MUSICA POPULAR CHILENA (1900-1960)

CANCIONERO LATINOAMERICANO



La música latinoamericana ha mantenido una presencia constante en Chile a lo largo del siglo XX, especialmente entre las décadas de 1930 y 1950, como consecuencia del desarrollo de la industria musical en América Latina y de la aún incipiente penetración de la industria musical estadounidense en el país. En este cancionero, se manifiestan temáticas y sensibilidades de una América rural y de una America urbana, que nos llegan desde México, Argentina y Cuba.

Entre los géneros latinoamericanos que alimentaron la música popular chilena de la primera mitad de este siglo, se destacan el tango, la ranchera, la rumba, el corrido, el bolero y la guaracha.

EL CORRIDO
La música campesina mexicana comenzó a ser difundida masivamente en América Latina a partir de la década de 1930, al ser utilizada en las producciones discográficas y cinematográficas mexicanas. De este modo, México diseminó por América Latina la canción ranchera y el corrido, género narrativo folclórico derivado del romance español.

El cine sonoro mexicano se nutrió de los géneros y elencos de los teatros de revista, muy populares en México hacia 1930. Elencos revisteriles completos se trasladaron al cine, proporcionando no sólo canciones sino también la estructura de un espectáculo lleno de cuadros regionales, donde surgió el estereotipo del "charro cantor".

Debido a las transformaciones estéticas y sociales que sufren los géneros folclóricos al ser utilizados por la industria del espectáculo, el corrido perdió la función narrativa y el carácter épico que había alcanzado en tiempos de la revolución mexicana, dejando de ser difundido de feria en feria en cancioneros populares y por tradición oral.

El pueblo chileno desarrolló un profundo amor por el corrido y la ranchera mexicana, identificándose con la temática rural imperante en ambos géneros. El deseo de la propia comunidad por tener esta música más cerca, fomentó el desarrollo en Chile de solistas y conjuntos de estilo mariachi y norteño. Este es el caso de Guadalupe del Carmen (1917-1987) y de cuartetos como Los Veracruzanos y Los Queretanos, activos en Chile durante la década de 1940, y Los Huastecos del Sur, activos de la década de 1950 a la de 1960.

Los Veracruzanos, que pertenecían al elenco artístico de radio Antártica, recibían desde México las últimas rancheras y corridos de moda e interpretaban el repertorio de las películas mexicanas exhibidas en Chile. Los Queretanos eran artistas de radio Coorporación y fueron elegidos el mejor conjunto "mexicano" de 1943 por la revista Radiomanía. Los Huastecos del Sur desarrollaron desde comienzos de los años cuarenta una permanente actividad radial, llegando a ser considerados desde 1953 hasta comienzos de los años sesenta los mejores exponentes chilenos del "cancionero azteca".

El corrido se caracteriza por su sobriedad expresiva, concisión en la narración y parquedad de emociones. Su temática puede ser amorosa, heroica, revolucionaria, o humorística. Este último carácter predomina en la música popular chilena de la primera mitad del siglo XX. Ejemplo de esto son las canciones con ritmo de corrido de Nicanor Molinare, Chiu chiu (1937), grabada por Carlos Loeffler con el propio Molinare cantando el estribillo y difundida desde Hollywood por Xavier Cugat como one-step; Cocorocó (1942), popularizada por Los Huasos Quincheros; y Galopa galopa (1942), grabada por Rolando Caicedo y Los Provincianos.

EL BOLERO
Originado en Cuba hacia 1885, el bolero recibió aportes de Puerto Rico y fue dado a conocer internacionalmente durante la década de 1930 por intérpretes mexicanos de fama continental. Su música es producto de un progresivo cruce de influencias, entre las que se destacan la ejercida por la romanza operática, el danzón, el son, el blues y el fox.

El bolero forma parte de esa vida diversificada, desenvuelta y bohemia metropolitana. De allí obtiene su intensidad afectiva, madurez artística y libertad moral. Al mismo tiempo, recoge y masifica el modernismo literario de comienzos de siglo, con su preciosimo, sensualidad y texto abierto, que se transforma según quién y cómo lo cante.

Utilizando un discurso poético vivencial y expositivo, el bolero le canta a los extremos de un amor donde imperan el deseo y la renuncia, el éxtasis y el dolor, la despedida y el retorno, la plenitud y el desengaño.

