MUSICA POPULAR CHILENA (1900-1960)

HERENCIA EUROPEA



Los géneros europeos, preponderantes en la música de salón practicada en Chile durante el siglo XIX, comenzaron a declinar en el siglo siguiente, llegando a constituir sólo un 26% del repertorio vigente en los años treinta. Algunos de estos géneros se folclorizaron, como la polca y el vals, y otros perdieron vigencia, como la redowa, el schottisch y el pasodoble. Sólo dos géneros de origen europeo están presentes en el repertorio clásico de la música popular chilena: la canción y el vals.

LA CANCION
Este es un género cultivado por la música popular, folklórica y docta. Las primeras referencias históricas de su existencia en Occidente se remontan al movimiento trovadoresco del siglo XII. Desde entonces, la canción desarrolló en Europa su complejidad formal, riqueza polifónica y armónica, refinamiento expresivo, y vuelo melódico, consolidando su influjo romántico.

En América Latina, la canción popular recibió influencias de la ópera italiana, la canción napolitana, el vals lento, el cancionero español y la tonadilla escénica. El impacto que tuvieron estos géneros en el continente americano fue enorme. Si sólo se toma el caso de la ópera italiana, por ejemplo, se encontran influencias de su estilo en la música religiosa practicada en las catedrales del nuevo mundo, en los himnos patrios de las naciones americanas y, como ya hemos dicho, en el cancionero popular latinoamericano, especialmente en la canción romántica y el bolero.

Durante la década de 1930, la canción fue el género más difundido en Chile, y el que más se mezcló con otros géneros. Existen ejemplos de fox-canción, tango-canción, vals-canción, tonada-canción, rumba-canción y bolero-canción. Además, se difundían canciones con elementos regionales o nacionales, como la canción andina, canción americana, canción tropical, canción porteña, canción chilena, canción napolitana y canción rusa.

Debido a que la canción no es un género bailable, no posee un metro común, siendo los más usados el de dos cuartos y el de tres cuartos, con acompañamiento valseado y de habanera. Su tempo también es variable, hay canciones lentas, moderadas y rápidas. Su forma puede ser binaria (ABAB) o ternaria (ABABA) y su tonalidad mayor o menor. De éste modo, la canción no es un género que se caracterice por sus aspectos formales, sino por su vuelo lírico y su acompañamiento instrumental elaborado.

Podemos destacar aquí las siguiemtes canciones: El copihue rojo (1906), inscrita por Juan Miguel Sepúlveda en 1915 pero atribuida a Arturo Arancibia; Canción de ausencia (1938) de Luis Aguirre Pinto; Amanecer (ca. 1939) de Vicente Bianchi; Viejo pregón, canción con ritmo de habanera de Nicanor Molinare; Ay, ay, ay (1915) de Osmán Pérez Freire; Corazón de mujer (1933) y Una pena y un cariño (1933) de Lily y Mercedes Pérez Freire.

EL VALS
Surgido a fines del siglo XVIII como una derivación del ländler austríaco, el vals se popularizó rápidamente en Europa a pesar de considerarse indecoroso por bailarse en forma enlazada. Sin embargo, no sólo llegó a legitimarse como tal en manos de Schubert, Chopin, Brabins o los Strauss, sino que alcanzó con ellos las altas cumbres de la música sin perder sus atributos populares.

El vals es un baile de raigambre burguesa que, al expandirse por Europa, señaló la victoria de la burguesía sobre la aristocracia, identificada por el minué. Hizo sentir tempranamente su impacto en América Latina, como es el caso de México, donde llegó hacia 1815. Con el paso del tiempo, fue el género principal de la música de salón cultivada en casa, adquiriendo ese sabor nostálgico de grandes salones, noches de gala y románticos violines. Paralelamente, escapó a la calle, ampliando su mundo expresivo con las vivencias de la noche bohemia.

El vals es uno de los primeros géneros musicales en América Latina que expresó la voz del habitante urbano como individuo, del mestizo trasplantado, del provinciano con sueños, frustraciones, soledad y desarraigo. En nuestro continente se desarrolló principalmente el vals cantado, aunque existen ejemplos de valses instrumentales para orquesta o banda como Desde el alma de la argentina Rosita Melo y Sobre las olas del mexicano Juventino Rosas (1864-1894).

Entre los distintos tipos de valses cultivados en Chile, estan Antofagasta (1918), vals bostón de Armando Carrera grabado en versiones cantadas y orquestadas; Volando voy (1940), vals humorístico de José Goles, grabado por Los Estudiantes Rítmicos; La joya del Pacífico, vals criollo de Víctor Acosta, grabado por Lucho Barrios; y las canciones con ritmo de vals de Nicanor Molinare Cura de mi pueblo (1938), grabada por Juan Arvizu para RCA Victor en 1940 y Mantelito blanco (1943), editada en Chile en 1947 por Southern Music International.

Otros valses de la música popular chilena anterior a 1960, son Reminiscencias (ca. 1941) de Luis Aguirre Pinto y Después de una ilusión, un desengaño (1940) de Armando González Malbrán, difundidos en Chile y Perú, Corazón de escarcha, inscrito por el Chilote Campos, y Frivolidad de Mario Ríos, de gran éxito en Colombia. A estos hay que agregar valses folclóricos popularizados, como Qué pena siente el alna, recopilado y grabado por Violeta Parra en 1953 para el sello Odeón.

El vals boston fue acogido en Chile a fines del siglo XIX con momentáneo furor, y fue muy estimado por los compositores peruanos de la Guardia Vieja, siendo considerado prueba de madurez composicional. Haydée y La lámpara de amor son e)emplos clásicos del género en la música popular peruana. Este tipo de vals mantuvo su raigambre de salón, por lo que era bailado con distinción y prestancia en un cómodo tempo lento. Fue masificado desde Hollywod a través de las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers.

Surgido de la tradición limeña a fines del siglo XIX, el vals peruano o criollo constituye el género preponderante de la costa del Pacífico. Este vals sufre amores imposibles, como El plebeyo de Felipe Pinglo (1899-1936); enaltece la tradición, como José Antonio de Chabuca Granda; y le canta a los puertos de su mar, como Iquique, jamás te olvidaré (1947) y La joya del Pacífico de Víctor Acosta.

El vals criollo, también llamado nortino o porteño, llegó a la zona central de Chile desde los puertos del Pacífico, y en la voz de solistas y conjuntos peruanos en gira o radicados en el país. Este vals ganó una larga batalla de legitimación social en Perú que no logró ganar en Chile, permaneciendo en el repertorio de músicos ambulantes de mercados y de tríos de bares y restaurantes. De este modo ha conservado todo su sabor popular.