chile, volvimos de nuevo rumbo a Francia, con la nostalgia de nuevo dividida hacia uno y otro lado, como corresponde a quien vive con su amor exiliado.

Los militares no nos quieren. Pocas semanas después del golpe militar, nos incluyeron en una lista de personalidades, a las que se las amenazaba con quitarles la nacionalidad. Esto quedó archivado, y no sé por qué no se volvió a hablar más del asunto. Probablemente fueron aconsejados, para no tomar medidas excesivas que pudieran ennegrecer todavía más su imagen en el exterior. Para nosotros, esto habría sido una especie de condecoración por los servicios prestados a la patria: en nuestro país, no hay mejor prueba del patriotismo, que el haber sido elegido por los militares como enemigos de la patria. Más adelante, se nos incluyó en la lista de los que no pueden entrar en el país y todavía estamos en ella. Hace algún tiempo, se presentó un recurso de amparo, para que pudiéramos obtener la autorización de regresar. Este fue discutido por la Corte de Apelaciones, y rápidamente, rechazado. Nuestro caso ha pasado a la Corte Suprema, la cual, por supuesto, con la "independencia" de que ha dado muestras en los últimos años, también lo rechazará. Seguiremos golpeando las puertas de Chile, hasta que nuestro pueblo las abra.

Pero no todos los militares del mundo nos odian. Una noche, volvíamos de España, y como la frontera de Irún estaba cerrada, comenzamos a buscar un paso. Había una espesa neblina, que nos impedía ver claramente por dónde andábamos. El problema vasco estaba candente en esos días, debido a un atentado recientemente ocurrido, y las pequeñas rutas, por las que viajábamos, parecían atestadas de policías: a cada rato, nos cruzábamos con carros militares, que aparecían sorpresivamente desde el muro neblinoso. De pronto, nos encontramos a boca de jarro con un puesto fronterizo. Varios guardias nos hicieron detenernos. Uno se acercó, enfundado en una pesada capa de fieltro. Traía cara de pocos amigos. Nos pidió que abriéramos la puerta de nuestro bus, y subió, sin dejar de examinarnos. Nos pidió los documentos. Le entregamos nuestros "bluejeans" (¿Qué es un "bluejeans"? Es un pasaporte de la Convención de Ginebra, que tienen todos los refugiados en Francia. Como está forrado en un género azul, muy parecido a ese tipo de pantalones, los chilenos le hemos puesto, "bluejean"). El militar miró los 'bluejeans", y fue comprobando si las fotografías correspondían con nuestros rostros. "¿Y de dónde vienen ustedes?", preguntó con un tono de malas pulgas. "De Madrid", le respondimos. "¿Y qué andaban haciendo en Madrid?", volvió a preguntarnos agresivamente. "Cantando", le respondimos, "¿Y de dónde son ustedes?", preguntó, cambiando ya el tono. "Chilenos", dijimos. «¿No me dirán que son ustedes los Quilapayún?", exclamó. "Exactamente", le dijimos. "Cooooño", dijo, y sacando la cabeza por la ventanilla, comenzó a gritar como un desaforado. "iHeeee, muchachos, vengan aquíiiii...!". Los conscriptos que guardaban la barrera, creyendo que lo estábamos atacando, se abalanzaron sobre el bus, con sus fusiles en ristre. Felizmente, el entusiasta gritó antes de que dispararan: "¡Son los Quilapayún!". "Coñoo, coño", repetía. Los otros se calmaron, y llegaron hasta nosotros con actitud amistosa. El policía comenzó a darnos explicaciones: "Hombre, esto del uniforme no quiere decir nada. ¡Yo no soy así!". Lo miramos extrañados. "Yo no soy así, yo no soy así" repetía, como avergonzado por llevar uniforme. "Mi mujer no me va a creer cuando se lo cuente, coño, los Quilapayún". Hicimos la recorrida de autógrafos, pero igual no pudieron dejarnos pasar. Tuvimos que volvernos a Irún, a nuestro Hotel Alcázar, donde nos esperaba nuestro arroz con leche.