El cine mexicano desempeñó un papel importante en la difusión del bolero en América Latina, desarrollando durante la década de 1940 el género cinematográfico bolero-gángster y bolero-cabaret. De este modo, llegó a ser ampliamente difundido en Brasil y Argentina, influyendo en el repertorio de los músicos locales y relegando al tango a un segundo lugar en el mercado cinematográfico latinoamericano.

En Chile comenzó a ser difundido desde mediados de la década de 1930 a través del disco, el cine y las presentaciones en vivo de cantantes como Juan Arvizu, "el tenor de la voz de seda y terciopelo", y Pedro Vargas, "el gran señor de América". Las clases de baile ofrecidas en Santiago por aquella época incluían el bolero junto al tango, la cueca, el vals, el corrido, la rumba, el samba y el swing.

Lucho Gatica
Durante la década de 1940 se ofrecían en el país boleros grabados por los chilenos Raúl Videla, Arturo Gatica, Mario Arancibia, Los Huasos Quincheros, el cubano Wilfredo Fernández y el argentino Leo Marini, "la voz que acaricia". En 1945 Los Huasos Quincheros popularizaron en Chile y Argentina el bolero Nosotros (1943), del cubano Pedro Junco (1920-1943), logrando un enorme éxito entre el público radial chileno y argentino de comienzos de los años cuarenta.

La década de 1950 trajo la consolidación del cantante de bolero y el desarrollo comercial del género. A comienzos de los años cincuenta, Mario Clavel y luego Olga Guillot, con su bolero lento y sensual, se presentaban en la boite El Violín Gitano de Santiago. El trío Los Panchos, que había debutado en México en 1948, actuaba con gran éxito en radio Minería y en el Tap Room, acompañando a Ester Soré. Eduardo Farrel, astro argentino del bolero llamado "el trovador de América", actuaba en radio Coorporación, y Pedro Vargas continuaba acompañándonos a través del cine y la constante oferta discográfica.

Los principales aportes chilenos al bolero lo constituyen las interpretaciones de Sonia y Myriam y de Lucho Gatica, y las composiciones de Francisco Flores del Campo Sufrir (1940), Agonía (1949) y Nieblas (1950), ejemplos antológicos del cancionero popular latinoamericano. Agonía fue grabado por Fernando Torres con la orquesta de Claudio Forbac, y Sufrir por Lucho Gatica y por Los Huasos Quincheros.

También están los boleros Mi pecado de José Goles con texto de Carlos Ulloa, editado por Casa Amarilla en 1948 y grabado por Ester Soré y la orquesta de Federico Ojeda; y Noche callada de Jaime Atria, grabado en 1959 por los Huasos Quincheros con Valentín Trujillo. Además, están las siguientes composiciones difundidas como boleros: Vanidad (ca. 1939), slow-fox de Armando González Malbrán; Un hombre de la calle (1942), slow-canción de Fernando Lecaros; y Mapuche soy (1948), canción-bolero del mismo autor. Un hombre de la calle pertenece a la película chilena homónima y fue grabada por Raúl Videla y el Sexteto Santiago (1942) p por Luis Alberto Martínez, y por Armando Bonasco (1943). Mapuche soy fue publicada en 1948 por Casa Amarilla, y grabada ese mismo año por Ester Soré con la Gran Orquesta de Federico Ojeda.

LA GUARACHA
La ausencia de habitantes negros en Chile ha generado la necesidad de importar música afrolatina para dar sabor y sensualidad al baile en estos lugares lejanos del trópico. La curiosa adopción en el país del epíteto "negra" o "negro" para llamar al ser amado -"negra linda", "mi negro del alma" "han visto a mi negra"- transforma a la mujer y al hombre de piel obscura en objetos del deseo. Ese deseo está en la base de la continua importación de bailes afrocubanos a Chile, realizada entre las décadas de 1930 y 1950 con el apoyo de la industria musical y cinematográfica mexicana y estadounidense.

