EL CANTO MEDIATIZADO

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En el ámbito latinoamericano, existían múltiples formas de canto popular que no sufrieron modificaciones por la presencia del micrófono, ya sea porque estaban circunscritas a ámbitos comunitarios, o tenían sus propias formas de colocar y proyectar la voz, como en la trova cubana, el tango argentino o la cueca chilena, por ejemplo. De este modo, donde más se puede apreciar el cambio producido por el micrófono en el estilo vocal es en el caso de géneros cuyo desarrollo coincidió con el uso de este aparato. Este es el caso del bolero, especialmente durante su auge en México y en el resto de América Latina.

El bolero había llegado a México desde Cuba mediante giras de compañías teatrales, circos y de trovadores cubanos a la Península de Yucatán a fines del siglo XIX, encontrando en Guty Cárdenas (1905-1932) y Agustín Lara (1900-1970) los primeros exponentes mexicanos de importancia. Sin embargo Cárdenas cultivaba la canción folclórica yucateca, y Lara había iniciado su carrera como pianista de burdel, de modo que fue la incursión de cantantes líricos en el bolero la que sirvió para prestigiar y difundir continentalmente el género, "haciendo derroche de elegancia y exigiendo de los intérpretes condiciones vocales sobresalientes", como señala Rico Salazar (1999: 94).

El aporte de Lara al bolero se radicó más en el ámbito composicional que interpretativo, pues, como dice Yolanda Moreno (1979), la elegancia melódica de sus composiciones sirvió de "envoltura inocua a un clima sensual y citadino" ajeno hasta ese entonces a la música popular mexicana.

De este modo, los primeros intérpretes mexicanos de bolero de fama continental fueron tenores de ópera que encontraron en el nuevo género una forma de proyectar masivamente sus carreras, poniendo la expresión seria y romántica del canto lírico al servicio de un género popular que también tenía raíces en el aria italiana, la canción napolitana y la romanza francesa[29].

Entre los tenores mexicanos del bolero más destacados están Alfonso Ortiz Tirado (1893-1960), médico y cantante; José Mojica (1896-1974), quien se convertiría en fraile franciscano en Lima; Juan Arvizu (1900-1985), "el tenor de la voz de seda", y Pedro Vargas (1906-1989), "el tenor de las Américas". Todos ellos realizaron estudios de canto con el profesor José Pierson en el Conservatorio Nacional de México y participaron en importantes producciones de ópera. Como boleristas, fueron difundidos nacional y continentalmente por el disco, la radio y el cine, y realizaron extensas giras por América Latina, llegando todos hasta Santiago de Chile entre 1934 y 1938[30].

La historiografía del bolero en México en las décadas de 1920 y 1930 abunda en referencias sobre la influencia del canto lírico en los primeros boleristas. Jaime Rico Salazar (1999), por ejemplo, destaca el enorme ascendiente que tuvo la voz de Tito Schipa (1889-1965) en Ortiz Tirado, Arvizu y Vargas. Asimismo, destaca que Mojica durante su carrera como bolerista siguió cantando las arias más brillantes de las óperas que le habían dado prestigio (1999: 536), y que Ortiz Tirado tenía un estilo de tenor académico limpio en sus interpretaciones, que inspiró el estilo vocal que seguirían muchos tenores de boleros (1999: 546).

El ingreso del bolero al canto declamado es identificado por Adela Pineda (1990) al analizar los primeros boleros grabados por Guty Cárdenas, donde aún se puede encontrar el cinquillo cubano en la melodía. Sin embargo, con el uso del micrófono se observará la paulatina disolución y transformación del cinquillo, en virtud de una forma de cantar que privilegiará el "decir" de las palabras.

A pesar de la disolución del cinquillo cubano en la melódica bolerística mexicana que señala Pineda, durante el canto, boleristas como Lucho Gatica desplazarán los apoyos rítmicos de la melodía hacia los contratiempos del compás, creando un movimiento rítmico sincopado, cuidando no alterar la naturalidad del canto declamado.

Según Argeliers León, el paso del cantar al decir en el canto solista con micrófono se facilitaba mediante una melodía silábica, una concepción rítmica regular y constante, motivos que se movían en progresiones por grados o terceras y un ámbito vocal reducido (1974: 221). León reconoce la influencia que ejerció el estilo del bolero mexicano con micrófono en el propio modo cubano de interpretar este género.

Dentro de la tradición cubana del bolero, el desplazamiento del cantar al decir, del aria al arioso, también es señalado en el caso de la aparición del feeling en la década de 1940. En el feeling se enriquece la armonía del bolero por la influencia jazzística y el intérprete adopta un estilo conversacional, como señala Helio Orovio (1995)[31].


(29) El propio Alfonso Ortiz Tirado solicitó que sus discos grabados para RCA Victor en la categoría Sello Rojo fueran editados bajo la categoría de popular para llegar a un público más amplio, señala Rico Salazar (1999: 546).
(30) Ver González 1982.
(31) El feeling es un estilo cubano vinculado al movimiento bohemio de trovadores urbanos con guitarra, desde donde surgen compositores/intérpretes como César Portillo de la Luz (1922) y cantantes como Omara Portuondo (1930).