En junio de 1985, volvimos a hacer una temporada en el Olympia, esta vez, con varias novedades en la manera de presentarnos. Nuestros agentes, Gissele y Michel Salou, tuvieron la feliz idea de presentarnos a Daniel Mesguich, uno de los hombres de teatro más creativos en el ambiente teatral francés. Él, desde hacía algún tiempo, venía interesándose en la puesta en escena de espectáculos de canción: ya había hecho una primera experiencia con Catherine Ribero, en el Bobino, y se interesaba en trabajar con nosotros. Comenzamos a hacer planes, y como ha sucedido muchas veces en nuestra historia, descubrimos en él, no sólo a un colaborador interesado, sino a un verdadero amigo, que comprendió perfectamente nuestro proyecto y con el cual comenzamos inmediatamente a tirar líneas para nuestro espectáculo.

Después de varios meses de trabajo, los resultados nos dejaron satisfechos. Daniel nos permitió volver a acercarnos a lo que soñábamos cuando trabajábamos con Víctor Jara. La concepción de nuestro concierto como un espectáculo visual, agregó interés a nuestro mensaje, y nos introdujo en un mundo mágico del cual es difícil salir. La utilización del movimiento, de la palabra medida, de la iluminación cuidadosamente buscada, de la escenografía, de la totalidad de la escena, concebida como un espacio en el cual cada latitud tiene un sentido, la mayor conciencia de la infinitud de significaciones escondidas en cada palabra, en los trajes, en cada desplazamiento, todo eso cambió completamente lo que hacíamos. Nuestro espectáculo fue concebido, no como una sucesión de canciones para entretener a un espectador, sino como un toque de magia, con el cual se cautiva y se da sentido a lo que ocurre, una dirección que se le imprime a la visión, para que lo que diga, brille con toda su luz. Daniel nos descubrió una cara nueva de nosotros mismos, y hasta talentos que ni siquiera sabíamos que existían: Hernán, por ejemplo, se nos reveló como un formidable cómico, cosa que apenas se nos había mostrado antes. La mano de un gran director de escena se muestra en su generosidad, en su capacidad de ayudar a evidenciarse, aquello que pugna por salir a la luz, lo que quiere aparecer, pero necesita una mano que le abra las puertas de su prisión. Todo el arte no es más que eso, hacer emerger los sentidos ocultos, y por eso, el mejor director de escena es aquel que sirve un texto, un sentido, una poesía, una idea, no el que pone su impronta en todo, y, con su presencia omnipotente, vela lo que debería revelar. No se trata de más humo, ni de más o menos luz, ni menos aún de invenciones artificiales para aparecer original, se trata de hacer visible lo invisible, empresa difícil y riesgosa, que Mesguich conoce a maravillas. Trabajar con él, ha sido multiplicarnos, sin dejar de ser nosotros mismos. Mesguich, fascinador de la alta poesía, hechicero del sueño, "hombre de theatre", en el sentido más eminente que pueden tener estas palabras...