Hollywood desempeñó un papel importante en la masificación de versiones orquestales de música afrolatina. Es así como se producía una gran cantidad de películas con argumentos de orientación latina o bien se incluían números latinos dentro de una película de cualquier tipo. De este modo llegó a Chile la versión orquestal de la rumba con Xavier Cugat (1900), luego le siguió la conga con Desi Arnaz (1917-1986), el mambo con Dámaso Pérez Prado (1916-1989) y las Dolly Sisters, la guaracha con María Antonieta Pons y el calypso con Harry Belafonte (1927).

A comienzos de los años cuarenta, se bailaba conga en el Casino de Viña del Mar y en la boite Tap Room de Santiago con las orquestas de Buddy Day y de Isidro Benítez respectivamente. En 1949, Xavier Cugat y su orquesta actuaba en radio Cooperativa, en el Teatro Caupolicán y en la quinta de recreo El Rosedal. Las Dolly Sisters, bailarinas cubanas apodadas las "reinas del mambo", se presentaban en 1951 en el teatro Opera, donde también bailaba mambo la Tongolele, "el ciclón del Caribe".

La década de 1950 estuvo dominada por el chachachá, creado en 1948 por el violinista cubano Enrique Jorrín (1926), a partir de la última sección del danzón. A mediados de esa década, los bailes tropicales santiaguinos eran animados por las orquestas Cubanacán, dirigida por Jorge Ocaranza; Huambaly, dirigida por Lucho Kohan; Ritmo y Juventud, dirigida por Fernando Morello; Los Peniques, dirigida por Silvio Ceballos; y Los Caribe, dirigida por el brasileño Joaquín Pancerón.

Brasil también realizó su aporte tropical a Chile, en 1938 nos visitó el sexteto Bando da Lua con sus elaboradas armonizaciones vocales, difundiendo en nuestro país música de Ary Barroso (1903-1964). Bando da Lua se hizo conocido internacionalmente al acompañar a Carmen Miranda (1909-1955), cuyas primeras películas hollywoodenses llegaron tempranamente a Chile a comienzos de la década de 1940. Por esa época, las clases de baile en Santiago incluían el maxixe, el samba y su variedad la carioca. También se conocía el choro y el baión, popularizado en el país a comienzos de los años cincuenta por el argentino Osvaldo Norton, el "rey del baión".

Los modelos para hacer música tropical en Chile lo proporcionaban el cine, los discos y las constantes giras que solistas, conjuntos, orquestas y compañías de revistas cubanas realizaron a nuestro país entre las décadas de 1930 y 1950. De los bailes afrocubanos practicados en Chile, la guaracha fue el único que permaneció más allá de los vaivenes de la moda. Penetró desde temprano en las zonas rurales, transformándose para formar parte de la cultura folclórica campesina hasta el día de hoy.

La guaracha tuvo una importante presencia en la música popular chilena de mediados del siglo XX, llegando a ser enseñada en la prestigiosa academia de baile de Juan Valero. Durante la segunda mitad de la década de 1940, se ofrecían en Chile guarachas grabadas por el Trío Melódico de Donato Román Heitman, Los Huasos Quincheros, Carlos Llanos, Mario Arancibia, Mario Aguilera, Humberto Lozán, y las orquestas de Federico Ojeda y de Vicente Bianchi. Los certámenes de baile de entonces, celebrados en el Teatro Caupolicán, incluían guaracha, rumba, milonga, tango, ranchera, cueca, raspa, vals, boogie woogie y foxtrot. En 1948, la artista puertoriqueña Myrta Silva cantaba guarachas en radio Minería y en la boite Lucerna, y el cubano Wifredo Fernández popularizaba en Chile la guaracha La vaca lechera.

Durante la década de 1950 disminuyó la oferta discográfica de guarachas, sin embargo continuó su presencia en el cine con María Antonieta Pons, y en la vida nocturna santiaguina. Rita Montalbán actuaba como la "reina de la guaracha" en el Burlesque (1953) y Gilberto Rojas como el "rey de la guaracha" en el Picaresque (1956).

Los requerimientos de la industria musical hacían que las guarachas fueran grabadas con ritmos de otros géneros tropicales de moda, como el botecito y el baión. Este es el caso de El patito (1948) de Ariel Arancibia y El velerito (1950) de Jaime Atria, popularizadas por Los Huasos Quincheros, y de la guaracha Quiero tener un bote, de Francisco Flores del Campo, popularizada por su autor y grabada con ritmo de baión por Vicente Bianchi y su orquesta.