El Olympia fue un éxito, las críticas de todos los diarios parisinos fueron unánimes en celebrar nuestro espectáculo. Desde ese momento, hemos seguido cosechando éxitos con esta nueva dirección de nuestro trabajo. Los conciertos en Buenos Aires, Berlín y otras ciudades en Alemania, han ido afirmando nuestra vocación hacia el teatro. Nos interesa este tipo de espectáculo total, en el cual, la música pasa a ser el elemento protagonista que aglutina en torno suyo a todos los demás recursos de la escena. Para lograr este propósito, ha sido necesario adaptar nuestra música a la escena, buscando desarrollar sus aspectos "escenificables". Esto nos ha alejado a veces bastante de la canción estrictamente popular, la cual, en sus versiones más generalizadas, carece de valores dramáticos. Esto, ha acentuado la doble dirección que siempre ha seguido nuestro trabajo, con un pie hacia la escena, y con otro hacia el disco. En uno de nuestros últimos discos, se muestra bastante claramente este problema: tenemos que hacer coexistir obras de valor escénico, como la "Cantata Galileo", con canciones bailables, como el "Tutti frutti". Pero frente a esto, no hemos encontrado ninguna solución por el momento, lo único que podemos hacer, es seguir tratando de responder a todas nuestras necesidades, sin caer presa de ningún prejuicio que nos obligue a abandonar la multiplicidad de nuestros recursos o la variedad de nuestros intereses. La síntesis de lo que somos, se va haciendo, a medida que vamos creando, y en ella, deberán entrar todas las canciones y cantatas que se nos ocurra hacer. Si en el todo, hay algo de abigarrado o de dispar, es porque no hemos podido reunir de otra manera las distintas respuestas que hemos dado a las situaciones de las que proviene nuestra música. Ha habido que hacer muchas cosas, lo más interesante será siempre lo que queremos hacer, y no lo que hemos hecho. Si hubiéramos vivido toda nuestra carrera en Chile, o en América Latina, probablemente las cosas hubieran sido muy diferentes, pero el exilio, entre las cosas negativas que nos ha traído, está precisamente esta situación, algo artificial, de tener que abrimos camino en un medio que no es el nuestro, pero obligados a guardar fidelidad a lo propio. Si bien, como lo he dicho, no podemos quejarnos de la amplitud con que en Francia se ha escuchado nuestra música, también es cierto que, en relación con los artistas franceses de nuestra generación, nos ha costado mucho y nos seguirá costando, salir de una cierta situación de marginalidad. Nuestro éxito en Francia o en Europa, de ninguna manera es comparable con el que han tenido los propios artistas de estos países, o con el que nosotros mismos tenemos en América Latina. De ahí, la importancia que ha tenido para nosotros el poder volver a nuestro mundo, y reconquistar nuestro lugar en Argentina y en Chile.

El teatro Rubén Darío, de Managua, queda a un paso de la plaza principal de la ciudad, allí donde está la catedral derruida, y donde se encontraba, cuando nosotros fuimos, el famoso retrato de Sandino con sombrero. El teatro es uno de los pocos edificios de la zona que quedaron en pie, después del gran terremoto que asoló la ciudad, poco antes de la revolución. Allí cantamos, en una rápida visita, que nos permitió apenas echarle una miradita al proceso nicaragüense. Cuando en el verano de 1977, en una corta visita a Cuba, tuvimos la oportunidad de conversar con periodistas guerrilleros nicas, no nos imaginábamos que un año después, ellos iban a estar celebrando la caída de la dictadura. Nuestro buen amigo, Wilmor López, nos había contado cómo se difundían nuestras canciones en el mismo frente de batalla. Por una especial sensibilidad del pueblo nicaragüense hacia nuestra música del sur; la canción chilena y argentina, tenían una recepción especialísima, lo cual le dio a nuestra visita una particular significación. Fuimos recibidos como si hubiéramos estado siempre presentes en sus luchas. Un combativo movimiento de la canción había surgido en los años de la guerra. Sus principales exponentes, eran los hermanos, Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy. Ellos, además de investigar y difundir la música de su país, se habían encargado de dar a conocer algunas de las canciones más conocidas del repertorio sureño. Ahora, se encontraban de lleno metidos en las tareas de la consolidación del proceso cultural nuevo. Éste, tenía rasgos muy parecidos a los que habíamos detectado en nuestro propio país, durante los años de la Unidad Popular. Por eso, y porque nuestras inquietudes artísticas y políticas eran muy semejantes, establecimos con ellos un diálogo que todavía dura, corriente de amistad concreta, sin la cual es imposible la hermandad entre nuestros pueblos.

Nicaragua, para nosotros, es lo mismo que para todos los que luchan hoy día en América Latina, por una vía que abra caminos de justicia, sin abandonar las esperanzas democráticas. Lamentablemente, como país asediado que es, víctima de la violencia imperialista, ha tenido que adaptar su política interna a la situación impuesta por la agresión. Los locos de uno y otro lado, han querido transformar a Nicaragua en la línea de ruptura entre dos extremismos. Felizmente, dentro del proceso se han impuesto los que ven las cosas más calmadamente y tratan de buscar la consolidación por la vía del consenso. Mientras esto siga así, la historia de este pueblo hermano no marchará a reculones, y la mirada de Sandino seguirá escrutando el cielo de Managua, para desentrañar los signos del porvenir, bajo su imponente sombrero negro. De lo que pase allí, depende mucho lo que ocurrirá en todos los demás países latinoamericanos, allí está en juego, y todos lo sabemos, el destino de nuestra propia independencia.

El otro lado de esta medalla, también lo conocemos, digo, los Estados Unidos. ¿Pero podemos decir con verdad que los USA sean el otro lado de la medalla? Para ser honesto, creo que no. A menudo, se confunden los pueblos con sus gobiernos, lo cual ha sido la causa de que en nuestras izquierdas, muchas veces se tengan ideas completamente falsas sobre el país USA. Cuando nosotros llegamos por primera vez allí, viniendo desde Europa, nos despertamos de un sueño de este tipo. Traíamos mil prevenciones en contra de ese mundo, que nos parecía la síntesis de todo lo que detestábamos sobre la tierra. Cuando descendimos del avión en Nueva York, descubrimos un país mucho más cercano al nuestro, que los países europeos. Bastó una vuelta en taxi por el Harlem latino, para descubrir que dentro de los USA había un enorme país latinoamericano, con el cual nuestros prejuicios no habían contado. Las innumerables giras que hemos hecho después allí, no han hecho otra cosa que confirmar esta cercanía, que nos ha abierto los ojos hacia la atrayente aventura de conocer una parte de nosotros mismos que teníamos olvidada. Hablo de los millones de latinoamericanos que allí viven, de los chicanos, portorriqueños, cubanos, dominicanos etc., que allí se han instalado, y que no han renunciado, ni renunciarán, a ser lo que siempre han sido. La prueba, es que su lengua y su cultura, han ido tomando forma, y adquiriendo, cada día, un perfil más nítido y auténtico. Pero hablo también del norteamericano sensible y abierto hacia los problemas del resto del continente, de todos aquellos, que por espíritu verdaderamente democrático, han llevado adelante luchas formidables en contra de los propios poderes imperialistas de su país, de los que lucharon por la paz en el Vietnam, de los que hoy día luchan por la paz en América Central, y de los que, por supuesto, han estado a nuestro lado, combatiendo las políticas de apoyo a Pinochet y al fascismo. Todos ellos, son parte importante y decisiva de ese formidable país, que alberga en sí, las más violentas contradicciones. Frente a un país de contradicciones, no caben las unilateralidades, para comprender lo que pasa allí, hay que ser capaz de pensar todas las caras del dado al mismo tiempo.

Quien nos dio la mejor lección para entender estas complejidades, fue el propio Orlando Letelier, ex embajador de Relaciones Exteriores del gobierno de Allende, cobardemente asesinado en un atentado, perpetrado por los propios militares chilenos, asesorados por fascistas cubanos. Él mismo se encargaba de promover nuestras visitas en Washington, transformándolas, con gran habilidad, en formas de agitación del problema de Chile en los medios diplomáticos. Después de cada concierto, nos íbamos a su casa, y allí, encontrábamos a los más variados personajes que pudieran influir con su opinión en el gobierno o en el Congreso. Un día, pudimos hablar directamente con un personero del Departamento de Estado, el que para nuestra sorpresa, se nos reveló completamente contrario a la dictadura pinochetista. Eran los tiempos de Carter, y estábamos lejos del maquiavelismo nixonicida. Antes, hasta a nosotros nos habían negado la entrada a los USA. La primera vez que obtuvimos las visas, fue después de un verdadero movimiento de solidaridad que se produjo ante el rechazo gobiernista. Felizmente, estos excesos han terminado, y, desde hace ya largo tiempo, nuestras entradas no causan problemas.

Orlando era un hombre encantador, probablemente sin enemigos en su vida personal. Su talento diplomático, que incluye esta facilidad en las relaciones, era algo espontáneo, proveniente de un auténtico interés en las vidas, en los personajes, más que en las causas o en los "ismos". Su amplitud no era calculada, no tenía nada que ver con ideologías o doctrinas. Por eso, su muerte es un hecho bárbaro, imperdonable, infinitamente asesino. El jueves 21 de septiembre de 1976, el auto en que viajaba con su secretaria, explotó en plena calle. Con él, se fue algo que pertenecía a lo mejor de Chile. Quienes lo conocimos, todavía lo lloramos. No se olvida fácilmente a un amigo, capaz de la valentía necesaria para alzarse como enemigo número uno del fascismo, y capaz, también, de la sencillez que exige el canto y la guitarra. El recuerdo de su sonrisa franca y leal es un antídoto eficaz, en contra de todos los escepticismos que nos asaltan a veces. Cuando se han sacrificado vidas como la suya, se acaban las razones para detenerse.

En USA, como en todas partes, hay locura. No hablo ahora de aquella que se expresa a veces en la política de sus gobernantes, sino de la otra, esa que es más directa y cotidiana. Un ejemplo: durante una de nuestras innumerables giras, un día recibimos una carta amenazante. Un grupo de feministas, que había presenciado uno de nuestros conciertos, se sentía profundamente ofendido con el texto de una de nuestras canciones. Se trataba del famoso tema, "Tío Caimán". Para estas amigas, la frase "menea la colita, como una señorita, menea la colota, como una señorota", era una expresión machista inadmisible, de falta de respeto hacia la dignidad de la mujer. Según ellas, nos estábamos riendo de los traseros femeninos, por lo cual, nos instaban a no seguir cantando estas frases en disputa "en el territorio de los Estados Unidos". Nosotros consideramos esta amenaza como muy injustificada, porque, dicho sea de paso, más de un trasero femenino nos había quitado el sueño en el territorio de los USA, pero no quisimos darle mayor importancia a este asunto, y sacamos la canción de nuestro repertorio. Algunos panameños se han extrañado por esta ausencia, y nos ha sido difícil explicarles la verdadera causa, pero qué le vamos a hacer, en estas cosas más vale ser prudente, y menear la colita en otros lados.

Algunos han interpretado malévolamente el hecho de que seamos puros hombres, mostrándolo como una manifestación de machismo. No creo que sea la verdadera explicación: en verdad, si ser feminista es reconocer la igualdad de derechos de la mujer y del hombre, nosotros somos feministas. No tenemos nada en contra de los movimientos feministas, por el contrario, los apoyamos resueltamente. El hecho de que seamos un grupo masculino, tiene explicaciones más complejas, que habría que buscar por el lado de las tradiciones culturales y musicales de nuestro pueblo. Hacer un conjunto musical de puras mujeres, no creo que sea expresión de feminismo, es simplemente una elección que se hace, entre otras, puede haber grupos musicales masculinos feministas y grupos musicales femeninos machistas. El simplismo es tan peligroso como la mala fe.

¿Se podrá pensar en un gobierno norteamericano que respete la autonomía y la independencia de los procesos latinoamericanos, que entregue ayuda económica al tercer mundo, sin poner condiciones políticas, que no complote para derribar las democracias que no le gusten? Esto parece la más utópica de las utopías que se puedan imaginar. Pero de lo que no se puede dudar, es de que hay norteamericanos con estas ideas, los cuales son y serán nuestros amigos. Con ellos, tal vez podamos construir algún día una América más libre y más unida. No está de más decirlo, no está de más pensarlo. Lo que hicieron Kissinger y Nixon con nuestra patria, es imperdonable, lo que hacen los miles de norteamericanos que han tomado la causa de Chile como propia, es lo mismo que hemos intentado hacer nosotros, juntar granito por granito, los materiales para construir una auténtica democracia en nuestro continente.